La luz que los envolvía comenzó a disiparse lentamente, como si el universo, luego de haberles mostrado su núcleo más profundo, decidiera ahora susurrarles un nuevo principio. Alenna sintió que sus pies tocaban tierra firme por primera vez en lo que parecía una eternidad. Un campo amplio se extendía ante ellos, bañado por una bruma dorada. El cielo, de un tono púrpura imposible, parecía suspendido entre la noche y el amanecer. Era hermoso. Era extraño. Pero lo más inquietante… era familiar.
—¿Dónde estamos? —susurró Gabriel, observando los árboles que parecían respirar al compás del viento.
—No lo sé… pero siento que ya he estado aquí —respondió Alenna, frunciendo el ceño, atrapada entre reconocimiento y desconcierto.
A lo lejos, una figura solitaria los observaba. No tenía rostro, solo una silueta difusa como hecha de humo y recuerdos. Cuando Alenna dio un paso hacia ella, la figura se desvaneció, dejando una marca ardiente en el aire.
Gabriel se acercó y tocó la estela. Al instante, una imagen destelló ante ambos: era él mismo, de niño, corriendo por un prado, riendo, con los brazos abiertos… hacia una mujer que se parecía a Alenna.
Ella retrocedió, estremecida.
—Eso no… eso no puede ser.
—Tal vez no es una memoria —murmuró Gabriel—. Tal vez es una posibilidad.
El suelo comenzó a latir bajo sus pies, como si algo despertara en las entrañas del mundo. Del cielo cayeron fragmentos de espejos flotantes que reflejaban escenas cambiantes: una vida en la que Alenna era madre; otra en la que Gabriel no había nacido; otra más en la que ambos se enfrentaban como enemigos. Las imágenes no eran solo visiones, eran emociones. Y dolían.
—Nos están mostrando… todas las vidas que podrían haber sido —dijo Gabriel con la voz entrecortada—. Las decisiones que no tomamos. Las que sí. Todo lo que renunciamos… y todo lo que aún podríamos perder.
Uno de los espejos se acercó a Alenna. No quiso mirar, pero algo dentro de ella la obligó a hacerlo. En su reflejo, se vio vieja, sola, con los ojos vacíos. Sus labios moviéndose en silencio, repitiendo un nombre que el viento se llevaba.
—¡Basta! —gritó Gabriel, rompiendo el espejo con un puñetazo.
Los fragmentos no cayeron al suelo: se elevaron como polvo de cristal, y de ellos emergió una nueva figura… esta vez, con un rostro reconocible.
—¿Luciel? —murmuró Alenna. Su hermano, muerto desde hacía tantas vidas.
Luciel los miró con ternura y pena, como un espectro que jamás se alejó del todo.
—El ciclo se rompió, sí… pero aún quedan ecos —dijo él, su voz como un lamento contenido—. Y algunos de esos ecos pueden destruir lo que han construido.
Alenna se acercó, las lágrimas corriéndole por el rostro.
—¿Qué quieres decir?
—Los fragmentos del tiempo se desestabilizaron. Lo que han hecho ha salvado muchas realidades… pero otras ahora están colapsando. No todos los que alguna vez existieron lo entenderán. Algunos… buscarán venganza.
Detrás de Luciel, las sombras comenzaron a retorcerse, formando figuras humanas que no tenían rostro, pero que emanaban una energía fría y peligrosa.
—Son proyecciones de lo que alguna vez fueron ustedes —explicó Luciel—. Versiones atrapadas que no lograron liberarse. Y ahora… los culpan por su extinción.
Una figura femenina emergió entre las sombras. Llevaba una túnica como la de Alenna, pero sus ojos eran negros, vacíos.
—Soy lo que tú hubieses sido si hubieras elegido el camino oscuro —dijo, su voz como cuchillas de viento—. Y vengo por lo que me arrebataron.
Gabriel se interpuso entre ella y Alenna, mientras los demás ecos comenzaban a rodearlos.
—¿Qué quieren? —preguntó.
—Reclamar su lugar en el tiempo. Si ustedes eligieron romper el ciclo… entonces deben asumir todo lo que viene con ello. Las vidas que se perdieron, las realidades que se desmoronaron. Y pagar.
Luciel alzó la mano y el suelo tembló de nuevo. Un nuevo portal comenzó a abrirse, pero no era como los anteriores. Era inestable, rugiente, un remolino de caos y furia.
—Tienen que entrar —dijo él con urgencia—. Al otro lado, encontrarán la raíz de la fractura. Solo desde allí podrán sellar este último eco. Si no lo hacen… el universo se fragmentará para siempre.
Gabriel miró a Alenna, esta vez sin palabras. Ella asintió con los ojos encendidos por una mezcla de miedo y determinación.
—¿Y tú? —preguntó ella a Luciel.
—Yo ya no existo en ninguna línea… pero mi alma los seguirá, hasta el final.
La figura de Luciel comenzó a desvanecerse mientras los ecos se aproximaban. Gabriel tomó la mano de Alenna y, juntos, corrieron hacia el portal.
Cuando lo atravesaron, sintieron que su existencia se estiraba y se comprimía a la vez. No había aire. No había luz. Solo un murmullo…
“El amor es el único bucle que vale la pena repetir.”
Y entonces, el mundo cambió de nuevo.