MILE
Fui de visita a la residencia de los McDonall, quería saber cómo seguía el gatito huérfano y también ver los lindos ojos de la señorita Cornelia. Una sirvienta me abrió la puerta y fue la Condesa Verónica quien me recibió en el vestíbulo.
—¿Señor Mile qué hace aquí? —preguntó con curiosidad.
—Perdone si soy inoportuno miladi, yo fui quien ayudó a la señorita Cornelia cuando encontró a un gatito hace unos días en un callejón, solo quise saber cómo seguía el animal.
—Oh, usted la ayudó con ese pobre animalito —dijo con un tono melancólico.
—El minino murió, ¿no es así? —la condesa asintió. —¿Cómo está la señorita Cornelia?
—Lloró toda la noche por su pequeño gato, se encerró en su habitación y no ha querido salir ni para comer o tomar agua. A todos nos tiene bastante preocupados. —sabía que era una pérdida de tiempo que Cornelia se encariñara con ese animalito que ya estaba condenado, pero Cornelia McDonall eran tan compasiva y terca que quiso hacer todo lo posible por ese pequeño mínimo.
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Al día siguiente volví a ir a la casa de los McDonall, la condesa Verónica me dejó subir y tocar la puerta de la habitación de su hija. La señorita Cornelia me abrió la puerta: usaba un vestido todo arrugado y en su rostro se notaba pálida, ojerosa y los ojos hinchados.
—¿Qué hace aquí?
—Me enteré lo del gato. Lo lamento.
—Eso ya no importa —dijo con mucha frialdad. —Si eso es todo lo que querías decirme puede retirarse por favor.
—Le traje esto. —ella tomó los libros en su manos con una sonrisa —Pensé en traerte otro gato pero sabía que te molestarías y preferí traerte esto libros.
—Muchas gracias señor Mile, todos son buenos libros.
—¿No querrías salir a caminar conmigo? El día es perfecto. —pensé que me diría que no, para mi sorpresa ella aceptó pidiéndome que la esperara abajo mientras se ponía presentable para salir. Mientras bajaba las escaleras me topé con el padre de Cornelia, cuando estuve frente a él se hizo un tenso e incómodo silencio.
—¿Qué hace aquí señor Mile? —preguntó con una ceja levantada.
—Visitar a la señorita Cornelia.
—¿En su habitación?
—La señora Verónica me concedió el permiso para subir. —él me miró con un expresión tan seria y estoica.
—Le seré sincero señor Perkins, usted me agrada mucho más que su hermano, es un hombre que parece tener con claridad sus intereses en cambio su hermano es solo un chiquillo impulsivo.
—Si piensa eso de Shawn, ¿entonces por qué lo dejó casarse con su hija? —pregunté en defensa de mi hermano.
—Porque mi hija lo ama y suplicó que la dejara casarse, hubiera esperado mucho más tiempo antes de dejar que esa boda se realizara. —cada palabra era directa y mordaz —Debo suponer que no está cortejando a mi hija.
—Entre la señorita Cornelia y yo hay solo una amistad.
—¿Y usted desearía que hubiera algo más?
—Aun no nos conocemos lo suficiente para afirmar eso.
—Cada quien ama de maneras diferentes, yo me enamoré de mi mujer tan solo mirarla. Cuide sus pasos con Cokkie, si la lastima no tendré compasión de usted —sonó tan amenazante y sombrío que supe que no debía tomar a la ligera esta amenaza.
—¿Nos vamos señor Perkins? —dijo la señorita Cornelia bajando por la escaleras.
Cuando salimos de la residencia me mantenía a una distancia apropiada de la señorita Cornelia, no quería incordiarla ni muchos menos incomodarla. Las bolsas bajos sus ojos eran mucho más visibles debido a la palidez de su piel, lucia tan frágil y fatigada. No hubiera pensando jamás que la muerte de un pequeño animalito que tuvo por dos días la fuera a lastimar tanto.
Llegamos a Hyde Park en una diligencia, mientras caminábamos por el poco concurrido parque ya me había cansado del silencio sepulcral que había entre nosotros y decido hacer lo que mejor sabia, incordiarla, prefiero verla enojada que con una expresión triste.
—De haber sabido que se mantendría así de callada no le hubiera ofrecido salir señorita Cokkie. —ella por fin me miró por primera vez desde que salimos de su casa.
—¡No me diga de ese modo tan íntimo, solo se lo permito a mi familia! —sonreí al ver de nuevo esa fiereza que tanto le fascinaba.
—A mi querido hermano lo he escuchado nombrarla de ese modo varias veces.
—Incluso en momentos como estos usted puede ser tan exasperante. —hice lo menos apropiado para estar en un lugar público, la agarré del antebrazo y la hice mirarme.
—Suélteme, pondrá en boca de todos mi reputación. —pidió visiblemente ofuscada.
—¿Cuánto tiempo puede pasar manteniendo esa postura fría y autoritaria Cornelia McDonall? —pregunté con una ceja arqueada —Usted lee literatura romántica, recogió a un pequeño animalito de la calle y lo llevó a su casa para cuidarlo.
—¿Y eso a usted que le importa? Me asusta que este tan al pendiente de lo que hago y dejo de hacer señor Perkins, no es precisamente un caballero.
—No, solo soy un vulgar americano que tiene más dinero del que necesita y trata de entender a una rara y fría mujer de hermosos ojos, ¿cómo es que teniendo esos ojos tan bellos puede creer que no es atractiva? —Cornelia se sonrojó. —Yo no soy mi hermano, no hubiera escogido a la señorita Diana, habrías sido mi primera opción desde el principio.
—Debo marcharme, ya déjeme ir. —apreté más mi agarre. —¡Nos verán! —no había muchas personas en el parque pero la arrastré hacia un rincón apartado y poco visible. —¡Se lo advierto señor Mile!
—A la altiva Cornelia McDonall le encanta huir de mí.
—¡No huyo de usted patán! —exclamó colérica.
—No es lo que parece. Siempre huye de la verdad, no le gustan que le recuerden las verdades que tanto le duelen o le pesan. —sabía que me estaba excediendo con mis palabas, la situación ya se me estaba hiendo de la manos.