El timbre de la puerta sonó justo cuando Cassia se levantaba de la cama. “Las siete en punto. No solo es real, sino también puntual”. Abrió los ojos y se puso su bata de dormir encima de la ropa que llevaba puesta. Al abrir la puerta, se quedó mirando, boquiabierta, al hombre que estaba en su puerta. Le dijo con enojo.
— Buenos días, señor Antón. —lo saludo Cassia.
Él la miró de arriba abajo y una sonrisa le curvó los labios.
— Buenos días, señorita Cassandra. Veo que no está lista.
— Oiga, aún no le he dicho si iré a Italia a trabajar con su jefe.
— Señorita, quedamos en que su amiga se haría cargo de la empresa y usted vendría conmigo.
— Mejor pase, mientras me arreglo. Apenas me acabo de levantar.
— Está bien señorita.
— Pase. —le dijo Cassia y cerró la puerta.
Ella se retiró para cederle el paso, y después los dos caminaron hacia el salón.
— ¿Le gusta vivir aquí? —preguntó él, mientras esperaba que se vistiera.
— Sí, mucho. —respondió en voz alta desde el cuarto. — Me encanta vivir en el centro de la ciudad, y aunque este edificio es antiguo, está bien conservado y es seguro.
— Ah. Y la seguridad es importante. —comentó él, mientras se sentaba en el sofá.
— Supongo que es fundamental en todas partes, ¿no cree?
— Sí —dijo él, y su tono de voz se volvió serio. —Muy considerado.
Cuando Cassia salió del cuarto, ya vestida, fue a la cocina a preparar algo de café y tostada, ofreciéndole a Antón. Cuando los dos se reunieron en la sala, ella se sentó con las piernas cruzadas y lo miraba a los ojos con el ceño fruncido.
— Dígame algo, señor Antón, ¿tiene el palacio problemas con la inseguridad? —preguntó Cassia, resuelta a conocer más sobre el reino de Aragón.
—Me parece que todos los países del mundo padecen ese problema, algunos más que otros. —respondió Antón. — La tasa de criminalidad de Aragón nunca ha sido demasiado alta en comparación con otros países, pero siempre se puede mejorar. Durante los últimos años hemos incrementado la fuerza policial y hemos tomado medidas activas para combatir la delincuencia, y el resultado ha sido una disminución de todos los tipos de delitos.
— ¿Y eso forma parte del plan para la seguridad nacional? —él arqueó una ceja, y Cassia sonrió. — Confieso que he estado investigando en Internet para aprender un poco más sobre su país antes de hablar. Y parte de lo que he averiguado es que su rey fue elegido para dirigir las Fuerzas de Seguridad Nacionales de Aragón hace diez años, cuando su alteza, el rey viejo, murió.
— Ah —dijo él, con un suspiro. — Espero que haya visitado la página oficial de Aragón, y no las páginas de los periódicos sensacionalistas.
Cassia se rio.
— Visité la página del gobierno de Aragón, pero también he leído algunos rumores muy interesantes en una página llamada “Los secretos de las familias reales de Europa”.
Antón soltó un gruñido y sacudió la cabeza.
— Me da miedo preguntarle lo que ha leído ahí. Espero que no se haya creído nada.
— La mayoría de las cosas parecían de ficción. A menos que… —dijo ella, y lo miró con interés. — ¿En serio? ¿El rey cruzó el Mediterráneo nadando para escapar de una actriz enamorada? —preguntó Cassia con una sonrisa.
— No es cierto —respondió Antón, molesto.
— Lástima, pensé que tal vez era su prometida —suspiró Cassia, mirándolo.
— De ninguna manera —dijo Antón con irritación.
— No se preocupe por lo que dije, Antón. Sé que su rey es una persona intachable, pero con todos los falsos chismes de los periódicos, ¿se imagina cuando se enteren de que va a ser padre?
— Señorita, mejor vaya a acomodar sus cosas en la maleta y la espero aquí —dijo Antón, un poco molesto.
Después de que Cassia arregló sus maletas, revisó su apartamento y dijo:
— Le diré a Danna que venga a poner las cosas en orden. Hablé con la conserje, así que pronto volveré a mi querido hogar.
— Se despide como si fuera una persona —observó Antón.
— Me entiendo a mí misma, Antón. Ahora vamos.
Cuando llegaron a la salida, un guardaespaldas les abrió la puerta mientras el otro los seguía discretamente. Afuera, había otro hombre corpulento que les abrió la puerta de una limusina negra, mientras otro metía las maletas en la parte trasera del vehículo. Cassia estaba a punto de entrar cuando alguien la llamó. Se detuvo y miró hacia la acera.
— Hola —saludó, sonriendo. Su hermano Dylan se acercaba a ellos— ¿Qué haces aquí?
— Vine a recoger algunas cosas y a verte, pero veo que te vas de viaje.
— Sí, lástima que no lo supe antes, podríamos haber salido juntos.