Un amor no correspondido

Parte 1

Un Amor No Correspondido
Episodio 1:El Reino Lirien

El sol se alzaba sobre las torres de cristal del Reino de Lirien, bañando los muros encantados con reflejos dorados que danzaban como llamas vivas. La magia fluía por las calles como un río invisible, alimentando cada rincón del reino: desde los jardines flotantes hasta los relojes que latían como corazones.

La princesa Elira observaba el horizonte desde su balcón de mármol blanco. Su vestido de seda lunar se movía con el viento, y sus ojos, del color del cielo antes de una tormenta, parecían buscar algo más allá de los límites del reino. No era la corona lo que pesaba sobre ella, sino el vacío que crecía cada día en su pecho.

En los bosques del norte, donde la magia no obedece a la realeza, vivía Kael. Un joven de mirada intensa y manos marcadas por la tierra. No tenía título, ni linaje, pero sí un don: podía escuchar a los árboles, hablar con los ríos, y sentir el pulso del mundo como si fuera parte de él.

Sus caminos se cruzaron una noche de luna doble, cuando Elira escapó del palacio para respirar libertad. Lo vio entre las sombras, recogiendo flores que brillaban en la oscuridad. Él la miró sin saber quién era, y ella lo miró como si por fin supiera quién era ella.

Ese encuentro fue breve. Un susurro. Un temblor.
Pero suficiente para que el destino comenzara a escribir su historia.

Episodio 2: El Eco del Viento

Las noches en el Reino de Lirien no eran iguales desde aquella luna doble. Elira no podía dejar de pensar en el joven que había visto entre las sombras del bosque, ni de la extraña sensación de haberlo conocido en algún rincón olvidado de su alma. Aquella conexión fugaz había dejado una huella en ella, una marca que ni las obligaciones del reino ni las sonrisas vacías de sus pretendientes podían borrar.

El palacio, con sus altos muros y techos de cristal encantado, se sentía más frío que nunca. Aunque la gente la veneraba como princesa, y su presencia iluminaba los pasillos como un faro de esperanza, en su corazón solo resonaban vacíos. Cada sonrisa, cada cortesía, le parecía un eco distante, algo ajeno a lo que realmente deseaba.

A menudo se encontraba mirando la entrada del bosque desde su balcón, pero sabía que no debía cruzar esa frontera. La magia que corría por sus venas como princesa la ataba a su reino, mientras que el joven de ojos profundos y alma libre pertenecía a un mundo más allá de la realeza, un mundo que no comprendía ni podía entender.

Kael, por su parte, sentía la presencia de Elira como un susurro en el viento. Tras el encuentro de la luna doble, había seguido su camino, pero su mente no podía dejar de volver a aquel rostro que parecía desafiar las estrellas mismas. Sin embargo, como siempre había sido con los nobles, Kael sabía que era un amor imposible. Los jóvenes como él no podían soñar con estar cerca de alguien como ella, una princesa nacida para llevar el peso del reino sobre sus hombros. Además, la naturaleza que tanto amaba lo mantenía alejado de cualquier obligación o promesa que pudiera cambiar su vida. El mundo de los hombres era ajeno al de los árboles y los ríos, y Kael se sentía más unido a las raíces de la tierra que a las reglas que gobernaban el reino de Lirien.

Una tarde, mientras Elira paseaba por los jardines suspendidos de cristal, una ráfaga de viento la sorprendió. La brisa trajo consigo el aroma de las flores nocturnas que Kael había recogido aquella noche. Era un perfume dulce y a la vez extraño, como un recuerdo olvidado que afloraba de repente. Su corazón dio un vuelco, y sin pensarlo, se adentró en el pasillo que conducía al bosque.

El viento la guiaba, como si quisiera decirle algo, como si las antiguas corrientes mágicas que fluían por su reino hubieran comenzado a murmurar su nombre. A medida que cruzaba el umbral del bosque, la vegetación parecía abrirse ante ella, como si la recibiera en silencio. Sabía que no debía estar allí, pero algo la impulsaba, algo más allá de la razón.

Elira caminó por el sendero, entre los árboles altos y las sombras danzantes. La magia en el aire era palpable, y algo en su interior latía con fuerza, un eco de lo que había sentido aquella noche bajo la luna.

De repente, vio una figura a lo lejos. Era Kael, con las manos extendidas hacia un árbol antiguo, sus ojos cerrados como si hablara en un lenguaje que solo él entendía. Elira contuvo la respiración, el corazón acelerado. Él no la vio, pero ella lo observaba como si estuviera mirando una estrella lejana, imposible de alcanzar.

Kael se giró lentamente, y sus ojos se encontraron con los de ella, brillando en la penumbra como dos luceros.

— ¿Qué haces aquí, princesa? —su voz era profunda, pero suave, como el susurro de un río tranquilo.

Elira no supo qué decir. Sus labios se abrieron, pero las palabras no salían. Solo podía sentir la conexión que había entre ellos, esa misma que había sentido la primera vez que se miraron. Un silencio pesado los envolvía, pero no era incómodo. Era el silencio de un entendimiento que iba más allá de las palabras.

— No lo sé —respondió finalmente Elira, su voz quebrada por la emoción. — Solo… sentí que debía estar aquí.

Kael la miró con una mezcla de curiosidad y cautela, sabiendo que la realidad entre ambos era una ilusión que podría desvanecerse en cualquier momento. Pero algo en su mirada también le decía que, quizás, las leyes del reino no eran tan definitivas como pensaba.

Elira dio un paso hacia él, y Kael, sin pensarlo, dio un paso atrás. El muro invisible que los separaba no era solo de linajes o promesas, sino también de lo que el destino parecía dictarles.

— No es posible —dijo Kael, su voz ahora firme, pero con una tristeza apenas contenida. — Tú eres una princesa. Yo soy solo un hombre de la tierra. No podemos…

Elira lo miró fijamente, y aunque sabía que lo que él decía era cierto, algo en su corazón se rebelaba ante esa realidad. El destino no estaba hecho solo de reglas y títulos. Algo más profundo les unía, algo que la magia misma parecía susurrar en cada rincón del bosque.




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