Sofía.
Corro para no llegar tarde, ha pasado muy pocas veces, pero hoy han solicitado hablar conmigo, ha pasado lo que me temía desde aquel día…
Escucho a lo lejos, voces que no logro identificar
—Es un milagro lo que ha ocurrido, después de haberse desangrado es una fortuna que el niño siga aferrado al útero.
—Pero sabe lo que quiere hacer su familia, nos están obligando a desaparecerlo, han dicho que antes de que ella despierte tenemos que intervenir y que cuando despierte se le diga que lo perdió.
Lo demás que dicen, no logro escucharlo más o simplemente no quiero. Antes de confirmarlo, sospechaba que estaba embarazada, pero quería confirmarlo con él, que juntos descubriéramos si nuestra pequeña familia crecería; no obstante, antes de poderlo hacer me separaron abruptamente de él, mis padres lo hicieron y fueron ellos quienes lo descubrieron primero.
Confirmo que mi familia es desalmada, no quiero ni puedo seguir perteneciendo a ellos, defendería a mi hijo a cualquier costa, él va a ser mi motivo para luchar y juro que soy capaz de hacer lo mismo a quien le haga un pequeño daño.
Finjo aún seguir dormida, eso me ayudará a ganar tiempo para medir el terreno en el que estoy. Averiguo cuando será el cambio de turno y busco la posibilidad de escapar, también descubro que llevo cinto días aquí y no me han podido intervenir hasta estar en condiciones de tolerar una intromisión de este grado y que no muera en el intento. Lo triste de todo esto en que no ha venido mi familia a verme, no esperaba nada de ellos y, aun así, lograron decepcionarme.
Cuando estoy segura de que nadie entrara a verme, me levanto y por fortuna encuentro mis cosas en una pequeña mesa que se encuentra a un lado, busco el celular y está apagado, así que tendré que ponerme la ropa que está aquí, con dificultad logro cambiarme y cuando estoy a punto de irme se abre la puerta. La enfermera.
—¿En qué piensas? —el guardia me regresa al presente impidiendo que termine llorando como todas las veces que recuerdo la manera en que escape.
Camino más a prisa, como dije, pocas veces he llegado tarde y en todas ellas siempre hubo alguien que me cubrió para que mis jefes no se dieran cuenta.
Trabajo aquí desde hace 4 años, siendo solamente una oficinista más. Cuando yo llegué aquí los dueños eran otros, en el instante en que los rumores de venta crecieron, temí por un momento perder mi trabajo. Después fue alivio saber que nada de eso pasó; el nuevo dueño se instaló y ha sabido sacar a flote esta empresa, en dos años ha multiplicado todo, incluso pude ver como el área en que me encontraba iba creciendo descomunalmente, pasamos de ser diez empleados a casi treinta.
Si antes de él yo era un cero a la izquierda aquí, ahora con mucha más razón; soy una de tantas en la nómina que si algún día dejara de laborar posiblemente nadie se daría cuenta.
En fin, no quiero pensar más en cosas tristes, solo quiero seguir manteniendo este empleo como hasta ahora, ya que es lo que me da para poder brindarle una vida de calidad a mi hijo, aquel pequeño que he defendido con creces.
—Buenos días, Paula.
—Buenos días, Aby. Nadie se dio cuenta de tu retraso, así que ocupa tu lugar sin problemas.
Así es como lo hago y me dispongo a realizar la rutina diaria, entre copias, archivos, papeles y más papeles; me he acostumbrado a esta vida.
De tanto en tanto volteo a ver el reloj dándome cuenta de que es hora de salida y necesito salir volando para pasar por mi hijo quien seguramente se encuentra desesperado por verme.
Apago el ordenador, no sin antes verificar que todo se encuentre en orden, tomo mi bolsa y justo cuando estoy a punto de salir escucho la voz de mi jefe.
Adiós a salir temprano.
—Escuchen bien —Alza la voz y en menos de lo que llego, ya mis compañeros de trabajo se encuentran reunidos en torno a él mientras sigue hablando. —Como sabrán, el día de mañanas se cumplen tres años desde que el nuevo dueño ha llegado, entonces se ha organizado una fiesta en la que cada empleado debe asistir. Todos menos yo, siempre logro escaparme.
Veo las caras de emoción de todos, incluso la de Paula, quien pocas veces se le puede ver de esta manera, yo no me emociono porque sé que no asistiré.
—Por último, aclararles que es obligatoria la asistencia de todos. —Pareciera que lo dice refiriéndose a mí, se va a pasar lista y quien no vaya tendrá una sanción y posiblemente un despido.
Rayos, no puedo creer lo que estoy escuchando, además es imposible que te despidan solo por no asistir a una reunión que claramente es de relajación más que de trabajo.
—Así que esperamos la puntual asistencia de todos —vuele a recalcarlo. Ahora si estoy segura de que se refiere a mí, ya que ha volteado a verme directamente.
—Abigaíl, te necesito en mi oficina ahora.
Y puedo verlo regresar a su oficina, es la clara señal de que me he retrasado más, así que no tengo más opción que marcarle a Camila para que se lleve a mi hijo a casa.
Recuerdo el cómo Camila llegó a mi vida y me alegra enormemente que ella haya podido ayudarme, nos costó mucho empezar, pero ahora ella trabaja en la misma escuela donde asiste mi hijo y por lo regular es ella quien lo lleva a casa, solo que hoy prometí hacerlo yo, de hecho, la razón por la cual llegué tarde es porque mi hijo no quería desprenderse de mí, ayer sus compañeros se burlaron por no tener un padre y me pidió que no lo dejara. Tuve que prometerle que en la salida iríamos por un helado. Le volví a mentir.