Un Amor en Navidad

Deseos de Navidad

 

Llego a mi oficina y le pido un café a Brittany para poder calmarme y sentarme a trabajar. Tenía mucho tiempo que no me sentía así, verlo sonreír hizo que me dieran ganas de sonreír a mí también.

 

Sin poder evitarlo mis pensamientos me distraen y observando mi vacía oficina logro extrañar aquella época en que la adornaba, recuerdo que a Alfred le gustaba pasarse por aquí y competir conmigo a ver a quién le quedaba mejor. Siempre cedíamos ante un empate, amaba la navidad, pero ahora, no lo sé, ahora siento que sería una traición ser feliz si él no está.

 

Limpio una lágrima de mi mejilla y tomo la llamada de Brittany indicándome que el cliente llegó, es uno de los más importantes de la firma con un caso millonario debido al divorcio con su esposa. Hay mucho dinero en juego aquí.

 

Estoy dando inicio a la reunión con el señor Maxwel, cuando mi puerta se abre, mostrándome al sonriente hombre que me encontré hace un rato, noto como su sonrisa muere en sus labios cuando sus ojos recorren el lugar.

 

—Buenos días —saluda con la mirada puesta en mí—. Disculpen la demora, terminaba de instalarme en mi oficina, señor Maxwel ¿cómo está? —saludó extendiendo su mano—. Lucía, soy Patrick Brishman, no me diste tiempo de presentarme.  —me sonrojé de vergüenza por mi comportamiento y extendí mi mano hacia él, en forma de presentación, sin poder articular ninguna palabra. ¡El sonriente y hermoso desconocido era Patrick, el nieto de Alfred!

 

—Encantado de tenerte en mi equipo Patrick, ya Brishman me había dado la noticia de tu llegada.  —le dijo Maxwel.

 

El par, sentado frente a mí, comenzó una pequeña charla poniéndose al día de sus vidas, mientras yo entendía que debía resignarme y trabajar con él.

 

Una hora después y habiendo despedido a Maxwel veo a Patrick volver a tomar asiento en mi oficina, extrañada blanqueo los ojos y sin más remedio cierro de nuevo la puerta.

 

—¿Necesitas algo más?

 

—Sí, necesito que se vea reflejado el espíritu navideño en esta oficina, si sigues así, Santa no te traerá regalos. —bromeó.

 

—Tengo treinta y un años, ya no soy una niña que espera por Santa y sus regalos. —puso cara de horror ante mi respuesta.

 

—Lamentable, hay que cambiar eso. —se puso de pie—. Siempre hay milagros en navidad Lucía. Ya me encargaré de pedir el mío por los dos. —bufé.

 

—¡Ah!, ¿sí? ¿Y qué pedirás?, ¿galletas de jengibre? —reí con ironía, risa que desapareció en el mismo instante en el que se acercó a mí.

 

—No. Simplemente, pediré que vuelvas a sonreír desde el alma, y quién sabe, quizás hasta pida para mí un amor en navidad. —pronunció, mientras subía un hombro, restándole importancia y salía de mi oficina sin ver atrás.

 

∆∆∆∆∆

 

Los días de la semana comenzaron a pasar y extrañamente un adorno distinto aparecía diariamente en mi despacho, yo trataba de evitarlo, pero al verlos, una sonrisa salía de mí, no había que ser muy inteligente para saber que era él quien de, uno en uno, intentaba adornar mi espacio de trabajo.

 

Solo que yo no los ponía, todo lo que él dejaba lo iba guardando en una caja, misma caja que tuve que esconder porque las ganas de tomar cada cosa me tentaba, pero no podía hacerlo, no podía tomarlas y simplemente seguir con mi vida como si nada, se vería mal, estaría mal.

 

El viernes en la mañana llegué a mi oficina y al abrir la puerta  conseguí colgando al elfo de navidad, ese pequeñín vestido de rojo que aparece todos los días en un lugar distinto y que tiene como función, supervisar tu comportamiento, para en las noches viajar al polo norte y contárselo a Santa Claus.

 

Sin negármelo más, sonreí como hace mucho tiempo no lo hacía, lo tomé en mis manos desatándolo para llevarlo a mi escritorio. 

 

—Hola, pequeñín, ¿qué haré contigo?

 

—Lo primero debe ser ponerle nombre, ¿cuál te gusta? —me llevé una mano al pecho del susto que me dio.

 

—Se toca antes de entrar. —reclamé.

 

—¡Oh!, lo siento, estaba abierta  —sonrió inspeccionando todo alrededor—. ¿Dónde están los adornos que te he mandado? —lo dicho, siempre supe que era él.

 

—Los guardé. —dije, desinteresadamente, mientras me sentaba. Aunque por dentro tenía un extraño temor de que se molestara conmigo.

 

Me observó unos minutos y luego lo vi salir de mi oficina sin decir nada más, como al parecer es su costumbre, ¿qué hiciste Lucía? Y lo peor, ¿por qué te importa tanto?

 




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