Leandro.
Mi éxito está fundamentado sobre todo en mucho esfuerzo, dedicación y sacrificio. Desde aquella ocasión en que fui desterrado me hice una promesa, triunfar para algún día demostrarle a Sofía que podía mejorar, y que en algún momento también sería capaza de comprar su amor.
¿Quién iba a decir que años después la iba a encontrar del brazo de alguien más?
—Le presento a Abigaíl, su próxima asistente. No hay mujer más capacitada que ella. —Se desvive hablando de mi Sofía, mi mujer.
Álvaro solo es uno más de mis empleados, encargado del área contable y en días anteriores le solicité que me buscara una asistente capacitada dentro de su plantilla. Las coincidencias la trajeron hasta aquí.
—Sofía, cuanto gusto volver a verte. —La mujer está pálida, como si hubiera visto a un fantasma, de pronto se desvanece y no me da tiempo de sostenerla.
La levanto y bajo la atenta mirada de los presentes, la llevo hasta alguna habitación disponible. Enseguida me proporcionan alcohol y quieren llamar a algún médico, yo se los impido porque estoy seguro de que el desmayo se debe a la noticia. Cuando me lo entregan les pido a todos que me dejen sola con ella.
Poco a poco va despertando. Al verme y antes de que pueda decirme algo, las lágrimas comienzan a brotar de sus ojos.
—Estás vivo, estás aquí. —Repite muchas veces, sus palabras van acompañadas de caricias que hace con su mano, es como si quisiera comprobar que no está soñando.
—¿De qué hablas? Jamás morí, además como es eso que te llamas Abigail. Ahora recuerdo —Me responso antes de que responda—. Abigail es tu segundo nombre, ese que odias porque así se llama tu tía abuela. Pero si lo odias, ¿por qué usarlo?
—Es mi manera de empezar una nueva vida, lejos y sin ellos —confiesa poniéndose de pie.
—¿Es decir que no vives con tu esposo? —Quiero preguntarle muchas cosas, ponernos al día.
—¿Esposo? ¿De qué hablas? —parece que de verdad no sabe de qué hablo.
Hay mucha confusión, entonces regreso al pasado por unos segundos, uno todos los detalles hasta darme cuenta de que me mintieron; nos mintieron y yo caí como un tonto.
Nuestras miradas no se despegan, al mismo tiempo nos estamos dando cuenta de la verdad, de la terrible maldad que nos hicieron sus padres, lograron su cometido; separarnos a base de mentiras.
—Necesitamos hablar —le suplico.
—Será después de la fiesta, festejemos que lograste todo lo que alguna vez te propusiste. —Si supiera que no todo es como parece.
No hay necesidad de contarle la realidad, enterré bajo tierra todo aquello de lo que no me siento orgulloso para llegar aquí. Un golpe de suerte y otros no tanto me tienen aquí, triunfando y siendo cada vez más exitoso.
Con la promesa hecha de que mañana hablaremos, regresamos a la fiesta en donde ahora todos nos miran extraño, mejor dicho, es a ella a quien mira extraña. Es raro que el jefe vaya y se encargue de un empleado que se ha desmayado, para todos soy un tipo mal encarado y que no se detiene a pensar en las necesidades de los demás; lo sé, soy un ogro.
La noche trascurre de manera normal, durante toda la velada, Álvaro no se ha despegado de ella, y eso me molesta. Debo recordar hablar con él y aclararle ciertas reglas de la empresa.
Durante toda la noche ella no se me vuelve a acercar, nuestras miradas se cruzan un par de veces y es todo. Después del discurso y cuando ya solo estamos bailando, es momento de ir en su búsqueda, quiero que me deje de ignorar o hacer como si este reencuentro no significa nada y la mejor manera de hacerlo es bailar con ella la canción que es nuestra preferida, aquella que dice mucho de los sentimientos. Por el altavoz se escucha la melodía lenta.
—¿Quieres bailar conmigo? —le pido llegando a ella.
—Justo íbamos a bailar —me responde el mismo hombre que me la presentó. Yo lo miro mal y ella me pide en silencio que me aleje.
En ese momento suena su teléfono, no pierdo detalle de cada expresión en su rostro, lo que ahora dice es que hay angustia.
Antes de responder se aleja del bullicio de la gente.
—¿Todo bien Camila? —le pregunta a quién sea que este tras la línea.
—Enseguida estoy ahí. —Cuelga sin decir más. Tiene que ser grave lo que ocurre porque se va sin decir más ni despedirse de nadie.
Voy tras ella y en el camino solicito mi coche, dondequiera que vaya puedo llevar, pero es más rápida y antes de que pueda proponerle cualquier cosa, se sube a un taxi y se marcha.
Unos segundos después y cuando aún no lo pierdo de vista llega mi auto, no espero a que me abran la puerta, me subo y pido seguirla.
Minutos después nos detenemos en un hospital, no parece que sea el mejor de la ciudad. Sofía baja del taxi y se queda en la entrada, al parecer espera a alguien. Llego a su lado y luce tan perdida que ni siquiera nota mi presencia.
—Ya estoy aquí Camila, ¿Dónde están?... ¿Cómo es posible? —Cuelga de nuevo. Mueve sus pies, nerviosa, después camina de un lado a otro mientras que de vez en vez mira hacia la calle a la espera de alguien.