Un amor entre tango y flamenco

Capítulo 11

DANIEL.

Llego a la oficina sintiendo, por primera vez en semanas, algo que podría describirse como descanso. Apenas cruzo la puerta, Alba me recibe desde su escritorio, su taza de café siempre presente y su sonrisa irónica ya en posición.

—Buenos días, jefe.

—Buenos días, Alba. ¿Todo en orden?

Ella asiente, pero no tarda en lanzarme una mirada significativa.

—Bueno, ¿y qué tal mi amiga?

Dejo mi maletín sobre la mesa que hay junto a su escritorio, resoplando con algo de cansancio.

—No lo sé. La verdad, no me termina de convencer.

—¿Qué pasó ahora? —pregunta, ya preparada para un monólogo mío.

—Su forma de vestir… no sé. No es exactamente lo que esperaba. Va demasiado casual. Y su forma de ser, tan confiada…

—Ah, claro, porque contratar a alguien competente, pero que no vista de uniforme es un problema —replica ella con sarcasmo, alzando las cejas.

—No es solo eso. Es que parece demasiado… natural, risueña, feliz.

Alba deja su taza sobre el escritorio y me mira fijamente, como suele hacer cuando cree que estoy siendo irracional.

—Daniel, no te fijes en esas cosas. Lo importante es cómo trata a Javier, no si lleva vaqueros o un vestido de gala.

—Ya, pero… —empiezo, y ella me interrumpe.

—No hay peros. Si la contraté fue porque tiene experiencia con niños y es una persona de confianza. Dale una oportunidad, ¿vale?

No le contesto, pero sé que tiene razón. Recojo mi maletín y camino hacia mi despacho, dejando que el eco de mis pasos llene el silencio incómodo. Apenas cierro la puerta detrás de mí, dejo escapar un suspiro.

Sin embargo, mi respiro dura poco. Escucho una voz femenina al otro lado de la puerta, tan melosa como inconfundible.

—Hola, Alba. ¿Está Daniel? Necesito hablar con él.

Claudia Vance. Una de mis primeras clientas, y amiga de la familia, sus padres y los míos eran buenos amigos, pero Claudia nunca ha sido compatible conmigo.

Genial. No estoy de humor para esto.

Alba golpea la puerta ligeramente antes de entrar.

—Jefe, ha llegado la señorita Claudia Vance. Dice que quiere hablar contigo.

—¿Tiene cita? —pregunto, aunque ya me sé la respuesta.

Alba rueda los ojos y me lanza una mirada que no necesita palabras:

Ya sabes que no.

—Déjala pasar cinco minutos. —Alba niega con la cabeza y sonríe. —Solo cinco y entras.

Ella asiente y desaparece. Segundos después, Claudia entra con la gracia teatral que siempre la acompaña.

—Daniel, querido, qué alegría verte.

—Buenos días, Claudia. ¿En qué puedo ayudarte?

Se sienta frente a mí, sin esperar invitación, cruzando las piernas y acomodándose como si esto fuera su sala de estar.

—He oído que estás buscando una niñera para Javier.

Levanto la vista, sorprendido, pero mantengo la compostura.

—Es cierto. —Lo último que quiero es darle explicaciones de mi vida en estos momentos.

—Bueno, pensé que tal vez podría ayudarte. Ya sabes que Eva no puede con todo.

—Claudia, ya he contratado a alguien para ese puesto. Pero te agradezco tu interés.

Ella se queda quieta por un momento, procesando mis palabras.

—Oh… ¿Y no me lo comentaste? Pensé que me tendrías en cuenta para algo tan importante, como la crianza de Javier.

—Fue una decisión rápida. La persona tiene buenas referencias, y creo que funcionará bien. —Jamás dejaría que alguien como ella lo educase.

—Pero yo podría haberlo hecho. No es mi profesión, claro, pero sabes que adoro a Javier. Tal vez…

Respiro hondo, tratando de mantener la paciencia.

—Lo agradezco, Claudia; sin embargo, ya está resuelto. La chica parece eficiente.

Su sonrisa desaparece, aunque intenta mantener un tono casual.

—Entiendo. Pero la próxima vez, ¿podrías al menos considerar decírmelo antes? Después de todo, nos conocemos hace tantos años…

—Claro, aunque espero que no haya próxima vez y esta mujer sea la definitiva. pero lo tendré en cuenta —respondo, dándole largas para que entienda que no pienso hablar más del tema.

Ella se levanta con elegancia estudiada; sin embargo, sus ojos me lanzan una mirada cargada de reproche.

—Bueno, no te molesto más. Aun así, ya sabes, si necesitas algo… lo que sea, Daniel, llámame.

—Gracias, Claudia. Que tengas un buen día.

Al salir, me quedo mirando la puerta un momento antes de apoyar la cabeza en la mano. Alba entra sin anunciarse, con una sonrisa contenida.

—¿Todo bien, jefe?

—Más o menos. Claudia siempre es… un reto.

—Es un "reto" que parece querer más que cuidar a Javier, cuidarte a ti, si me permites decirlo.

No le contesto, pero no puedo evitar estar de acuerdo.

—Olvidémonos de ella, vamos a trabajar en los informes.

El resto de la mañana pasa rápido. Entre documentos y llamadas.

Para cuando llego a casa, lo único que quiero es algo de tranquilidad. Sin embargo, al entrar, escucho risas provenientes de la cocina. Camino hasta allí y me detengo en la puerta.

Eva, mi ama de llaves, está de pie junto a María Dolores, ambas charlando animadamente mientras preparan algo en la encimera, con una familiaridad que pareciera que se conocieran de toda la vida.

Carraspeo para anunciar mi presencia, y ambas se giran al mismo tiempo.

—Buenas tardes, señor —dice María Dolores con una sonrisa despreocupada.

—Buenas tardes —respondo, mirando a Eva—. ¿Qué tal todo?

—María Dolores me estaba contando algunas historias divertidísimas —dice Eva, claramente encantada con esta chica mal vestida.

—Me alegro —respondo, aunque mi tono sigue siendo serio.

María Dolores no parece intimidada. Su confianza sigue intacta, lo que me desconcierta. Quizás Alba tiene razón: no debería fijarme tanto en los detalles superficiales. Al final del día, lo importante será cómo se maneja con Javier.




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