El accidente
No soy una persona muy atenta, ni muy cuidadosa que digamos pero no era mi culpa, puede que la mayor parte del tiempo las cosas se dañen por su mala calidad. Digo, la peinilla de mamá si que fue un evento desafortunado o piezas de su lavavajillas, carro, maquillaje, en fin muchas cosas de mala calidad; ser una diosa de la destrucción no es fácil ni ningún trabajo sencillo, ese apodo me causaba algo de gracia como inseguridad, no es como si yo fuese por la vida queriendo destruir las cosas.
Como cuando le rompí la nariz a mi amor frustrado, dos años en la zona de ni te me acerques o me pegarás tus gérmenes, dos años en los que suspiro por una pequeña sonrisa sarcástica. Denver Brook ha hecho a mi corazón saltarse latidos al punto de que cuando vaya al médico a lo mejor me digan que sufro de mi pobre corazoncito, no entiendo porque me gusta, no es como si cuando sonriera esa sonrisa coqueta afloja bragas me afectará, esos músculos que fácilmente me pueden abrigar, ese cabello negro en el que quiero hacer trenzas por lo largo que está, obviamente no me he fijado en esos ojos tan mieles o los rosados y pomposos labios los cuales quiero besar. No. No me gusta nada de ello.
Me gusta lo inteligente que es o inclusive lo sabio que puede llegar a ser en ocasiones, me gusta su estilo musical y esa ropa tan aesthestic con la que suele vestir, su voz pacifica al cantar. Me gusta Denver aunque sea el maldito fuckboy de la universidad.
Me gusta Denver aunque duela tanto.
Me gusta aunque sea el cuñado de mi madre.
Mamá se casó hace cuatro años con un hombre después de tantos años de estar soltera, por muy en desacuerdo que estuviese no pude hacer nada por evitar la boda, no estuve muy en desacuerdo al conocer a quien en ese entonces era un rubio rompecorazones, en ese entonces tenía dieciocho y él alrededor de veintidós. Como solía entrar y salir del país no lo conocí hasta ese día, el peor día para mi suerte.
Aquel día donde mi corazón se instaló en aquel muchacho y ya no quiso salir. Donde comencé a perder la dignidad día tras día, yo no soporto a los niños por una sencilla razón, son muy revoltosos. Para la cúspide de mis problemas aquellos engendros estaban por todos lados, si bien los zapatos altos y yo no nos llevábamos sumarle esas criaturas del mal fue mi perdición; más el simple 'hola, gusto en conocerte' no hubo más intercambio de palabras entre nosotros así que en la primera oportunidad que tuve para hablarle me acerque con una gran sonrisa, saque mi mejor repertorio e incluido mis mejores chistes, muchas risas y muchas palabras hasta el momento en que uno de esos engendros se acercó a Denver en busca de atención.
Denver es un chico malo pero muy dulce con los niños, son su debilidad, obviamente el chico le dio toda si atención y al verme desplazada me acerque para incluirme, por supuesto, el pequeño demonio dio un manotazo en mi mano haciendo que mi celular rebotara en el piso a los pies del mayor, sin pensar mucho me agaché en busca de mi celular cuando por fin lo tuve en las manos y vi que no tenía nada levante la mirada, a la altura de su miembro. Esa posición pudo pasar muy fácilmente por una muy sexual para el público sensible al corazón.
Asustada me levanté sin percatar la corta distancia dando con mi enorme y torpe cabeza en su preciosa nariz respingada, fueron cuestión de segundos para que la sangre comenzase a fluir, en total pánico arranque un pedazo del vestido de una mejor quien por su desgracia pasaba por ahí. Escuche sus gritos de fondo ocupándome de socorrer a Denver, sus ojos lanzaban llamas a mi dirección, quien sabe cuántas veces ya estaba muerta en su imaginación.
Las personas se aglomeran a nuestro alrededor a causa de las locas desesperadas por él y finalmente se lo llevan donde mis ojos no pueden verle, mamá me cuestiona para luego regañarme. Pase dos semanas castigadas ¿injustificado? Por supuesto, aunque me vino bien de excusa, lo único que quería era enterrarme en mis sábanas por mucho tiempo tal cual lo hice en esas semanas; no vi a Denver hasta dos meses después que se instaló en Sidney luego de vivir por mucho tiempo por sus estudios en Nueva Zelanda.
No era frío ni amistoso, conmigo era neutro, a comparación de las chicas que entraban a su departamento cada fin de semana. Las chicas solían durar en su departamento un mínimo de dos semanas, luego huía de casa y le pedía a su padre y hermanos para correr a las pobres.
En eso estaba en desacuerdo, si no quería nada serio con ellas, decirles la verdad no le quitaba lo decente. Pero si jugar como si fuesen unas muñecas, pero yo era mucho más tonta porque sabiendo eso aún así le permitía a mi corazón latir por él.
—¿Lynna? —me quite los auriculares cuando una gran mano se posó en mi pierna, alce la mirada de mi celular donde me encontraba leyendo una historia cursi y mire al peli negro frente a mí —, ¿Vas a salir? ¿Tienes algún plan?
En ese momento animaciones de luz verde comenzaron a girar a su alrededor, cantos angelicales quienes me decían que había llegado mi momento. Por fin, después de mucho tiempo. Al fin he sido elegida.
—No —sonreí con entusiasmo —. No tengo ni un solo por más mínimo y complejo plan de salida por hoy.
Su entrecejo se frunció viéndome como si fuese una loca —Que mal por ti, supongo —dijo confundido —, Sólo quería saber para qué cuides de mi departamento.
Ahora la confundida fui yo ¿qué dijo? ¿Acaso escuche bien? —¿Quieres qué?
—Cuidar de mi departamento —repitió —, ¿Puedes?
—¿Por qué? —fue la pregunta más lógica que se me ocurrió.
—Me metí con una casada y ahora su pareja va todos los días a hacerme problema —contó tranquilo, lo mire como si tuviese una tercera cabeza —, ¿Qué?