FLORENCIA, ITALIA
ZITA
—¿Se puede saber a quién se le ocurre envolver regalos con este frío, abuela? —me quejo cuando llegamos al área del convento destinada a guardar y envolver los regalos para repartirles a los niños en navidad.
—¿Y entonces cuándo? —inquiere al girarse hacia mí, sus profundos ojos azules enmarcados por las líneas de la edad me atraviesan y muerdo mi labio—. Bien sabes que esto lo hacemos cada año y nos falta solo un lote, además, eres mucho más rápida y eficiente que tus hermanos, por eso te pedí el favor. —La abuela me sonríe y hace imposible que pueda refutar o negarme a algo que me pida—. Sin contar que puedes calentar tu sangre y quitarte el frío, Zita Cavalcanti, deja de quejarte. —Me encojo de hombros con una sonrisa mientras ella sacude la cabeza.
Tiene un punto, puedo regular mi temperatura diferente a los demás, solo que a veces me gusta hacer dramitas. Cuando me llamó para preguntarme si podía ayudarla a envolver este lote de regalos, dudé en aceptar, pero es la abuela Geo, a ella nunca se le niega nada de lo que te pida, además, la amo locamente y pasar tiempo cerca de toda su magia y sabiduría siempre es un plus.
—Bueno, es cierto que soy mucho más genial que mis hermanos, gracias por las flores, abuela. —Le beso la mejilla y palmea mi brazo de forma juguetona.
El convento ha cambiado mucho desde que la abuela solía ser monja, ahora no hay internado y es un colegio mixto con dos turnos y actividades extracurriculares, sigue siendo un espacio religioso donde las monjas y sacerdotes hacen su vida, dan clases, pero la dirección ahora es más comprensiva, no hay castigos ni encierros, hasta cuentan con un equipo de psicólogos y terapeutas para ayudar a los niños que aquí se forman.
Se conserva mucho de la estructura original con el campanario, las capillas, los cuartos de las monjas y sacerdotes en un ala especial y los cuartos que quedaron libres ahora son salones de arte, pintura, informática, manualidades y todo lo que aquí ofrecen. Atravesamos el jardín con el césped perfectamente recortado, flores de colores y una fuente que se encuentra apagada, la verdad es que este lugar sin los niños alrededor se siente diferente, la energía no es igual y se nota por la falta del bullicio y el movimiento habitual de estos pasillos.
La abuela abre una enorme puerta de madera que tiene un candado nuevo que contrasta con el estilo antiguo de la estructura, el chirrido que hace es algo estruendoso y se revela frente a nosotros un amplio salón de paredes blancas con mesones de madera también, la pila de regalos envueltos en una esquina y la otra pila de regalos sin envolver, las ventanas altas dejan entrar luz, aunque están ligeramente empañadas por el frío y la humedad.
—Voy a encender la calefacción, ve escogiendo los papeles de regalo, en un rato debe llegar más ayuda —dice la abuela encaminándose al tablero de la pared en una esquina y me voy directamente a los enormes rollos de papeles de colores.
Escojo varios muy navideños, con santas, copos de nieve, renos, lazos, me gusta esta época del año por lo colorida y animada que es, sin contar que la comida navideña tan abundante y deliciosa es de lo mejor del mundo. Amo comer, tengo debilidad por el dulce, bueno, por toda la comida en general, pero más por los dulces.
—¿Podrías revisar que ninguna caja esté rota o dañada? Por favor —me pide la abuela y le hago un saludo militar que provoca su risa.
A la abuela no le gusta que saquen cuentas de su edad y a mí me parece más bella y fuerte cada día y, aunque puede parecer muy dulce, no quieres hacerla enojar o llevarle la contraria porque con su mirada o una frase contundente puede desarmarte en un santiamén.
Tomo caja por caja para revisar que no haya imperfectos, a la abuela le gusta que todo esté en las mejores condiciones porque dice que jamás le daría a un niño algo roto y le pediría que lo aprecie porque es lo que hay, comparto esa filosofía, porque sean niños en situaciones vulnerables no quiere decir que puedas darles basura y deban conformarse con eso.
Reconozco algunos juguetes de mis sobrinos que están en perfecto estado y envueltos en estuches o bolsas que los hacen parecer como nuevos, es lindo que ellos tengan ese gesto de voluntariamente donar esos juguetes que ya no usan, sin contar que los niños que los reciban estarán muy contentos y se llevaran un poquito de magia en sus corazones también. Mis hermanos y yo también solíamos hacer eso, es una especie de tradición en la familia.
Escucho el golpeteo intenso de pequeños pasos que resuenan cerca y una diminuta figura atraviesa la imponente puerta como un torbellino que corre a abrazarse a la pierna de la abuela.
—¡Nonna Geo, llegué! —exclama la pequeña y la abuela se ríe mientras le acaricia el cabello.
«¿Quién es esa niña? Nunca la había visto», es el primer pensamiento que cruza mi mente y yo conozco a la mayoría de los que rodean a mi abuela, pero a ella no la tengo en mi memoria.
—Qué bueno que ya llegó mi ayudante más linda, ¿cómo estás hoy, Nova? —La niña se trepa en una de las sillas para sentarse en el mesón y besar la mejilla de mi abuela.
Tiene el cabello liso hasta los hombros de un precioso color naranja rojizo, enormes ojos marrones con pequeñas y delicadas facciones que, aunado a la piel blanca, la hacen parecer una pequeña muñeca. Su abrigo azul es corto y revela un vestido naranja con mallas negras y botas blancas algo mullidas, pero lo más peculiar es su diadema con dos resortes que tienen un par de pollitos morados que se bambolean con sus movimientos de cabeza.