Un Amor Escandaloso I Hermanos Dashwood #2

Capítulo 8

El día estaba soleado, era como si se hubiera puesto de acuerdo con su pequeña salida.

Oh, porque tendría una salida con Erik.

La idea la llenaba de una emoción y expectación desconocida. Después de la cena, Erik se había tomado muy en serio sus deseos, y esa misma noche durmió en la habitación contigua. Pasó gran parte de la noche sin poder conciliar el sueño. El pensamiento de Erik a solo unos pasos de ella le puso los nervios de punta, aún cuando fue ella quien le reclamó por no dormir en el mismo pasillo.

Un pensamiento estuvo presente en su cabeza mientras se perdía en la oscuridad de la noche; la consumación total de su matrimonio. Erik le había dicho que no sucedería nada hasta que ella estuviera lista, pero, ¿qué pasaría con él? ¿Con sus deseos? ¿Tendría acaso a otra mujer y por ese motivo permitía que ella decidiera cuándo consumarían su matrimonio sin problema alguno?

La sola idea le dejaba un sabor agrio.

Cruzó el último pasillo antes de llegar al vestidor, Erik estaba parado con dos enormes canastas en ambos lados, no tenía un traje elegante como siempre lo usaba en Londres, suponía que eran las libertades que se podía permitir en el campo. En esta ocasión solo una camisa blanca, unos pantalones y unas botas eran su vestuario.

Era demasiado guapo. Aún le costaba creer que un hombre como él fuera su esposo, pues había sido testigo de las múltiples señoritas que anhelaban una sola mirada de Erik, cuando alguna de las damitas tenía la fortuna de bailar con él, pensaba que podían desmayarse.

Pero ahora era su esposo.

Una punzada de satisfacción la llenó. Negó para eliminar aquellos pensamientos, su matrimonio era solo por conveniencia. Erik sólo se había casado con ella para salvarla de la ruina —porque, siendo honesta, un matrimonio con Sir Blount sería la miseria en todo su esplendor—. Podían llevarse bien, y ciertamente él era todo un caballero, pero no debía dejar que su corazón empezara a sentir algo más.

Al verla, Erik le brindó una de sus encantadoras sonrisas.

—Empezaba a creer que no vendrías.

Amelia le devolvió la sonrisa, era imposible no hacerlo, la actitud juguetona por naturaleza de Erik era contagiosa.

—¿Y perderme un maravilloso día a tu lado? Por favor, estoy viviendo el sueño de toda señorita en sociedad, no debo desperdiciarlo.

Erik levantó una ceja.

—¿No pertenecías a ese grupo de señoritas?

Levantó su barbilla y se cruzó de brazos, una actitud burlona.

—¿De verdad quieres saber la respuesta o temes que tu ego sea herido? —Una risa ronca brotó de él, y Amelia se sintió bien por haber sido quien la provocó.

—Tocado, esposa —dijo con un tono de dolor fingido—, creo que casarme con una mujer que pueda bajarme de mi nube de ego cada tanto no ha sido la mejor opción.

Sonrió irónica.

—Oh, si de salvar tu ego se trata, querido, puedo pretender ser una de esas damas locas con tu presencia. Después de todo, las damitas somos entrenadas para ser sumisas toda nuestra vida.

Los ojos juguetones de Erik se ensancharon, parecía considerar sus palabras. No podía creerlo, se rió con ganas frente a él, siendo consciente de la mirada del rubio.

—Hmm... Aunque es una oferta tentadora, me temo que me gusta más la Amelia parlanchina de respuestas inteligentes —culminó él con tono despreocupado.

Su corazón dio un vuelco ante su respuesta, pero no lo demostró.

—¿A dónde iremos? —Preguntó cambiando de tema, evitando el leve calor que empezaba a sentir en sus mejillas.

Erik la miró por unos segundos más, y después señaló con su cabeza las dos cestas.

—Te mostraré un poco de la propiedad y después haremos un picnic —la miró y sonrió con algo de timidez—, no sabía lo que te gustaba, así que le dije al cocinero que nos empacara un poco de todo.

Era extraño. Nunca había sido tan considerada por alguien en toda su vida, su madre siempre elegía lo que ella quería en lugar de preguntarle. Erik le había demostrado en solo una semana lo que su familia no logró en veinte años.

Y no sabía cómo sentirse al respecto.

—Me parece estupendo, gracias —dijo con sinceridad.

Emprendieron su camino a paso lento —Amelia se había ofrecido a llevar una de las cestas, pero Erik la cortó con un no rotundo—. El día soleado hacía lucir el campo de un verde intenso, era precioso.

Mientras caminaban, Erik le relataba las cientas de travesuras que hacía con su hermano Evan cuando eran unos niños. Su estómago empezaba a doler cada vez que reía, y Erik parecía disfrutarlo.

—Fue allí, mira —señaló una pequeña cabaña en la lejanía—, Evan me retó a pasar la noche en esa fría cabaña, dijo que, sí cumplía el reto, haría mis tareas de Eton hasta que culminara el año escolar.

Soltó otra risa, comenzaba a creer que se había reído más con Erik en aquellos días que en toda su vida.

—¿Y ambos cumplieron su palabra?

Erik elevó sus hombros con orgullo, como si una tonta apuesta ganada en su infancia fuera una de sus mejores hazañas.

—Por supuesto que lo hice, siempre cumplo mi palabra —respondió sin ápice de modestia—, por otro lado, Evan se salió con la suya. En cuanto madre me encontró a la mañana siguiente, ambos recibimos un castigo. Evan dijo que aquello no era parte del reto así que se retractó.

Oh, había escuchado demasiadas historias del pícaro gemelo de su esposo. Ahora que se encontraba en el ejército de su Majestad, estaba segura que resultaría un gran dolor de cabeza para los altos mandos. 

—Debes extrañarlo mucho —comentó con voz suave.

Ella extrañaba mucho a su hermana Jane, nunca había sentido celos de ella aún cuando era evidente el hecho de que era la preferida de sus padres. Jane había sido uno de los diamantes en cuanto había entrado en sociedad. Su cabello rubio y piel de porcelana, sus movimientos delicados y elegantes la volvían aún más atractiva. Su madre estaba encantada con ella. Y orgullosa, por supuesto. Era lógico que Jane terminaría casada con un excelente partido, y así fue. Ahora ella era la Marquesa de Bearsted.




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