Leandro.
De la noche a la mañana las cosas cambian, antes el motivo para ser cada día mejor era otro, todo era vacío, negro y sin emoción. Con el reencuentro de Sofía y la noticia de que soy padre, es como si de pronto las nubes que oscurecían el cielo de mi vida, se fueran abriendo paso a un sol brillante que da luz a todo el alrededor.
Por desgracia no todo puede ser felicidad, mi hijo padece una terrible enfermedad, el médico nos explica la difícil situación y que debemos estar listos para todo, incluso para que mi hijo se vaya antes de que podamos convivir como padre e hijo. Por lo mientras quiero que se empiece con el tratamiento adecuado y si es necesario terminar toda la fortuna que he logrado porque mi hijo se recupere, lo voy a hacer.
Después de eso vino la presentación, no hubo necesidad, el pequeño me reconoció al instante y a mí solo me queda hacer una promesa, jamás dejar de cuidar de él.
Las siguientes semanas las hemos vivido entre hospitales, medicinas y mucho conocimiento sobre la enfermedad. Después de los estudios se nos informa que soy el donante adecuado de médula, sin dudarlo me interno para que mi hijo tenga una esperanza de vida. Es lo menos que puedo hacer por él.
No me pienso ir a ningún lado, voy a luchar por mi familia y pagar con crecer los años perdidos, continuar con la promesa de nuestro amor eterno.
Hay días en que la debilidad nos vence, apenas y dormimos bien. El médico nos ha aconsejado hacer algo en familia y dejar de enfocarnos solo en hospitales y medicinas. Hago un plan, y días después de la última quimioterapia y sabiendo que mi hijo va a estar bien, verificado por su médico. Nos subimos a mi auto, un par de cosas y a viajar.
—Alan, despierta. —le pido a mi hijo quien dormita en la parte trasera del coche, ambos volteamos a verlos y parece un ángel que duerme.
—Alan, mi amor, despierta. —le habla con cariño Sofía.
Él apenas y puede abrir los ojos, luce más cansado de lo normal y estoy pensando es si esto fue una buena idea.
—Estoy bien, vamos —expresa y hace amago de levantarse. Ambos nos apresuramos a salir y estar junto a él para ayudarlo.
Mientras Alan se sienta en una de las bancas que trajimos, nosotros colocamos la mesa, el paraguas y una tumbona, para nuestra comodidad y donde cabemos los tres. Al estar todo listo, nos acomodamos y los tres disfrutamos del atardecer.
—Papá, cuéntame, ¿Qué se siente crecer? —De todas las preguntas que pudo hacerme, está es una difícil de contestar para mí. Crecer duele y mucho más cuando no tienes lo suficiente, crecer es peligroso cuando por las calles tienes que forjar carácter mientras esquivas diferentes peligros, crecer no siempre es hermoso porque te das cuenta de la terrible realidad en la que vivimos, mucho más si no eres de los favorecidos.
—Tal vez yo jamás sepa lo que es crecer, pero si lo logro, quiero ser como tú. —Al no obtener respuesta sigue hablando.
Llevamos tan poco tiempo conociéndonos y a pesar de eso, me estoy convirtiendo en su héroe y eso me hace sentir orgulloso.
—Vas a crecer y mamá y yo te veremos convertirte en todo un campeón de futbol. —le cuento con la voz entrecortada. Sus palabras duelen al entender que se está dejando vencer.
—De futbol no, prefiero el ballet.
Hay tanto que no conozco de él, volteo a ver a Sofía y ella me sonríe.
—Desde pequeño siempre fue muy ágil, cuando comenzó a asistir a la escuela cada que había oportunidad participaba en eventos que involucraran el baile. La maestra habló conmigo sobre su capacidad y lo inscribí a clases de ballet. Tienes que ver lo feliz que se ve practicando con sus compañeros. —Termina de contar con orgullo y rematando con un beso en la frente misma que provoca que él sonría.
—Cuando estés mejor me encargaré de estar a tu lado en cada clase.
—Gracias, papá, te amo. También a ti mami y quiero darles las gracias por amarme mucho. Además a Dios quiero darles las gracias porque me mando dos padres que se aman mucho. Ya jamás te iras, ¿verdad papa?
—Por supuesto que no, quiero a mi familia y otra cosa que vamos a hacer es casarnos y tú vas a entregar a mamá en el altar.
—Eso suena hermoso. Te la encargo mucho y tal vez nos veamos en el cielo.
Sus palabras cada vez duelen más porque suenan a despedida.
Ninguno de los dos responde, nos quedamos callados viendo desaparecer al sol en el horizonte. Es todo, la oscuridad nos ha envuelto y con ellos la necesidad de encontrar ayuda.
—Despierta pequeño, tienes que hacerlo. —le pedimos al notar que ha cerrado los ojos.
Lo peor está sucediendo.