María Dolores.
¿Te ha pasado que cuando no quieres quedarte dormida, te despiertas sobresaltada por el miedo a que eso pase sin que la alarma suene?
Bueno, mi noche ha sido una de esas, y lo peor, es que ahora estoy cambiándome apurada para alistarme, sin bañarme, pues… Sí, me dormí.
—El desodorante y el perfume van a tapar cualquier mal color —comento en voz alta al mirarme al espejo, desenredando el nido de carancho que tengo en mis cabellos.
Unos golpes en la puerta hacen que desista, y entre suspiros me hago una coleta para verme lo más presentable posible.
Al abrir la madera, diviso a la superiora con el ceño fruncido y rostro enojado. Le sonrío batiendo mis pestañas con inocencia, y sin preverlo, me hace girar sobre mis talones.
—¿Justo hoy se te ocurrió enamorarte de tu colchón y quedarte más tiempo sobre él? —me reprende soltando mi moño.
—Perdón, no lo hice a propósito, lo juro, es que… —El leve tirón que ejerce ella en mi cabeza mientras trenza mi pelo hace que enmudezca.
—Loly, el director está en el jardín. Logramos persuadirlo informándole que saliste a comprar. Agarra esas bolsas que están en el piso y corre a la cocina, querida —sisea tajante.
Mi vista se planta en esos dos objetos repletos de frutas y verduras, y cuando siento que me suelta, me agacho a tomarlas.
—Gracias, gracias. Las amo. Son las mejores —a toda prisa, muevo mis pies hasta donde me ha dicho.
—Loly, no vayas tan rápido, o puedes caerte —grita carcajeándose.
No le presto atención a su advertencia, y doblo en el pasillo como alma que lleva al diablo. Grave error, pues choco con alguien y termino desparramada en el piso.
—¿Por qué carajo no te fijas por dónde vas? —vocifero enardecida juntando las manzanas en la bolsa.
—¡Te vas! —esa voz hace que me paralice—. Te vas ya mismo de aquí.
—Señor. ¿Está bien? —pregunta la superiora al llegar hasta nosotros y trago grueso.
—Les he dicho que esta mujer es un peligro —escupe él cuando ella lo asiste para que se levante—. Si en vez de tirarme a mí hubiera sido a alguno de los niños… no quiero ni pensarlo. Junta tus pertenencias y vete.
—No, no, deme otra oportunidad, por favor. Sabe que no tengo a dónde ir. Por favor, por favor —le imploro entre llantos al incorporarme con la tela entre mis dedos.
—Se te han regalado tres años para que busques un sitio y no lo has hecho. Eres mala influencia, María Dolores García. Si lo permito, tendré que dejar que otros jóvenes quieran hacer lo mismo cuando cumplan su mayoría de edad. Te doy hasta esta noche para que te marches, más tardar, mañana a la mañana deberás dejar tu habitación —demanda colérico.
—Señor. Ella nos ayuda con los chicos, es importante para ellos y para nosotras. No podemos con todo el trabajo solas —sale en mi defensa la superiora.
—Entonces, traeré a más monjas para que cubran su lugar y quehaceres. Ella no es una religiosa. Es mi última palabra. Y le advierto, trate de no interponerse, o me veré en la obligación de buscar otra iglesia para usted también —la amenaza sacudiendo el supuesto polvo de sus prendas.
—No voy a permitir que eso suceda —claudico derrotada—. No se preocupe, señor, como dijo, más tardar mañana a la mañana me voy y se libra de mí.
—Eso espero. Ahora, enciérrate en tu cuarto hasta que me vaya. No quiero que ocasiones más accidentes en mi presencia —bajo mi cabeza limpiando mis lágrimas con la manga de mi ropa y afirmo.
Suelto lo que sostengo y es el momento justo donde pienso que hoy no es mi día, pues varias manzanas van directo hacia el pie del viejo como imán, golpeándolo.
—¡Auch!, eres una catástrofe con patas —brama él saltando sobre el pie que le queda sano.
—No me eche la culpa, don. ¿Quién lo manda a estar descalzo? —murmuro suavecito.
—¡Descalzo! —chilla indignado dejándose caer sobre el suelo para sobar la parte afectada—. Cuando me pasaste por encima, hiciste que mi zapato volara.
—Eso quiere decir que no sabe atarse los cordones. Si quiere, le enseño —me ofrezco.
—Loly, ve a tu recámara, por favor. ¡Ya! —elevo mi mentón para ver a la superiora y no acoto nada más.
La conozco, sé que cuando esa arruga en su nariz le aparece, es por qué ha perdido la paciencia.
A paso lento y arrastrado mis zapatillas, vuelvo a mi rincón que tanto amo, ese que después de mañana no voy a poder disfrutar.
Me encierro entre estas cuatro paredes y es cuando permito que mis ojos liberen su pesar. Me acurruco en mi cama, y lloro, lloro por mi desastrosa vida. Por mi incierto futuro.
—¿Seguramente por esto tus padres te abandonaron aquí? —me recrimino, apretando mis rodillas en mi pecho con fuerza, intentando mermar el dolor que se planta en mi pecho—. ¿Qué vas a hacer, Loly? ¿Qué va a pasar contigo? —inquiero desolada.