Un amor eterno

5. Amor eterno

Leandro.

—Deben estar preparados para lo peor, lo que ya sospechábamos se confirma, el tratamiento no está funcionando y es urgente encontrar a otro donante de médula, porque y ha comenzado a rechazar el trasplante.

—Es mi culpa, yo insistí en llevarlo a la playa. —respondo con pesar mientras envuelvo entre mis brazos a Sofía, quien no para de llorar. La fortaleza desaparece al escuchar esta terrible noticia.

—No se culpe, créame que no hay diferencia, lo que sí puedo asegurar es que su hijo estuvo feliz. Ahora hay que concentrarnos en la mayor cantidad de familiares que puedan hacerse el estudio y esperar que alguno pueda ser donador.

Nos sentamos frente a la cama de nuestro hijo a buscar opciones. Por mi parte no tengo familia, siempre fui yo y encontrar a alguien que lleve mi sangre puede durar meses o años y debo recordar que esto es una carrera contra el tiempo.

—Hablaré con mis padres y hermano. —No había pensado en ellos.

—Si es necesario que les dé mi fortuna, yo se las doy. —Recuerdo que hace tiempo les sigo la pista y no les va muy bien, así que conozco la manera de comprarlos.

Sin perder tiempo, juntos vamos a esa reunión que puede ser crucial para la recuperación de nuestro hijo, a quien dejamos en el hospital al cuidado de Camila.

Hace años las personas aquí dentro fraguaron un terrible complot, llevándonos hasta aquí. Nos fuimos separados, pero volvemos siendo más unidos que nunca. Hay días en los que me imagino cuan diferente hubiera sido todo si ellos no se hubieran obsesionado con separarnos.

—¿Estás lista? Mi hermoso cielo. —Nuestras manos están unidas y los nervios son visibles, más que por enfrentarnos al pasado, es la incertidumbre de que ellos acepten hacerse las pruebas.

—No, pero eso que importa. —Tocamos la puerta en espera de que alguien nos abra.

—¿Ustedes? —Mi suegra nos mira de arriba abajo. Parece que no cree que estemos juntos.

—Sí, y es necesario hablar.

Nos hacen pasar y la casa está tal como la recuerdo, incluso los horribles cuadros. Llegamos a la sala donde están los otros dos hombres, es como si nos estuvieran esperando.

Nos miran raro.

—Quiero ir al grano, mi hijo se está muriendo y entre ustedes puede estar el donante de médula que lo ayude a salir de esta. —Habla Sofía sin aceptar la invitación a sentarnos.

—¿Quién te dijo que queríamos ayudarte? —Su padre se levanta dispuesto a irse.

—Les doy lo que pidan, pero por favor, ayúdenos. —No me importa arrastrarme con tal de lograr que se hagan los estudios—. Pongan la cantidad y nos vemos mañana en la clínica, antes de que entren tendrán el dinero que desean. —Les tiendo una hoja para que ahí escriban la cantidad.

No hablamos mucho, mejor dicho, nada más. Estoy seguro de que mañana van a estar ahí, sé de buena fuente los problemas a los que se enfrentan.

Tal como lo supuse, aquí los tengo, esperando ser picado para iniciar con las pruebas. Eso sí, antes de que el primero entre ya el dinero estaba llegando a sus cuentas, por lo menos no me desfalcaron. Como es urgente esto, se les pide volver en un par de hora para un resultado.

Para asegurarme que vuelvan, los llevo a comer en un lujoso restaurante, no nos sentamos juntos, pero tampoco les quito la vista de encima.

Pasado el tiempo estamos de regreso y tal como lo sospechaba, entre ellos está la persona que lo puede salvar; sin embargo, se niega.

Lloramos de frustración al verlos salir de la clínica diciendo que les pague por hacerse la prueba, no para que donaran nada. Más tarde iré a verlos y sigo en lo dicho, si quieren toda mi fortuna se los doy. Ya nada tiene sentido si no puedo salvar a mi hijo y ver feliz a la mujer que amo.

—Papi, ¿se puede que te cases con mami, ya? Escuche de mi amiga que se fue al cielo que sus papás se casaron en el hospital, ¿podemos hacer lo mismo? —pregunta al estar ya a su lado.

Cada vez luce peor y yo quiero gritar de frustración.

Quiero complacer a mi hijo en todo lo que pida, así que investigo y este mismo día, estamos diciendo nuestros votos frente a un juez simbólico con la sonrisa triunfal de nuestro hijo, quien sostiene los anillos desde la cama.

—Yo, Sofía, te acepto como mi esposo, y quiero que sepas que la promesa que te hice aquella noche de estrellas sobre amarte hasta la eternidad siempre va a estar vigente, jamás va a cambiar y quiero que juntos construyamos el camino hasta la eternidad, llenos de amor y de tranquilidad.

—Yo Leandro, quiero aceptarte como mi esposa. Sé que un tiempo estuvimos separados, pero quiero recordarte que el amor que te profese desde el primer día que se me permitió, sigue intacto, así como te lo prometí, este amor es eterno y traspasara incluso la muerte.

—¿También me tienen amor eterno?

—Claro que sí. —Ambos le respondemos.

Nos acercamos y antes de darnos un beso, lo besamos a él. Él forma parte de ese amor eterno que nos tenemos. Con cuidado nos ayuda a que nos coloquemos los anillos.




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