Le había llevado catorce días habituarse a todos los síntomas del embarazo, pero estaba contenta con todo lo que venía. También se esforzaba mucho en su trabajo para guardar dinero para cuando llegara el bebé, incluso había optado por mudarse a un lugar más amplio para que su hijo pudiera tener su propia habitación. Y necesitaba un año para cuidar a su bebé, no quería tener un hijo y no poder atenderlo.
Era su primogénito y sería el único, y sin importar lo que había pasado, ese momento valía la pena. Además, su familia, sus dos hermanos, los abuelos del pequeño, estarían allí para ayudarla. Aunque aún no sabían que estaba embarazada, ella sabía que nunca la dejarían sola. Después de tanto pensar, se dio cuenta de que tenía una importante reunión en la oficina y salió corriendo.
—Buenos días, mamá feliz —saludó Danna a su amiga en la entrada de la oficina.
— Hola, Danna, llego tarde. Tenía una reunión importante. —respondió Cassia preocupada.
— No te preocupes, la persona con la que tenías la reunión aún no ha llegado. Podemos sentarnos y hablar un poco antes de que llegue. ¿Qué tal si vamos a esa mesa aparte donde siempre comemos y charlamos? —propuso Danna.
Las dos amigas se sentaron en una mesa apartada de la oficina. Cassia sostenía una taza de café caliente que su amiga había traído de una cafetería cercana.
— Danna, ¿tú crees que mis padres aceptarán lo que me ha pasado? —preguntó Cassia con el ceño fruncido.
— Claro que sí, tus padres son amorosos y tus hermanos también. No tienes nada que temer. —respondió Danna tranquilamente.
— Pero igual tengo miedo de cómo lo tomarán. Nunca les he presentado a nadie y además, sigo siendo virgen. —dijo Cassia tomando un sorbo de su café.
— ¡Qué gracioso! Estás embarazada y aún eres virgen. —se rio Danna.
— Sí, es algo extraño. No sé cómo explicarlo. —dijo Cassia con un tono dubitativo.
— No te preocupes, seguro que no eres la primera embarazada virgen en el mundo. —dijo Danna intentando animarla.
— ¿Realmente consideras que esto es posible? —preguntó Cassia frunciendo el ceño.
Danna la miró con astucia y le respondió:
— Claro que sí, Cassia. No te preocupes tanto.
Danna y Cassia eran dos mujeres hermosas y atractivas. Danna llevaba su traje de ejecutiva y Cassia tenía un aire de glamour a pesar de su embarazo. Aunque Cassia estaba preocupada, Danna sabía que su amiga no volvería a cometer una locura.
— Si no fuera por ti, quién sabe qué sería de mí en este momento. —Danna levantó una ceja y suspiró suavemente.
— Así es, para eso están las amigas, ¿no es así, Cassandra?
— Claro que sí, amiga. —Cassandra guiñó un ojo a Danna.
Antón Toreto se dirigía a las oficinas de Cassandra en el tercer piso de aquel impresionante edificio. No podía creer que ella fuera una talentosa Diseñadora de Interiores y tuviera su propia oficina, como le habían indicado en recepción. Mientras caminaba distraído admirando la belleza del lugar, llegó a la oficina de ella. De repente, quedó inmóvil al escuchar accidentalmente una conversación. El espejo en la pared frente a él reflejaba el interior de la oficina, donde había una mesa junto a una ventana donde estaban sentadas dos mujeres.
Antón reconoció a la joven, asombrosamente hermosa, de cabello castaño dorado, ojos verdes y una sonrisa radiante. Cassandra McAllister era la mujer más bella que había visto en mucho tiempo, un ángel en carne y hueso. Admiraba sus facciones, su delicadeza y su forma de hablar. Cualquier hombre se enamoraría de ella a primera vista. Dos semanas antes, se había puesto en contacto con su secretaria para hacer una propuesta de negocio que le podría resultar muy lucrativa a ella y a su empresa, sin saber que la verdadera razón para ir a Estados Unidos era otra.
Pero después de escuchar la conversación de las dos mujeres, supo que necesitaba cambiar de estrategia. Estaba convencido de que Cassandra no aceptaría fácilmente lo que le iba a proponer, si lo hacía de la manera como lo quería Luca, pero el tenía otro plan. Antón se apartó del espejo, tocó la puerta y Danna dijo en voz alta:
—Adelante.
Las dos mujeres se levantaron de la mesa y cuando Cassandra levantó la mirada al entrar Antón, su expresión absorta fue reemplazada instantáneamente por una amable sonrisa de bienvenida.
— Buenos días, adelante por favor —le dio la bienvenida, indicándole una de las sillas de piel que había frente a su mesa de trabajo—. Siéntese, por favor.
— Muchas gracias —respondió él, tomando asiento mientras echaba un vistazo alrededor. — Espero no llegar en un mal momento. —Danna sonrió y se retiró de la oficina, dejando a Cassia a solas con el visitante.
— No, no se preocupe en absoluto —aseguró Cassia. — ¿En qué puedo ayudarle? —preguntó amablemente, sentándose también.