Un Amor Libertino. Trilogía: Amores Verdaderos 3

Capítulo 3.2

ROWAN

Los días se iban haciendo cada vez más largos, mientras esperaba para que Sarah fuera mi esposa. ¿Qué era lo más difícil? Reprimir el constante deseo que despertaba en mí, aquella perversa muchacha de coquetos ojos verdes; era yo quien se esforzaba en parar el acto cuando ya todo se nos estaba escapando de las manos. 

—Sarah… —logré decir mientras ella me callaba con besos. 

La tenía sentada en mi regazo a horcajadas, sus pezones presionaban contra mi pecho desnudo, la tela de su camisón era demasiado fina. La sujeté de las caderas y nos hice girar en la cama, poniéndome sobre ella para luego separar nuestras bocas. Me alejé de su cuerpo, ambos teníamos las respiraciones aceleradas y mi miembro dolía por no obtener una satisfacción. 

Recosté mi cabeza en el medio de sus senos, escuchando como su corazón latía del mismo modo desbocado que el mío, sus delgados brazos me rodeaban, abrazándome con fuerza.

—Tienes que dejar de provocarme de esta manera. —la escuché reír con diversión. 

—Te encanta que lo haga. —sonreí contra su pecho. —Pronto estaremos casados así que ya no tendré que escapar de la hacienda. 

Me apoye sobre mis codos para mirarla. “Es tan bonita” –pensé embelesado.

—Te arriesgas a venir aquí sin ninguna necesidad a pesar de mi reprimenda. Pensé que lo habías entendido la última vez. —ella sonrió. 

—Yo deseo entregarme a ti. 

—Mi perversa Sarah solo cuando estemos casados te haré el amor como es debido. Falta tan poco —su boquita hizo una mueca. 

—Siento que la espera se hace eterna… Rowan se siente tan bien cuando me tocas. Oh, y cada vez que me besas —abrió sus piernas, rodeando mi cadera con ellas. —Siempre quiero sentir más…

“Maldición, yo también deseaba eso”. 

 

////////////////

 

MAISIE. 

No podía dormir. Sarah como venía haciendo desde hace semanas se escapó de la casa para ir a la hacienda de los Carson. Me encontraba a oscuras en la sala de la casa, pensando en todos los acontecimientos que comenzaban a inquietarme. La palabra «matrimonio» es uno de ellos. 

“Casarnos. Tobías y yo íbamos a casarnos”. 

¿Por qué en vez de estar emocionada estoy tan nerviosa y temerosa? ¿Eso era lo que yo en realidad quería? ¡No! Maldita sea, todo estaba perfecto antes de que mi hermano Alejandro nos descubriera. Solo eran unos cuantos besos robados, Tobías y yo conociéndonos sin la intervención de mi familia, ni la promesa de un matrimonio forzado. 

¡¿Por qué diablos Toby se encontraba contentísimo con la idea mientras yo me muero del miedo?! No llevamos el tiempo suficiente para decir que estábamos perdidamente enamorados el uno del otro. Nunca conoces a una persona por completo hasta que convives con ella de forma permanente. 

Escuché unos pasos que me sobresaltaron y entre la oscuridad distinguí a mi hermano menor Héctor.

 —Llevas un buen tiempo con la mirada perdida. ¿Qué te pasa? —se sentó a mi lado en el mueble. Héctor siempre era tranquilo, confiable y metódico. 

—¡No quiero casarme! ¡No aun! —confesé, sorprendiéndome del tono tan nervioso de mi voz. —En verdad amo a Tobías. Muchos sentimientos se manifiestan cuando estoy cerca de él. ¡Pero no por eso deseo casarme con tanta premura! No me siento preparada para hacer una promesa frente a un altar, ¡Héctor estoy asustada! 

Él no dijo nada por un largo rato. 

—¡Di algo maldita sea! Me pones más de los nervios. 

—Díselo a nuestros padres. Exprésale tus miedos. Si te casas sin quererlo solo lograras hacerte infeliz a ti y hacer miserable a Tobías Carson. 

—Toda esta situación me parece tan inverosímil, hace meses ni siquiera creí posible que Tobías estuviera dispuesto a contraer matrimonio conmigo. Él que siempre se mostró tan… mujeriego. —Héctor rio.

—Todos nos vimos sorprendidos cuando aceptó de buena gana, pero Maisie si en realidad no deseas casarte, ¡dilo ahora! El tiempo pasa y sin siquiera esperarlo te encontrarás arrastrada frente a un altar, si no es que huyes primero. —dijo lo último con un tono bromista. —Adoraría ver la cara que pondría Tobías Carson al ver que tú corres en dirección contraria a la suya y te escapas. 

—Ave María purísima, pero tú estás ansioso de invocar a la tragedia. ¡Eres un cizañero! —Héctor empezó a reírse a carcajadas, incluso me lo contagió a mí y ambos empezamos a reírnos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.