María Dolores.
Me renuevo un poco al sentir unos dedos acariciar mis mejillas. Al darme cuenta de dónde estoy, sobresaltada, abro mis ojos y me siento de golpe ante su tacto, ya que veo a Gregori anclando sus pupilas en las mías con una pícara sonrisa en sus labios.
—Disculpa mi atrevimiento, pero te estaba llamando para avisarte que tenemos que volver a nuestros asientos para que el avión pueda descender. Se nota que estabas exhausta, pues por más que te he nombrado varias veces, no logré despertarte y no me ha quedado más opción que intentarlo al tocar tu suave piel —su voz áspera hace que me ponga nerviosa y, apretando mi mochila sobre mi pecho, suelto un audible suspiro.
—No se preocupe, deme unos segundos que voy hasta el baño y me siento junto a usted —él asiente y se pone de pie.
—No demores, por favor, que no falta mucho —gira sobre sus talones y se retira del sitio.
Apresuro mi andar y al llegar al pequeño tocador, me lavo la cara y acomodo mis cabellos luego de hacer mis necesidades. Salgo de la habitación y lo veo parado al lado del asiento que yo ocupaba con anterioridad.
—Es de madrugada en España, si miras por la ventanilla podrás admirar las luces —señala la butaca y me acomodo—. Déjame abrocharte el cinturón para que estés más segura.
Desvío mi vista hacia el vidrio, admirando el hermoso paisaje, mientras siento que mis pómulos se encienden ante su delicado toque. Él, al acabar, repite la acción sobre su cuerpo y cuando el avión comienza a sacudirse, intenta distraerme contándome sobre este precioso país.
—¡Se detuvo y no estoy muerta! —aflojo mis uñas que clavo en el apoya brazo.
—Te dije que era seguro —se burla—. Es tarde, y por ello me he ofrecido a llevarte a tu nuevo hogar.
—No es necesario que se moleste, si usted me da la dirección, puedo tomarme un taxi —me incorporo un poco en la butaca.
—No es molestia, mi coche está aparcado en el estacionamiento y me queda de paso, aparte, no sería un buen guía turístico si lo permitiera —mi rostro debe parecer un tomate, estoy segura.
No lo contradigo, no puedo, debido a que no tengo un peso en el bolsillo y si él llegara a dejarme sola, no sabría qué hacer.
—Entonces le agradezco su hospitalidad —ladeo mis labios.
Saludamos a la tripulación antes de bajar. El señor Sánchez es el primero en tocar tierra firme y, al hacerlo, lo sigo desde atrás.
Mis cuencas se expanden al divisar el paraje, la estructura es enorme y bellísima, estoy anonadada, sorprendida, entusiasmada.
—¿Nunca imaginaste estar aquí? —inquiere al abrir una de las puertas vidriadas para dejarme pasar.
—Ni en mis sueños. Yo siempre pensé que terminaría siendo una viejita gruñona en el hogar en donde estaba, cuidando a mis niños y ayudando a los nuevos —ajusto la correa de mi mochila sobre mi brazo intentando que cada imagen se quede grabada en mi cabeza.
—El aeropuerto se llama aeropuerto de Adolfo Suárez Madrid - Barajas. Y el condominio en donde vas a trabajar La moraleja. Vas a estar muy cuidada, ya que es uno de los barrios más seguros de aquí y el más privilegiado. Toda la gente más adinerada va a ser tus vecinos, es decir, que vas a conocer a varios artistas y famosos.
Él me toma del hombro cuando me detengo embobada al apreciar la cantidad de pisos, la gente, los locales.
—Mi cabeza me va a explotar. Voy a perderme —gesticulo con dramatismo.
—No vas a perderte. Permiso, no quiero que nada te suceda —agarra mi mano y entrelaza nuestros dedos.
Me quedo dura y él me jala con cuidado para que continúe mi andar.
—Gra… gracias —siento que suelta más su agarre y me sonríe.
—Vamos. Seguramente Daniel debe estar preocupado, yo lo llamé desde el avión cuando estabas descansando. —Es lo último que menciona al caminar conmigo a la rastra.
El aeropuerto Madrid-Barajas es impresionante. Al entrar, te encuentras con un espacio enorme y moderno.
Las paredes parecen hechas de cristal, lo que de día seguro permite que la luz natural inunde el lugar, y las estructuras del techo se elevan en un diseño tan futurista que parece sacado de una película. Los pasillos son amplios, con suelos brillantes y detalles en colores cálidos que le dan una sensación acogedora. Es como estar en una ciudad dentro de otra ciudad. La cantidad de tiendas, restaurantes y zonas de descanso son asombrosas.
¡Es todo tan grande y moderno que no puedo dejar de mirar!
Al llegar al aparcadero, que debo señalar que también es divino, hace sonar la alarma de un automóvil muy cerca de nosotros y, una vez que nos situamos en su interior, arranca.
Gregori me relata con orgullo la historia de Madrid mientras dejamos atrás las farolas que alumbran cada calle.
Estoy tan fascinada con todo que cuando él se estaciona en una bellísima casa, mi nerviosismo se hace presente.
—¿Esta es la vivienda? —averiguo al intentar respirar.
—Sí, aquí vas a vivir. Ven, vayamos a despertar a tu futuro jefe —no espero más y salgo.