Se sentía cálido. Era la primera vez que alguien la besaba y lo único que podía pensar era en lo cálido que se sentía aquello.
Los labios de Erik se posaron suavemente en los suyos, era como si estuviera esperando a que ella se alejara, pero, ¿cómo podía hacerlo? Sería la mayor de las necias si considerara la idea.
Erik llevó una de sus pesadas manos a su mejilla y le brindó una suave caricia, aquello la derritió por completo. Se aferró a su camisa y profundizó el beso; Erik soltó un bajo gruñido de satisfacción ante esto. No era una experta en el tema, intentaba seguir el ritmo lento y sensual de Erik, y parecía que funcionaba.
Sabía a vino. No sabía que el vino podía saber tan bien.
—Amelia...
El susurró de Erik erizó su piel, la besaba con una necesidad arrolladora. La deseaba, estaba segura, aquello la hizo sentir poderosa.
—No sabes lo ansioso que estaba, los deseos que sentía de tocarte... —su boca trazó un camino hasta su mandíbula, llegando a su cuello.
—¿Cómo iba a hacerlo? —musitó con las escasas fuerzas que le quedaban, inclinó su cabeza para darle mayor acceso a esos besos que empezaban a volverla loca—. Nunca pareciste particularmente interesado en mí.
Su tono acusador ocasionó una risa en el rubio.
—No tengo una excusa lo suficientemente buena para eso, esposa, debo aceptar que tienes razón... Aunque no en su totalidad. —mencionó por lo bajo, parecía estar demasiado interesado en la curvatura de su cuello.
—¿Te importaría explicarte?
Era demasiado, no tenía idea que los besos en esa zona de su cuerpo resultarían tan placenteros, le costaba escuchar y pensar con claridad.
—Hmm... podría, pero tendría que dejar lo que estoy haciendo ahora mismo, y déjame decirte que no me gusta la idea en particular.
Soltó una risita ante su respuesta—. No creerás que olvidaré tan fácilmente, ¿sabes?
Erik levantó su cabeza, y casi soltó una protesta, pero entonces, el rubio le brindó una de sus pícaras sonrisas, logrando que las mariposas en su estómago se descontrolaran.
—Me decepcionaría si lo hicieras, esposa.
Algo desconocido se apoderó de ella al notar la sonrisa pícara del rubio, quería hacerle saber que no era el único con poder en ese momento. Sin pensarlo demasiado, puso sus palmas en el pecho de éste y lo empujó con fuerza haciéndolo caer de espalda al suelo, sin perder mucho tiempo se acomodó sobre él. Aquel movimiento brusco lo dejó perplejo.
—Amelia... —Susurró por lo bajo mientras la observaba desde una posición bastante vulnerable.
¿Y ahora qué hacía? La valentía la había abandonado, pero no se lo demostraría, había leído un par de libros con situaciones similares —a escondidas de su madre, por supuesto—. Pero sus conocimientos eran escasos. Debía actuar con rapidez. Con sus manos temblorosas volvió a tocar el pecho del rubio, sintiendo cómo este contenía su respiración. Lo exploró con lentitud sin apartar la mirada de aquellos ojos verdes que la observaban con un hambre arrazadora, expectantes a sus movimientos.
Sin esperar más, Erik la tomó de la nuca y la acercó con desespero hasta juntar sus labios nuevamente, el beso era feroz, sensual, nada se comparaba a este momento. Llevó sus manos al cabello del rubio despeinándolo un poco, sus labios bailando en perfecta sincronía. La mano libre de Erik empezó a jugar con la falda de su vestido.
Sintió cómo su piel se erizaba al tener las cálidas y pesadas manos de Erik tocando sus piernas. Aún más cuando éste comenzó a subir con lentitud, cada vez estaba más arriba al igual que su falda. Nunca había estado en una posición tan escandalosa como en ese momento.
—Erik... —Soltó en un resuello, sintiendo como su piel se erizaba al sentir las manos del rubio en su piel.
Él no se molestó en apartar sus manos, al contrario, parecía demasiado concentrado en dejar suaves besos por su mandíbula.
—Tan suave —murmuró contra su cuello—, tan deliciosa...
Soltó un jadeo cuando éste, con su otra mano acunó uno de sus pechos. Se alejó de él lo suficiente para verlo a los ojos. Un gemido bajo salió de su boca al notar como esos ojos verdes la observaban con un fuego intenso, su mirada pícara y llena de deseo era para ella.
Solo para ella.
—No tenía idea de que... —Balbuceó, las palabras salían de forma torpe.
Erik no se molestó en apartar las manos de su cuerpo, al contrario, le brindó una de sus más pícaras miradas, consiguiendo así que Amelia perdiera el aliento.
—No tienes idea de muchísimas cosas, esposa —declaró en tono divertido—, pero no te preocupes, tendré toda la vida para enseñarte todo aquello que desconoces.
Aquellas palabras despertaron sensaciones desconocidas, eran una promesa.
Volvió a dejar un casto beso en los labios de la castaña, antes de incorporarse y tomar una fresa de la cesta, aún con ella sobre su regazo. La llevó a su boca, sosteniéndola con sus dientes mientras la miraba fijamente. Tardó unos segundos en comprender qué era lo que realmente quería, soltó una risita ahogada antes de acercar su rostro al de él.
Nunca había estado en una situación tan escandalosa, y nunca nada antes se había sentido tan correcto como en ese momento. Mordió lentamente el pedazo de fresa que estaba libre, sintiendo la respiración pesada de Erik, sus labios se rozaron levemente, como una caricia. Se alejó masticando la deliciosa fruta, sabía que su rostro debía estar sonrojado, pues sentía el calor invadiendo su rostro.
—Eso estuvo... —empezó, sintiendo como su corazón parecía querer salir de su pecho.
—Jodidamente maravilloso, esposa —terminó él con aprobación, sus ojos la observaban con un brillo extraño con el que nunca antes la habían visto—, creo que desde este momento las fresas se han convertido en una fruta bastante interesante para mí, ¿sabes?
—Hmm… me parece que no he tenido suficientes razones para hacerla mi favorita, al menos no por ahora —comentó de forma juguetona.