Un Amor en Navidad

Descongelando Corazones

Mis reuniones del día terminaron y aún me quedaba tiempo para hacer algunas cosas, mientras el elfo en mi escritorio seguía mirándome como si juzgara mi actuar.

—No me mires así, sabes que amaba la navidad, pero ya no puedo. ¿Cómo vuelvo a disfrutar la vida sin sentirme culpable? —le pregunté como si pudiera contestarme.

En eso el sonido de mi puerta al ser tocada me asustó, no me dio tiempo de autorizar el ingreso de quien tocara cuando Patrick entró. Venía cargado de guirnaldas, luces y un pequeño árbol de navidad perfecto para un escritorio.

—¿Qué haces?

—Ayudarte a decorar. Willy nos está viendo y no me quiero quedar sin regalos en navidad.

—¿Quién es Willy? —pregunté extrañada.

—El elfo, ¿¡quién más!? Si está aquí es porque vino a supervisar tu comportamiento, y como yo a veces trabajo en esta oficina contigo, quiere decir que también verá el mío y a diferencia de ti, yo sí quiero que se me cumplan mis deseos de navidad, sabes que ya los pedí. —dijo con total convicción y negué, mientras reía.

—¿Qué edad tienes?, ¿cinco años? No quiero adornar mi oficina —enfaticé—. Debes respetar eso. —ordené, extrañamente nerviosa.

Él me miró con ese mar tan azul de sus ojos, dando pasos hacia mí hasta acariciar mi mejilla, logrando desarmarme por completo.

—Si supiera que tu convicción es desde el alma y no desde la culpa, lo dejaría estar, pero no permitiré que sigas marchitándote en tu soledad. Estoy seguro de que a tu esposo no le hubiese gustado verte así.

—Tú no puedes saber eso, no te permito que saques conjeturas sobre mí. —espeté molesta, porque pudiera ver tan rápido la verdad de lo que llevo.

—Por favor, Lucía, han pasado tres años, decoremos este lugar un poco, comienza a soltar la carga que llevas, deja que el espíritu de la navidad vuelva a brillar en ti.

—¿Cómo es que sabes tanto de mi vida? —musité conmovida.

—Prometo que un día frente a una chimenea, con un chocolate caliente en las manos, te lo contaré, pero te aseguro que lo que sé, fue por casualidad —asentí, porque en sus ojos solo vi sinceridad—. Anda bonita, decoremos.

Tenía tantas cosas procesándose en mi cabeza, me debatía entre hacerlo o no. Recordé a Bill y como era yo la que infundía alegría navideña en él para poder decorar. Él cedía a mis caprichos de navidad porque le encantaba verme feliz. ¿será que él aún donde quiera que esté desea verme feliz?

—Está bien, pero solo un poco. —aplaudió como si le hubiesen dado la mejor noticia del mundo, haciéndome reír.

—Perfecto —caminó a mi interfono y llamó a Brittany—. Bri, tráenos malvaviscos, chocolate caliente y galletas de jengibre, por favor, hay que celebrar que hoy comienza la navidad en este despacho. —negué, riendo.

—Estás loco, ¿lo sabías? Eres todo un cliché.—me miró con chulería.

—Nena, los cliché jamás pasan de moda.

Así fue como pasamos casi dos horas de una tarde de diciembre, adornando mi vacía oficina. Pusimos su extraño arbolito en mi escritorio, guirnaldas alrededor del marco de la puerta y un rincón de luz en mi biblioteca.

Todos los adornos pequeños que había traído los colocó por diferentes lugares, haciendo que al final de todo, se viera hermoso.

—¡Me encanta! Quedó muy lindo, en serio —expresé con sinceridad—. Gracias Patrick.

Su forma de verme era tan profunda, que erizó cada vello de mi piel, cuando despacio, se me acercó.

—Con ver esta sonrisa estoy más que satisfecho. —no supe qué decir, hace mucho tiempo no dejaba que alguien se acercara a mí.

—Pero miren qué hermosa oficina tenemos aquí. —exclamó, Alfred Brishman, entrando a mi despacho.

—Ahora sí se puede decir que en todo Brishman & Asociados, llegó la navidad. —lo secundó Patrick, dejándome sola al alejarse.

—Solo porque este año es especial y lo saben.—advertí.

—No querida —Alfred se acercó a mí, palmeando mi espalda—. Ocurrió porque este cambio es parte de los milagros de la navidad. La alegría de noche buena arropará tu vida, vas a ver.

Sonreí con sentimiento, adoraba a este hombre, iba a ser difícil trabajar sin él.

—Así que viniste nada más que a supervisar el trabajo de tu nieto. —aseguré con fingida molestia, haciendo que de él brotara una profunda carcajada.

—No, no estaba enterado de lo que pasaba aquí —explicó—. Vine porque deseo jugar un poco de ajedrez antes de irme, ¿quieres jugar y perder frente a este viejo?

Acepté y las horas transcurrieron entre risas, chocolate caliente y jaque mate, jugamos por turnos y nos divertimos bastante. Patrick, como su abuelo era un excelente contrincante.

—Es tarde hijo, lo mejor será que lleves a Lucía a su casa. —me tensé. No quería estar sola con él.

—Por supuesto, abuelo, soy un caballero. Vamos bonita.

—Tranquilo, no es necesario.

—Lo es —interrumpió Brishman—. Es tarde, no puedes estar sola por ahí.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.