El portal se cerró tras ellos con un estruendo silencioso, dejando a Alenna y Gabriel en un lugar que parecía existir entre el sueño y la vigilia. No había tierra ni cielo definidos, solo un vasto espacio donde la luz y la sombra se entrelazaban en un baile caótico. El ambiente estaba cargado de una energía palpable que les hacía estremecer en cada respiro. La sensación era a la vez aterradora y fascinante: estaban a punto de enfrentarse a la decisión que determinaría el destino de todas sus vidas.
Alenna abrió los ojos lentamente, tratando de asimilar el entorno. A su alrededor, formas etéreas y destellos de colores se movían en una penumbra casi tangible, y el eco de las palabras del Custodio seguía resonando en su mente: “Deberán sacrificar aquello que más aman. Solo así, el ciclo se romperá definitivamente.” Su corazón latía acelerado, no solo por la emoción, sino por el peso de lo que estaba a punto de ocurrir.
Gabriel se adelantó unos pasos, su figura apenas distinguible entre la bruma luminosa. Se volvió hacia ella con una mirada que combinaba determinación y vulnerabilidad.
—Alenna, aquí es donde todo se define. No hay vuelta atrás. —Su voz era firme, pero en sus ojos se leía la incertidumbre.
Alenna asintió, sintiendo que cada fibra de su ser vibraba con la urgencia de la elección. A su lado, la luz comenzó a tomar forma, revelando un camino en el que se distinguían dos senderos: uno emergente de un resplandor frío y cristalino, y otro sumido en sombras profundas y vacías. En el centro, suspendida en el aire, una esfera de energía fluctuaba lentamente, recordándole la decisión inminente.
—El Custodio dijo que debemos sacrificar lo que más amamos —murmuró Alenna, con la voz temblorosa. —Pero, ¿qué significa realmente eso para nosotros?
Gabriel apartó la mirada por un instante, luchando contra sus propios demonios internos. Luego, con voz suave, respondió:
—Significa que debemos dejar atrás aquello que nos ata a este ciclo. Puede ser el recuerdo de alguien, o incluso una parte de nosotros mismos. Pero si no lo hacemos, el dolor, la oscuridad y la repetición seguirán condenándonos.
Las palabras colgaron en el aire, pesadas y llenas de un presagio inevitable. Alenna cerró los ojos, y en ese instante, una avalancha de recuerdos inundó su mente. Vio destellos de sus vidas pasadas: risas compartidas, lágrimas derramadas, abrazos que parecían eternos. Vio momentos de felicidad que ahora se mezclaban con la angustia de la pérdida. Y, en medio de ese torbellino, una imagen se destacó: el rostro de Gabriel, lleno de amor y desesperación, pero también de una tristeza inconfundible, como si supiera que el precio a pagar sería inmenso.
—Gabriel… —dijo ella, con la voz entrecortada—, ¿y si el sacrificio significa perder lo que más te amo?
Él la miró intensamente, y durante un largo instante, el mundo pareció detenerse. La luz y la sombra alrededor se quedaron quietas, como si el universo entero estuviera conteniendo el aliento.
—Si tuviera que elegir, mi mayor temor sería perderte a ti, Alenna —confesó, con la voz cargada de emoción—. Pero quizás, al sacrificar parte de lo que nos ata, podamos construir algo nuevo, algo más verdadero. No podemos permitir que el ciclo nos consuma eternamente.
Alenna sintió que las lágrimas se formaban en sus ojos. El dolor de la posible separación, la idea de soltar algo tan preciado, la desgarraba por dentro. Sin embargo, también percibió en las palabras de Gabriel una fuerza, una esperanza. Quizá lo que debían sacrificar no era la esencia de su amor, sino las barreras que lo mantenían cautivo en un ciclo interminable.
El espacio a su alrededor comenzó a vibrar con una intensidad creciente. El resplandor en uno de los senderos se intensificó, mientras el otro se oscurecía aún más, casi absorbiendo la luz. La esfera de energía, suspendida en el aire, pulsaba con un ritmo que parecía sincronizarse con sus latidos.
—Debemos decidir ahora —dijo Gabriel, tomando a Alenna por la mano y acercándola al centro del corredor.
La tensión era insoportable. Los murmullos del pasado y los ecos del futuro se fundían en un canto que les hablaba de renacimiento y pérdida a la vez. Alenna sintió que la esfera de energía respondía a su emoción, intensificando su brillo. En ese instante, comprendió algo vital: el sacrificio no se trataba de perder lo que amaban, sino de liberarse del dolor acumulado y del peso del ciclo. Era una oportunidad para transformar todas esas memorias en una nueva forma de existencia.
Con voz firme, aunque entrecortada por la emoción, Alenna pronunció:
—Elijo liberar el dolor. Elijo transformar el sufrimiento en amor. No quiero seguir siendo prisionera de los recuerdos rotos. Quiero que este ciclo se rompa y que podamos vivir libres, sin la sombra del pasado.
El eco de su declaración resonó en el corredor, y la esfera de energía explotó en una ola de luz pura. En ese instante, el resplandor iluminó ambos rostros, revelando cada cicatriz, cada marca de la historia que habían vivido. El suelo tembló, y el corredor se abrió a un nuevo panorama: un horizonte donde la oscuridad se disolvía en destellos de esperanza y la carga del pasado se transformaba en un futuro incierto pero prometedor.
Los senderos se fusionaron en uno solo, un camino brillante que se extendía hacia la inmensidad. Gabriel apretó la mano de Alenna, y sus miradas se encontraron, cargadas de una emoción que trascendía palabras. Habían pagado el precio, y ahora la verdad se desplegaba ante ellos, como una promesa de redención y renacimiento.
—Lo hicimos, Alenna —dijo Gabriel, con una mezcla de alivio y tristeza en la voz—. Liberamos el ciclo.
—Sí —respondió ella—. Pero la verdad también tiene un precio… y es nuestro deber honrar todas las vidas que quedaron en el camino.
Ambos se quedaron en silencio, dejando que la luz los envolviera y la nueva realidad se asentara en sus almas. El futuro era incierto, y la carga de los mil rostros seguiría siendo parte de ellos, pero ya no serían prisioneros del ciclo. Ahora, su amor era la llave para construir un destino diferente, uno en el que la esperanza pudiera florecer sin las cadenas del pasado.