Salgo de la oficina frotándome las sienes, como si ese simple gesto pudiera exorcizar el caos de mi tedioso día.
Alba está en su escritorio, con esa sonrisa incesante de quien parece vivir en un lugar feliz… completamente opuesto al infierno en el que yo me encuentro consumido.
—Necesito a la niñera ya, Alba. Era para ayer, ¿no me entendiste? —digo, apenas cruzo la puerta, evitando mirar el capazo donde Javier sigue durmiendo, ajeno a que su padre está al borde del colapso físico y mental.
—Ya la tengo, jefe —responde con un tono que, sinceramente, me parece demasiado alegre para la situación—. Solo que hay un pequeño problema…
Aquí viene. Me preparo mentalmente para lo que sea que vaya a decirme esta vez.
—¿Pequeño problema? —repito, sabiendo que su definición de “pequeño” es muy diferente a la mía—. No me gusta cómo suena eso.
—Está... al otro lado del mundo. Argentina, concretamente —dice, mostrando una sonrisa tensa, como si me estuviera diciendo que la niñera está a tres calles y no, literalmente, en la puñetera Argentina.
—¿En el otro lado del mundo? —repito incrédulo—. ¿Argentina? ¿No hay niñeras más cerca, Alba? ¡Esto es Madrid, por el amor de Dios!
—Sí, claro que hay, y muchas. Pero ninguna en la que confíe tanto como en esta. Es perfecta.
—¿Cuándo llega? —pregunto, tratando de contener la gran molestia que empieza a recorrer mis venas. Así tenga que traerla de Marte, lo haré.
—Solo que… bueno… necesitamos una visa y encontrar un vuelo que no cueste un riñón, y estará aquí.
Ahí está. Grito, pero no de un modo que despierte a Javier, claro, sino de esos gritos interiores que desgarran el alma, la razón y hasta el cerebro.
—¡Alba! —susurro entre dientes, con un autocontrol digno de un monje budista—. Pásame su currículum.
Ella parpadea un par de veces, como si le hablara en otro idioma.
—No… no le he pedido un currículum, jefe. Cómo me dijo que me encargara de todo, y bueno, yo la conozco… ya la contraté.
Siento cómo un leve tic empieza a temblar en mi ojo derecho. No voy a explotar. Al menos, no de forma visible. Pero, ¡maldita sea!, estoy cerca.
—Alba, la próxima vez que hagas algo así, juro que te mando a la calle. ¿Me oyes? Dame los datos de la chica —vocifero en voz baja, enajenado, mientras mi párpado sigue palpitando.
Ella asiente, se escabulle de su escritorio como un ratoncillo en busca de queso y vuelve con una carpeta que parece más ligera de lo que esperaba. Sin mediar palabra, me da los papeles y hace una llamada a la que no presto atención mientras hojeo la única hoja dentro del folio.
—¿De dónde es tu amiga exactamente? —pregunto mientras ella ríe en su llamada.
—Bahía Blanca, Argentina, jefe. —Me lo dice como si acabara de contarme que está trayendo una baguette desde la panadería de la esquina.
Tomo aire y exhalo muy, muy despacio. Pienso en el vuelo, la visa, el dinero que esto va a costar. Pienso en Javier, que sigue durmiendo plácidamente en su pequeño capazo, ajeno a todo. Maldito sea su sueño profundo.
—Está bien. Solucionémoslo. Pero que esto salga bien, Alba, o te juro que…
Ella desaparece hacia su escritorio otra vez, sorprendentemente ágil. Al poco rato vuelve con una expresión de triunfo en la cara.
—¡Alba! —alzo la voz, y Javier se remueve un poco, pero no despierta. Por suerte.
—¿Sí, jefe? —pregunta mientras yo tecleo en mi ordenador.
—Llama a Esteban de Construcción Sánchez, donde trabaja Gregori a ver si él o Esteban aún no han vuelto de Argentina. Creo que volvían hoy. Pregunta si tienen hueco para alguien más en su avión.
Alba sale despacio, con esa sonrisa que nunca se le borra. Si no fuese la esposa de mi mejor amigo y ella mi mejor amiga, seguramente estaría de patitas en la calle. Pero, después de todo, tengo que agradecerle que siempre esté ahí para mí.
—¡Listo, jefe! —entra feliz al despacho de nuevo—. Llamé a nuestro Gregori y va a pasar a recogerla en tres horas. Dice que él puede solucionarlo todo.
—¿Tres horas? —repito en voz alta para mí mismo—. Que esa chica no haga esperar a Gregori o la mando de vuelta a su casa antes de que aterrice en Madrid.
—Lo hará, jefe. ¡No se preocupe! —exclama emocionada, y sale corriendo del despacho con su inagotable energía.
Miro a Javier, que sigue en su mundo de sueños, mientras yo vivo en una pesadilla.
Sé que mi amigo no me defraudará. También soy consciente de que este favor me va a salir muy caro. Pero si no soluciono este problema lo antes posible, puedo perder más de lo que imagino. Mi salud mental está en juego. Y también mi paciencia.
Este hombre, sí que es enojón, ya veremos qué hará cuando conozca a nuestra Loly.