Un amor eterno

1. Heridas

Sofía.

—¡¿Estás embarazada?! —Entre sus manos, mi madre tiene la prueba de lo que dice, después de que me llevaron obligada al médico, al fin tiene los resultados en sus manos. Qué puedo decirle, no puedo negar lo evidente.

—¡Si lo estoy! Conforme. Para qué lo preguntas si es más que obvio.

—¿Cómo pudiste? —siento el golpe en mi rostro; sin embargo, ya no me duele, ya no siento nada porque el dolor más grande lo experimenté hace unas horas, al recibir la peor noticia que pude haber escuchado.

—¿Quiere que te explique cómo se hacen los bebés?

—Deja de burlarte de nosotros. —Mi hermano se involucra y quiero gritarle en la cara que se calle porque soy capaz de contar sus más oscuros secretos.

—Ahora mismo volvemos a la clínica, necesitas dejar de estar… —Ni siquiera puede pronunciar la palabra embarazo, aunque no es necesario que lo haga, entiendo a la perfección lo que está pidiendo.

Corro hasta mi habitación porque ya estoy cansada de esta conversación, ellos vienen detrás de mí. Cierro la puerta de golpe, no quiero escucharlos más, en ese instante quería que se callaran, que me dejaran en paz y aunque la puerta no puede hacer mucho, por lo menos me va a dar un poco de tiempo para hacer un plan.

—Abre la puerta, si no lo haces te juro que la tiraré. —Ese es mi padre, ese hombre que siempre llega lanzando gritos e improperios, cualquier detalle que no le parece es bueno para hacer un reclamo.

Escuchar sus gritos resulta peor, quería desaparecer esa voz para siempre, no quiero saber más de ellos, que se esfumen o tal vez hacerlo yo, para no sufrir más.

Aseguro la puerta antes de que puedan abrirla, eso me dará tiempo para buscar alguna solución, porque de algo estoy segura, no permitiré que lleven a cabo los planes tan siniestros que tienen para mí, antes sería capaz incluso de…

Reviso entre las cosas del baño algo que pueda ayudarme a escapar, y lo único que encuentro confirma lo que dije, antes en el otro mundo que aceptar lo que proponen para mí.

Abro la regadera y dejo que corra el agua, no quiero pensar en nada, solo quiero seguir viendo su rostro, la última sonrisa que me dedicó, la última vez que estuvimos juntos disfrutando de nuestro amor. A mis padres los dejo de oír, en su lugar busco en mi mente ese te amo que me repetía una y otra vez, después las sombras llegan para cubrirme con su manto y llevarme con ello, lejos de la luz.

 

Leandro

Muchos años han pasado desde que salí desterrado de aquella casa, el día que salí de ahí, juré convertirme en otra persona. Deje de lado los sentimientos, nunca más volvería a sufrir por una mujer que no me supo valorar, que se entregó al mejor postor.

Escuche el toque de la puerta, sabía que había llegado la chica que solicite, la hago pasar y me preparo para tomarla a mi manera, solo dándole al cuerpo lo que necesita, sin sentimientos, sin compromisos y. sobre todo, sin volver a entregar mi corazón para que lo pisoteen.

Es imposible no recordarla en estos momentos a mi chiquilla, mi hermosa princesa, quiero pensar que es ella, que es su cuerpo el que estoy ultrajando, que hemos vuelto a ser Leandro y Sofía, dos jóvenes inexpertos amándose hasta la locura.

Termino y la realidad vuelve a mí, no es ella ha dejado de tener su rostro. Le pido que se retire de una manera nada agradable y vuelvo a ponerme mi caparazón, un ser sin corazón y esperando algún día cobrar todas las que me hicieron y solo tal vez así pueda lograr arrancarla por completo de mi corazón, que al fin sane la herida que dejó en mí.




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