Un Amor Fuera del Tiempo

Prólogo

Narra Amelia

El murmullo de voces juveniles llenaba el aula, pero ninguna de esas voces hablaba de libros.

Yo, Amelia Turner, profesora de literatura con apenas veintidós años, intentaba una vez más que mis estudiantes se enamoraran de las palabras. Frente a mí, la pizarra mostraba una cita de Jane Austen que había escrito con toda la esperanza de inspirarlos:

“No hay encanto igual que la ternura del corazón.”

—Bien, chicos —dije con una sonrisa que trataba de ocultar mi frustración—. ¿Qué les transmite esta frase?

Un silencio incómodo se extendió por la sala, hasta que una alumna de cabello teñido de azul levantó la vista de su teléfono.

—Profe, eso suena… lindo, pero la gente ya no habla así. Ahora todo es directo, sin vueltas. Si te gusta alguien, le das “match” en la app y listo.

El resto de la clase asintió entre risas, levantando sus celulares como si fueran estandartes de un nuevo idioma que yo no comprendía.

—Pero… ¿y las cartas? ¿Los gestos? ¿El misterio de conocer a alguien poco a poco? —pregunté, más a mí misma que a ellos.

Un chico del fondo bromeó:

—¡Cartas, profe! Eso es de la prehistoria. Ahora si alguien no responde en cinco minutos, ya fue.

Las carcajadas resonaron en las paredes, y yo apreté el libro contra el pecho. En mi interior, una melancolía se mezclaba con un anhelo casi doloroso.

Quería que alguien, al menos una sola persona, entendiera que el romance no era solo velocidad y pantallas luminosas, sino un fuego lento que se encendía con palabras susurradas, miradas sostenidas y promesas ocultas entre las líneas de un poema.

Cuando la campana anunció el final de la clase, los alumnos salieron apresurados, ya sumergidos en notificaciones y mensajes. Yo quedé sola en el aula, acariciando las páginas desgastadas de mi ejemplar de Orgullo y Prejuicio.

—¿Dónde estás, Darcy? —susurré en voz baja, con una sonrisa triste—. ¿Acaso los caballeros como tú solo existen en los libros?

El viento que entraba por la ventana movió suavemente las cortinas, como si la respuesta estuviera en algún lugar más allá de mi tiempo, aguardando a que lo descubriera.

Narra Charles

La luz del amanecer se filtraba a través de las cortinas de encaje, anunciando un nuevo día en Lancaster Hall. Yo, Charles Lancaster, de veintiséis años, me levanté con la misma rutina que siempre había seguido: cabalgar al amanecer, recorrer los campos de mi familia y, en soledad, escribir versos que nunca me atrevía a mostrar.

En el gran comedor, mi madre, Lady Margaret, tomaba el té con la misma compostura que dictaban las normas de la alta sociedad.

—Charles, querido —dijo, observándome con sus ojos atentos—. Anoche recibimos una invitación para el baile en la residencia de los Whitmore. Será una excelente oportunidad para que encuentres… compañía adecuada.

Suspiré, intentando mantener la cortesía.

—Madre, no es la compañía lo que me falta, sino la autenticidad. Los bailes están llenos de sonrisas ensayadas y miradas interesadas.

Ella entrecerró los ojos, como si mis palabras fueran un poema demasiado difícil de descifrar.

—Hijo, la sociedad espera que cumplas con tu deber. No puedes pasarte los días escribiendo… ¿cómo los llamas?

—Poemas —respondí con firmeza.

Una leve sonrisa se dibujó en mis labios al recordar las líneas escritas esa misma mañana:

“En un mundo de máscaras y reglas,
anhelo hallar un alma sincera,
un corazón que no tema al mío,
y un amor que no dependa del tiempo.”

Mientras mi madre hablaba sobre alianzas y reputación, mi mente vagaba hacia el exterior. Afuera, los establos cobraban vida, y mi fiel amigo Henry, hijo del mayordomo, me esperaba para la cabalgata.

—Listo, señor Lancaster —dijo Henry, entregándome las riendas de mi caballo—. ¿Hoy también irá hacia el bosque?

Asentí, montando con elegancia.

—Sí. Allí el aire es más honesto que en los salones de baile.

El galope me llevó hacia el corazón del campo, donde la brisa me devolvía la calma. Allí, entre árboles y silencio, siempre me preguntaba lo mismo:

—¿Existirá en verdad alguien capaz de comprender lo que mi alma busca?

Me respondía el eco de mis propios pensamientos, hasta que una extraña sensación me envolvió. Era como si, en algún lugar desconocido, alguien pronunciara mi nombre sin saberlo.

Narrador Omnisciente

Dos vidas, dos mundos separados por siglos.

Amelia, atrapada en un presente dominado por la inmediatez, y Charles, prisionero de un pasado regido por las apariencias.

Ambos, sin embargo, compartían el mismo anhelo: un amor verdadero.

Lo que ninguno de los dos imaginaba era que el destino ya había empezado a entrelazar sus caminos.




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