Un amor entre tango y flamenco

Capítulo 1

Daniel.

Son casi las tres de la madrugada y Javier no deja de llorar. Llevo horas intentando calmarlo. Lo he acunado, le he cantado, pero no hay manera. Estoy agotado. Me siento aquí, en el borde de la cama, con la cabeza entre las manos, tratando de que el sonido de su llanto no me destroce más de lo que ya estoy. No sé cómo hacerlo… no sé cómo ser el padre que él necesita.

Cierro los ojos y lo veo todo otra vez. El pasillo del hospital, las luces blancas y frías. Los médicos entrando y saliendo de la sala de parto, pero yo solo tenía ojos para la puerta por donde había entrado Elvira.

Estaba tan nervioso, pero también emocionado. Íbamos a ser padres, por fin. Después de tantos años de intentos fallidos, después de todas esas veces que nos decían “todavía no”. No obstante, Dios… nunca pensé que sería así.

El médico salió primero. Lo vi en su cara antes de que hablara. No necesitaba decirme nada; aun así, lo hizo, como si esas palabras no fueran a partirme en dos.

—Su esposa no resistió el parto. Lo siento mucho.

Sentí que el mundo se detenía. No escuché nada más. Me pusieron a Javier en los brazos; sin embargo, todo lo que podía sentir era el vacío, un vacío tan grande que me dejaba sin aliento. Lo tenía a él, un hijo del fruto de un inmenso amor; no obstante había perdido a Elvira. ¿Cómo podía ser que en el momento en que por fin teníamos lo que tanto habíamos soñado, la vida me arrancaba lo más importante? ¿Cómo puede ser tan cruel?

Abro los ojos de nuevo y Javier sigue llorando. Estoy solo en esta casa enorme, que ahora parece aún más vacía sin mi mujer. A veces pienso que Dios se ha ensañado conmigo. Primero, mi madre, que se largó cuando tenía quince años sin mirar atrás. Luego, mi padre, que hizo lo que pudo, pero nunca estuvo realmente presente. Él se dedicó a la empresa, a criarme con la ayuda de Eva y Jaime, nuestros empleados de toda la vida, pero ellos ya son mayores. No pueden ayudarme ahora con un bebé.

Y aquí estoy, como mi padre, solo, pero con una carga aún mayor. Un hijo. Un bebé que no deja de llorar y no tengo idea de cómo calmarlo. Ni siquiera sé cómo cambiarle el pañal sin hacer un desastre. ¿Qué clase de padre soy?

Siempre pensé que ser padre sería algo natural, que cuando llegara el momento, lo sabría. Pero la verdad es que no sé nada. No sé cómo hacerlo. No sé si alguna vez podré hacerlo bien.

Lo miro, y su llanto me duele más que cualquier cosa. No entiende lo que está pasando, no entiende que su madre ya no está. Solo siente hambre, cansancio… o tal vez tristeza, pero no puede expresarlo. Y yo no sé cómo ser suficiente para él. ¿Cómo lo hago? ¿Cómo lo hago sin ella?

—No sé cómo hacer esto —le digo en un susurro, mientras lo sostengo en mis brazos con torpeza.

Estoy roto, destrozado, y lo único que puedo hacer es seguir adelante, por él. Pero, aunque no sé cómo, sé que tengo que encontrar una manera.

Al día siguiente llego a la empresa hecho un desastre. Apenas he dormido una hora, si es que a eso se le puede llamar dormir.

Javier sigue llorando cuando logro cerrar los ojos, y cuando despierto, no ha mejorado. Mis manos tiemblan del cansancio, y siento que en cualquier momento voy a perder el control.

Lo llevo conmigo porque no puedo dejarlo solo, pero, siendo sincero, tampoco sé qué hacer con él. Entro a la oficina como un zombi, sintiendo las miradas de algunos empleados, pero me da igual. ¿Qué van a saber ellos de lo que está pasando? Nadie entiende el infierno en el que estoy viviendo.

Alba me ve entrar y se levanta de inmediato. Siempre ha sido eficiente, directa; aun así, hoy noto que me mira como si fuera una bomba a punto de explotar.

No la culpo. Estoy al borde, y se nota. Javier sigue inquieto, removiéndose en su portabebés, y yo solo quiero silencio, cinco minutos de paz, aunque sé que no los voy a tener.

—Daniel… —Su voz es suave, casi maternal, no obstante no quiero eso. No necesito compasión.

La corto antes de que pueda seguir.

—Necesito que consigas una niñera —escupo las palabras, sintiendo la urgencia apoderarse de mí—. Alguien que esté dispuesta a trabajar internamente en mi casa. Con un día libre a la semana, lo que sea, pero tiene que estar disponible cuanto antes.

Veo cómo Alba asimila lo que le estoy pidiendo. Sé que no es fácil, pero no me importa. Estoy desesperado. La miro a los ojos, esperando que entienda la gravedad de la situación. Ella asiente, como siempre, sin preguntas, sin reproches.

—Se pagará bien, lo que sea necesario —añado, esta vez con un tono más bajo, casi derrotado.

Me dejo caer en la silla detrás de mi escritorio. El cuero frío me recuerda lo solo que estoy. Ni siquiera puedo mantener los ojos abiertos por completo. El cansancio me está venciendo, pero no puedo permitírmelo. No con Javier dependiendo de mí.

—Un día libre, solo eso —repito en voz baja, más para mí mismo que para ella—. Necesito que alguien esté ahí todo el tiempo… porque yo no puedo, ya no. Me siento un inútil andante.

Alba me mira en silencio. Sé que lo entiende. No es solo una niñera lo que necesito. Es alguien que pueda estar ahí cuando yo

no puedo, alguien que haga lo que yo no sé hacer.

Ya conocemos un poquitito de él.

Vas a conocer algunas costumbres de ambos países, si te gustaría que se remarcar alguna en especial, cuéntanos.




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