Loly.
Luego de que me quedo sola en el cuarto del bebé, y lo veo plácidamente dormido, comienzo a abrir y cerrar los cajones de los armarios que están aquí. Necesito saber dónde está cada cosa que pueda necesitar para el cuidado de Javier.
Memorizo cada objeto, cada prenda, o sitio donde se resguardan sus pañales o talco, pues esta habitación está totalmente pulcra y organizada. Todo lo contrario a lo que estaba la alcoba anterior, la de mi jefe.
El niño se mueve un poco, y con cuidado lo saco de su cuna para apoyarlo en el cambiador. Me toma unos segundos cambiar su pañal, y cuando queda limpiecito, lo sostengo entre mis brazos y me voy a mi habitación.
Me sorprendo al ver el interior, ya que es muchísimo más grande que el que tenía. “Cualquier espacio es más grande que esa cajita de zapatos”, pienso negando con la cabeza y soltando el aire que tenía retenido.
Recuesto al enano precioso en el colchón, asegurándome de que esté resguardado con todas las almohadas que hay aquí y al visualizar mi mochila en una silla. Sin perder tiempo, acomodo lo poco que he traído y, al acabar, me acuesto al lado de Javi sin molestarlo.
Por inercia, apoyo mi mano sobre su pancita y al sentir su tranquilo respirar, cierro mis ojos para tratar de dormir.
“Descanse mientras él duerme” —rememoro las secas palabras de su padre.
—Ni que fuera una marmota. ¿Acaso no sabe que un recién nacido duerme casi todo el día? —me enojo.
El tipo me parece muy serio, distante, muy correcto, o es de lo que he percatado por su manera de tratarme. Espero que pueda sobrellevar la situación, ya que yo soy su polo opuesto. Voy a tener que morderme la lengua si es que no quiero que me eche el primer día laboral.
Mis párpados se juntan, y con ese pensamiento, me duermo.
—Déjame dormir un ratito más, tengo sueño —la pereza me gana y quiero seguir en ese sueño candente donde soy Bianca, la protagonista de la historia de Nieves Azul, “Un amor por recuperar”, que estoy leyendo ahora.
Tom me está dando besos en el cuello y susurrándome que sea suya luego de que se entera de por qué lo he dejado en el pasado.
—La dejaría dormir con todo el gusto posible, pero no se puede. Si mi niño Daniel llega a saber que Javier no ha comido, va a enojarse —la voz dulce de una señora me saca de mi fantástico momento y abro mis pupilas de inmediato.
Mis mejillas se encienden en el acto, aunque me tranquilizo al percibir al bebé junto a mí y completamente dormido.
—No se preocupe, ya me encargo —me levanto y corro hasta el baño que tiene el cuarto.
Hago mis necesidades y me acicalo con agilidad, tratando de quedar lo más presentable posible. Al salir, la señora sigue como estatua en donde estaba y aprovecho a agarrar mi móvil para verificar la hora.
»Javi no debe tener hambre, hace menos de dos horas que se ha tragado una mamadera entera y lo he mudado para que descanse en paz —hablo con tranquilidad al depositar el aparto en la mesa de luz bajo la atenta mirada de ella.
—Entonces, me disculpo por importunarla, señorita. Mi nombre es Eva y soy el ama de llaves de esta casa —susurra apacible.
—Descuide, no me ha importunado, es más, le agradezco que lo haya hecho. Me gustaría que me dijera dónde está la cocina para preparar las raciones de este pequeñito con antelación, si no le molesta —ella asiente, y con cuidado, elevo a Javier entre mis brazos mientras le canto para que no se incomode.
Mi boca se abre al ver cada espacio que vamos transitando, pues es muy grande, con una exquisita decoración, aunque algo frívola. Anoche, no le presté mucha importancia al sitio.
”Cuando este niño camine, va a derribar todos estos floreros y destruir las piezas vidriadas”, pienso sonriendo como el gato de Alicia en el país de las maravillas.
—Daniel, ya se ha ido a la empresa. Me ha comunicado que vuelve para almorzar, ya que ustedes deben hablar. Allí están los biberones, allí la leche y, por favor, cuando la calientes, hazlo a baño María —me señala cada uno de los compartimentos—. La pediatra le ha aconsejado que lo haga de ese modo para que el estómago de Javi no se dañe.
—Gracias por el consejo, señora, lo voy a tener en cuenta —Acurruco más su cuerpecito al mío y le acaricio el ceño fruncido que le ha aparecido al bebé para que se le desaparezca.
—Bueno, debo dejarlos. Cualquier inconveniente que tengas, no dudes en llamarme. Yo debo empezar a limpiar, no vamos a estar muy lejos. —Eva pasa por mi lado y besa la frente del infante—. Te amo, pequeñín.
La mañana se me pasa volando, Javier es un dulce de leche y no me da trabajo cuidarlo. Bañarlo fue algo muy divertido, por el hecho de que he observado que se relaja cuando tiene su cuerpito sumergido en el agua caliente.
He llamado a mi madre de mentiras para contarle todo y se ha puesto más que feliz por mí, aunque no ha podido evitar darme sus sermones y advertirme de que debo comportarme bien.
Ya es medio día y, como veo que Javier está súper cómodo en su capazo, lo llevo a la cocina para ayudar en lo que pueda a la señora Eva.
Las dos nos enfrascamos en una amena conversación; en realidad, ella no para de reírse de las anécdotas que le estoy contando.