Mónica
El día ha llegado y con la información exacta de donde Adam Smith está filmando su película en el centro de la ciudad me dispongo a hacerle caso al llamado al destino que quiere reunirnos. Armada con esta nueva esperanza, y decidida a que este año sea diferente, comienza mi misión: entrar a esos camerinos y acercarme a ese hombre que sin saberlo lleva años haciendo parte de mis días.
Con mis zapatos en las manos, bajo con mis pies en puntitas las escaleras para no hacer ruido, con la intención huir de casa sin ser sorprendida y secuestrada por la visita que hoy invade mi casa. Mis tíos, por parte de papá con su hijo pequeños que corren por todos lados destrozando todo y mis abuelos, están pasando un fin de semana con nosotros, es decir, que esta dulce y navideña morada está completamente llena.
Llego al último escalón, apresuro mis pasos a la puerta y me siento victoriosa cuando estoy por llegar, pero…
—¡Mónica se escapa! —un grito muy chillón de un niño muy chismoso me hace saltar del susto.
Corro a su lugar y antes de que vuelva a gritar sello con algo de fuerza su boca delatadora.
—Oye, no seas metiche, solo iré a dar una vuelta por un momento, no digas nada que no me voy a demorar. —Pido tratando de convencer al enano y para cerciorarme de que lo convencí, empiezo lentamente a soltar el agarre.
—¡Tita, Mónica, se esca…! —El pequeño insiste en delatarme llamando a mi abuelita, me apresuro y vuelvo a tapar su boca porque si quienes están el jardín distraídos los escuchan, me atraparán alegando que la Navidad es un mes para pasar en familia, por tanto, tendré que despedirme de la única posibilidad que tengo de conocer al futuro padre de los nietos de mis padres.
—No grites, ¿Por qué tienes que ser tan chismoso? Ve a jugar con la pulga, es una perrita divertida y no te morderá, solo te arrancará la nariz si sigues molestándome —hablo muy bajito, tratando de llegar a un acuerdo con él.
Niega sin importar que tiene a una “adulta” que quiere aparentar ser un monstruo para aterrorizarlo.
—Escúchame bien, niño imprudente, tengo que irme y tú no me vas a detener, así que, vuelves a gritar y te lanzo al bote de basura y vivirás ahí para siempre porque nadie sabrá tu ubicación, sabes que soy capaz de hacerlo. ¿Entendido? —Lo amenazo con firmeza mostrándole una malvada sonrisa.
Abre los ojos con sorpresa por ver mi yo maquiavélico y creo que logré mi objetivo de ser temida y respetada por quien cada vez que viene de visita me hace la vida imposible y rompe todos los jarrones y adornos de porcelana de mi madre.
—Así me gusta, pequeño metiche. Ahora te soltaré y me largaré sin decir adiós. Tú, observa y calla. —enfatizo
Asiente frenéticamente con sus ojos a punto de salirse de sus órbitas.
Cumplo el siguiente paso de nuestro acuerdo, sin embargo…
Fue un error confiar en él porque una vez despego mis manos de su pequeño rostro, se da a la huida, corriendo como un loco con dirección al jardín y gritando…
—¡Tita, tito, mamá, papá! ¡Corran, vengan, que Mónica se escapa! ¡Y amenazo con…! —Vocifera llamando a mis abuelos y a sus padres.
Para mi fortuna, la última parte de su frase queda interrumpida, cuando choca de frente contra un bloque humano que lo atrapa, lo carga con uno de sus brazos, al tiempo que con su mano libre tapa su boca.
Es mi madre hermosa que se está apersonando de su rol, de mi cupido navideño, ella que sabe exactamente hacia dónde voy, y por eso me salva de esta criatura tan ruidosa, me sonríe, me guiña un ojo y me lanza un dulce beso silencioso. Todos sus gestos maternales para mí no son solo símbolos de aprobación, sino también su bendición que manifiesta, regresa pronto y a salvo a casa.
Correspondo el gesto, lanzándole también muchos besos mudos como agradecimiento, omitiendo el hecho de que el niño se retuerce haciendo un esfuerzo inútil por bajarse y quien lo carga con más firmeza, caminando con él hacia la cocina donde estoy segura comprara su silencio con un trozo de torta o algunas golosinas.
Aprovecho para abrir la puerta y corro como alma que lleva prisa de estar a poco tiempo frente al amor de su vida.
Me subo al taxi que está frente a mi casa esperándome, el señor me mira feo por hacerlo esperar tanto.
Me hago la desentendida, no tengo tiempo de dar explicaciones ni pedir excusa, ya que mi mirada se ancla a la puerta que se abre dándole paso a mis abuelos.
—¡Mónica, regresa! —La voz mandona de mis abuelos piden en unísono.
—¡Señor, arranque! ¿Por qué está estacionado como si las llantas del auto se hubiera pegado al pavimento? —cuestiono cuando noto que está muy cruzado de brazos sin ninguna intención de ponerse en marcha.
Editado: 01.01.2024