Un Amor Inesperado

CAPÍTULO 2

FLORENCIA, ITALIA

SANNE

¿Qué decir de Zita Cavalcanti? ¡Diablos, es aún más impresionante de cerca! Hace un par de meses la vi en el hotel donde trabaja mi hermano Otis, ella iba saliendo de la mano de una mujer exuberante y perfecta, llevaba un traje sastre increíblemente bien confeccionado en color magenta y que resaltaba los puntos justos de cada curva de su cuerpo, la mujer a su lado llevaba un conjunto similar, pero en color verde bosque.

«¡Frena, Sanne!», me recrimino al ver por dónde va el hilo de mis pensamientos y sacudo la cabeza con fuerza, como si eso pudiera mermar mi estupidez.

Otis me dijo que ella es una de las dueñas, lo cual me pareció una locura porque se ve demasiado joven, demasiado abierta, se mostraba de la mano de esa mujer como si fuera nada y mi hermano me confirmó que es lesbiana y se le ha visto con mujeres diferentes en varias ocasiones, esa confesión me hizo y me hace sentir rara, más todavía porque nadie parece juzgarla, ni siquiera Otis y ahora que la veo, ni siquiera su abuela.

Lo más llamativo son esos ojos violetas, jamás había visto a alguien con los ojos de ese color y en ella se ven absolutamente impresionantes, aunque no entendí eso que dijo mi hija de que uno es de verdad y el otro de mentira. Su sutil toque a mi barbilla fue electrizante y me descolocó de una forma que no logro comprender, mis nervios y confusión me han hecho portarme horrible con ella y ahora me siento fatal porque fui irrespetuosa con Zita, que es nada más y nada menos que una de las nietas de Geovanna. ¡Dios, esa mujer es una santa!

Llegamos a Florencia después de recorrer varias ciudades en busca de oportunidades, jamás pensamos que llamarían a mi hermano para trabajar en la recepción del hotel Luxor, había enviado su currículo a muchas partes y aquí salió un buen salario y la posibilidad de un alquiler a un modesto precio, además de los beneficios adicionales, nunca pensé que existirían tales trabajos con esas remuneraciones, pero aquí estamos.

La carcajada de mi preciosa hija me hace levantar la vista para ver que le ha puesto su diadema de patitos a Zita que bambolea su cabeza con fuerza, haciendo que los patitos reboten de forma muy graciosa, hasta haciendo movimientos tontos como esos se ve preciosa. Sacudo la cabeza y trato de concentrarme.

Yo le hago sus diademas a Nova y le encantan, tiene de muchas formas al igual que su ropa, amo coser, es lo que hago y es por lo que me pagan aquí en el convento, de hecho, fue Geovanna quién me ayudó a conseguir este puesto como costurera de las monjas y los sacerdotes, la paga es buena y todos son muy amables, además de que la misma Geovanna me ayudó a conseguirle una beca a mi hija para estudiar aquí, jamás podré agradecerle suficiente todo lo que hizo y hace por mí desde que nos conocimos, de ahí que mi hija la llame nonna y yo la sienta como una madre por la forma en que siempre me conforta.

—El tío Otis me enseñó a bailar así, ve —dice mi hija antes de empezar a mover sus piecitos y dar una divertida vuelta al ritmo de la música que acaban de poner, mostrándole a Zita con orgullo sus pasos.

—Ese paso no me lo sabía, ¿me lo enseñas? —Con esa simple frase todo el rostro de mi hija se ilumina y se pone en modo ‘maestra’ con Zita.

Mi hija es todo lo opuesto a mí, es tan extrovertida a veces que es abrumador, siempre está hablando o queriendo hacer algo y la amo con mi vida, aunque muchas veces quiera encontrarle un botón de apagado, los únicos momentos de silencio en la casa son cuando está en clases y ahora de vacaciones decembrinas solo cuando duerme o sale a pasear con su tío. A veces me siento mal por pensar así, pero Otis me calma y me dice que es normal, que él ha escuchado que a todas las madres les pasa eso.

Observo a mi Nova con Zita y las dos son extrovertidas y parece no importarles la opinión de otros por cómo se mueven sin vergüenza, ríen alto y hablan mucho las dos, pero cuando comparten una mirada que parece cómplice, algo extraño se agita dentro de mí y me dan ganas de llorar porque mi hija hace amigos con facilidad y yo en el año que llevo aquí no conozco a casi nadie, soy demasiado introvertida y me cuesta hablar con quiénes no conozco.

Debo controlar mis ganas de llorar porque eso no va a llevarme a ninguna parte, ¿cierto? Solo necesito…

—¡Dios! —Doy un respingo al sentir la mano de Geovanna en mi espalda, ¿en qué momento llegó a mi lado?

—Lamento interrumpir tus divagaciones, pero te ves a punto de llorar, ¿te sientes mal? —cuestiona con toda su dulzura y esa mirada cálida que parece atravesarte el alma.

—Mi hija es el alma de la fiesta y yo me siento mínima —admito y ni siquiera sé por qué le estoy diciendo esto a Geovanna, pero parece que con ella mi boca no tiene filtros—. Es triste que casi no conozco a nadie en todo el tiempo que llevo aquí, solo trabajo y cuido de Nova, los clientes no quieren pagarme la ropa, necesito el dinero para reparar mi máquina y no sabes el alivio de haber recibido el pago hoy con un inesperado bono que nos va a ayudar mucho y tan solo siento que… —No puedo continuar porque se me salen las lágrimas y me giro rápidamente para que mi hija no me vea llorar.

—Tienes mucho sucediendo en tu interior, mi niña —expresa con dulzura—. Nadie más que tú tiene el poder de decidir cómo quiere sentirse, eres dueña de tus decisiones, aquí no hay nadie controlándote, ¿por qué tienes miedo?, ¿qué te frena, Sanne? —su pregunta siento que resquebraja algo en mí.




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