Un amor entre tango y flamenco

Capítulo 6

Daniel.

Dejo el informe que tengo en mis manos sobre la mesa y, agotado, me froto los ojos. Las palabras empiezan a mezclarse delante de mí después de tantas horas, pero el caso está casi listo. Solo necesito revisar un par de puntos más.

Miro de reojo a Alba, que está dándole el biberón a Javier. Decidí traerlo al despacho también hoy, y aunque no debería ser lo habitual, al menos está tranquilo en sus brazos. Ella siempre ha sido de confianza, y su marido, Ernesto, mi amigo, nunca me ha fallado.

—Parece que alguien tiene más hambre de lo que creíamos —sonríe ella mientras acomoda a Javier en su regazo—. ¡Este niño no para de crecer!

—Sí, cada día parece más grande —respondo, un poco distraído, mientras intento revisar un par de documentos más—. Gracias por ayudarme con él, Alba.

—No te preocupes, jefe. Con dos hijos en casa, ya tengo práctica. Ernesto y yo sabemos lo que es no tener descanso con los niños pequeños —se ríe suavemente—. Por cierto, hablando de Ernesto, me pidió que te recordara la barbacoa del próximo fin de semana. Insiste en que no puedes faltar esta vez. Se va a enfadar si lo vuelves a cancelar en el último minuto.

—Voy a intentarlo, pero ya sabes cómo son las cosas por ahora —señalo el desorden de papeles en mi escritorio—. Cada vez que planeo algo, surge una emergencia.

—Sí, lo sé —asiente ella con empatía—. Pero, Daniel, tienes que empezar a hacer un esfuerzo por salir un poco de este despacho. No puedes encerrarte en tu trabajo solo porque ahora estás con Javier.

Sus palabras me molestan un poco, pero sé que no lo hace con mala intención.

—Es solo que ahora tengo que pensar en él primero —replico, intentando sonar racional—. Además de que no me apetece salir.

—Entiendo que todo esto es nuevo y muy duro para ti, pero te estás cerrando en tu mundo. —suspira—. Jefe… Elvira ya no está… y tienes que empezar a superarlo. Sé que es difícil, sin embargo no puedes seguir viviendo como si no hubiera vida fuera de este bufete y de cuidar a Javier. Ernesto y yo solo queremos que salgas un rato, te relajes. Una barbacoa en nuestra casa no es el fin del mundo, no te hará peor, padre, ni significa que la hayas olvidado…

Me quedo en silencio un momento. Escuchar el nombre de Elvira todavía me afecta, pero Alba tiene razón. No debo seguir aislado, aunque es lo único que quiero, por ahora.

—Lo pensaré —digo, con más firmeza de la que siento.

Alba ladea sus labios, satisfecha con mi respuesta.

—Además, ya vas a tener niñera. —Sonríe débilmente—. Con Loly aquí, tendrás mucha ayuda. Puedes ir a la barbacoa y desconectarte sabiendo que Javier está bien cuidado.

Gruño, recordando la llamada que debo hacer para cerrar el asunto de la dichosa niñera extranjera.

—Sí, tienes razón y si es tan alegre como dices, seguro que no dura ni una semana conmigo —objeto con una falsa empatía, cansado, destrozado.

—Dale una oportunidad. Hazlo por mí y por Ernesto, por lo menos. Él también se preocupa por ti, lo sabes.

El teléfono vibra sobre el escritorio, interrumpiendo nuestra conversación. Miro el remitente y diviso que es Gregori. Espero que esa mujer no le haya dado ningún inconveniente ante lo que le he pedido.

Suspiro, y antes de contestar, suelto todo el aire que tengo en mis pulmones con exageración.

—Dime, Gregori —respondo, casi seguro de saber por lo que llama.

—Ya he recogido a la muchacha que me dijiste. Loly, ¿no? —Su tono despreocupado me enerva y puedo imaginar su sonrisa al otro lado—. ¡Tienes que contarme cómo alguien tan amargado como tú ha contratado a una chica como esta! Es dulce y risueña… Vamos, no te pega ni en sueños, Daniel.

Gruño para mis adentros. Loly… ¿Por qué diantres alguien me llama la atención sobre la personalidad de la niñera que ni siquiera he conocido?

—Lo que me faltaba, seguramente será insoportable… —mascullo entre dientes—. ¿Cuándo llegan?

—Mañana de madrugada —canturrea Gregori—. Desde Argentina hay un largo vuelo. Tranquilo, no te preocupes por nada, yo mismo la llevaré hasta tu casa, sana y salva, te lo prometo.

—No es necesario, puedo mandar a alguien —lo interrumpo, más por formalidad que por interés.

—¡Nada de eso! Yo me encargo con gusto, ella es adorable y me fascina ver cómo se sorprende con cada cosa que ve —insiste, con esa actitud que no admite réplica.

Cuelgo, frunciendo el ceño. Gregori no puede ser más entusiasta con esto, lo que me deja con la desagradable sensación de que la chica, Loly, es del tipo de fémina a la que él podría encontrar interesante, es decir, de las que yo aborrezco y trato de no cruzarme.

Seguro que es otra de esas jóvenes demasiado despreocupadas, y liberales, ¿quién sabe cuánto tiempo durará en este trabajo antes de que tenga que buscar otra niñera para mi pequeño?

No puedo evitar pensar en los problemas que podrían venir. Lo importante en este instante es que tenga una persona capaz de criar a mi hijo, pero si esta no encaja, no dudaré en despedirla. No me importa lo que opine mi querida secretaria o lo que me haya costado.




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