Sus padres habían decidido asistir al baile de los Longford en carruaje, aún cuando su mansión estaba solo a una manzana. A veces sus padres resultaban ser demasiado snobs y excéntricos, pero había aprendido a dejar pasar aquello en los últimos años.
Bajó la mirada para ver el vestido rosa que su doncella le había ayudado a ponerse esa noche. No se sentía cómoda, le quedaba más apretado que sus otros vestidos, lo que hacía resaltar sus pechos. Su madre le había dicho que se veía exquisita, y, citando sus palabras: "esa noche iba a pescar un marido".
Su padre no se había mostrado en desacuerdo en ningún momento. Parecía que su cabeza estuviera los últimos días en un lugar lejano a la realidad. Estaba segura que le ocultaban algo.
—No creo soportar estar en este carruaje atascada un minutos más —renegó su madre.
—Bueno, madre, a menos que quieras caminar hasta la mansión de los Longford...
—Eso ni hablar —la cortó—, no somos unos salvajes.
Soltó un suspiro exasperado. Era la quinta vez que su madre se quejaba en lo que iba de la noche. Su padre permanecía imperturbable ante las quejas de su madre —como siempre—, pero ella, por otro lado, era muy consciente de su madre.
Intentó desviar su atención a las calles concurridas que se veían a través del cristal. La única razón por la que no se bajaba de aquel carruaje y corría en la oscuridad dando un espectáculo, era por su amiga Odette.
Harriet y Ellie se perderían de la velada ya que ambas preferían pasar tiempo con sus esposos e hijos. Dejó vagar su mente libremente, pensando en cómo sería formar una familia con algún caballero respetable y honorable tal y como sus amigas habían hecho.
Pensó que debía dejar de ser tan exigente en el hecho de buscar amor en una sociedad como la suya, quizá el hecho de que aún no hubiera encontrado un marido aún se debía precisamente a sus altas expectativas. Tenía suerte en que sus padres no hubieran arreglado un matrimonio con algún anciano. Y ciertamente tenía suerte al no haber perdido a su prometido como Odette.
—Oh, finalmente —la voz de su madre inundó otra vez el carruaje justo cuando éste empezaba a moverse y llegaba a su destino.
Miró su vestido una última vez antes de que uno de los lacayos abriera la puerta de su carruaje. Fue la última en salir, pensó que había alguna forma de escapar de ese baile; tenía una extraña sensación, pero atribuyó eso a su vestido.
No era escandaloso, pero estaba a punto de serlo, y aunque muchas otras damas habían usado algo similar en las temporadas, no era su estilo.
Miró la mansión que se alzaba a sus pies, iluminada más que cualquier otra mansión en la calle y las cientas de personas que esperaban ser anunciados para entrar.
—Recuerda sonreír, Mía —dijo su madre enganchando el brazo al de su padre—, los caballeros se interesan en las damitas felices.
Se contuvo de rodar sus ojos otra vez e intentó sonreír, pero estaba segura que fue más una mueca.
Después de ser anunciados y entrar en el salón de baile, pudo deshacerse de sus padres con la excusa de ver a Odette. Ya varias parejas se encontraban en la pista bailando una divertida cuadrilla. El calor empezaba a aumentar a medida que más personas llegaban. Sintió la mirada de varios nobles a medida que se adentraba en la multitud. Fingió demencia y continuó su camino hacia uno de los rincones del salón. Su misión era pasar desapercibida, al menos todo lo que pudiera.
Buscaba entre las cabezas a Odette, pero no lo consiguió. Supuso que no sería tan malo si se movía un poco asegurándose de estar cerca de la pared. La noche resultaría tediosa sin su amiga.
Tras varios minutos de estar en el baile, empezaba a cuestionarse la asistencia de su amiga. Se encontraba ahora cerca de las mesas de la limonada y no había rastro alguno de alguien conocido. Soltó un suspiro, preguntándose si sería buena idea pretender que se desmayaba para poder salir de aquel baile. La sensación extraña seguía allí y no hacía más que aumentar cada segundo.
Podría culpar a su vestido apretado, acusar de que sus pulmones no habían recibido suficiente oxígeno, y tal vez de esa forma su madre se sentiría culpable.
Mientras reflexionaba sobre los pros y contras de su plan, alguien se detuvo a su lado, una voz familiar habló:
—No puede ser, Mía, ¡ese vestido te queda fantástico! —Al girarse, Emma la observaba con los ojos abiertos de par en par. Sintió alivio de por fin ver a alguien conocido.
—Supongo que sí si madre me ha obligado a usarlo pese a mis objeciones —miró a su alrededor, la rubia estaba sola—, ¿dónde está lady Adelaida? No se ha separado de ti en toda la temporada desde que dejaste caer la limonada en aquél Duque alemán.
Emma sonrió encantada al recordar tal acontecimiento.
—El hombre se quería propasar conmigo. He actuado como cualquier otra damita respetable lo hubiera hecho —se excusó—, en cuanto al otro asunto, he desaparecido en cuanto se encontró a la señora Harvey.
—¿Odette está aquí? ¿La viste? —Elevó su cuello buscando la cabellera castaña de su amiga entre la multitud sin tener resultado.
Emma asintió.
—Está en la pista de baile con el señor Worsley.
Amelia miró con sopresa a Emma antes de dirigir su mirada a la pista. No se había tomado el tiempo de fijarse en las parejas, Odette nunca aceptaba un baile a ningún caballero. ¿Significaba que estaba lista para volver a comprometerse?
Ella les había contado lo enamorada que estaba de el que fue su prometido, el anterior Vizconde de Pembroke y primo de Edward, el esposo de su amiga Eleanor. Odette nunca mostró intención alguna en volver a comprometerse. Se preguntó qué haría en su situación, ¿viviría su vida como solterona y se negaría la oportunidad de amar nuevamente?
—¿Crees que le ha gustado el señor Worsley? —Preguntó a la rubia, justo en ese momento encontró la figura menuda de su amiga dando vueltas en la pista. No parecía muy entusiasmada, pero, bueno, Odette rara vez lo estaba en aquellos eventos. No sabía por qué la señora Harvey insistía en asistir.