MILE
—“En ti los ríos cantan y mi alma en ellos huye como tú lo desees y hacia donde tú quieras. La mirada de su joven amante la hacían sentir una mujer débil, una que no pensaba con completa claridad. ¿Habéis sentido el deseo de querer estar con alguien hasta la muerte? Así me sentía al tenerlo tan cerca de mí, al poder admirarlo, sentir la nostalgia cuando se marchaba. Oh, Feur tan hermoso como traicionero, ¿cómo pudiste dejarme atrás…” —ella leía el libro mientras la escuchaba atentamente o eso intentaba, porque mis ojos no paraban de mirar sus labios al moverse e imaginarme de nuevo besándola como aquella vez en el parque.
Después de nuestra carrera bajo la fría lluvia los dos habíamos quedado completamente empapados y con un horrible resfriado al día siguiente, pero valió la pena porque había visto a Cornelia sonreír como si volviera a ser una traviesa e inocente niña. Eso valió más que cualquier cosa y el resfriado le importó menos.
—No me está escuchando señor Mile —dijo deteniendo su lectura.
—¡Claro que lo hago señorita!
—¡No, no lo hacéis!
—Lo lamento, tiene razón pero esto se podría evitar si me prestara el libro, le puedo jurar que no le pasará nada en mis manos. —la señorita Cornelia solo muerta me entregaría la novela sobre los amores de Casiopea, ahora venía a mi residencia y me leía uno o dos capitulo por día.
—Si se lo diera ya no habría razones para salir de mi hogar.
—Entonces admite que disfruta de mi compañía—dije con una sonrisa, ella acomodó sus gafas y ni siquiera me miro —Pensándolo mejor señorita, tampoco quiero que las visitas se terminen. —ella intento ocultarlo pero vi como sus manos temblaron un poco y se apretaban contra la cubierta del libro, la estaba poniendo nerviosa. —¿Sabe señorita? Usted es un hallazgo afortunado e inesperado....
—¿Por qué lo hizo? —preguntó por lo bajo.
—¿Disculpe?
—¿Por qué me besó eso día? —volvió a decir con seguridad mirándome a los ojos.
—La deseo por eso la besé señorita Cornelia. —ella se sorprendió y sonrojó por igual.
—Debo irme. —me interpuse en su camino, impidiéndole escapar.
—¿Te desagradó que te besara Cornelia? —bajó la mirada.
—Nunca había sido besada, y no… no me desagradó, me sorprendió y asustó de sobremanera verme a mí misma deseando más. —confesó tan tímida y nerviosa—Usted se muestra tan afable, sencillo, honesto en su carácter y comportamiento.
—Pienso que ya me conoce muy bien señorita.
—No lo suficiente… —volvía a mirarme con aquellos ojos casi felinos.
“Oh, como adoraba cuando lo miraba de esa manera”.
En su vida se había topado con muchas mujeres, la mayoría frívolas, otras tímidas, retraídas, pero Cokkie… ella no tenía comparación con las demás, poseía algo que lo atraída, por más que ella replicara o despotricara no conseguía alejarme, era un hombre obstinado y perseverante.
—No pedí su permiso cuando la bese por primera vez. Es por eso señorita Cornelia que le pido, le suplico que me permita volver besarla.—estaba casi ronzando sus labios.
—No —se separó de mi persona —Debo irme, señor Perkins.
Tomó su libro y salió casi despavorida de la casa. “Maldición, había arruinado todo”-pensé furioso conmigo mismo.
Me había excedido, ¿cómo pude pensar ella me diría que sí? Solo conseguí su rechazo, temía alejarla cuando por fin había podido acercarse. ¿Qué debía hacer para controlar estos sentimientos que comenzaban a nacer en mi pecho? ¿Qué haría con esas ansias de besarla porque sentía que si no lo hacía moriría?
CORNELIA.
Sus labios estaban tan cerca, apunto de volver a besarme y tuve que salir huyendo o él escucharía lo rápido que latía mi corazón. El señor Mile quiso besarme y yo me arrepentí en el último momento, no porque no quisiera sino porque me encontraba tan confundida con sentimientos e ideas mezcladas.
Mile Perkins; la confundía, la hacía enojar, ofuscar, como también había hecho que su corazón por poco se le saliera del pecho el día que decidió robarle su primer beso. Se descubría así misma pensado día y noche en aquel suceso, en la calidez que sintió al ser abrazada por aquel cuerpo tan robusto y fuerte.
Los labios de Mile fueron tan demandantes, tiernos y sin proponérselo se vio correspondiendo aquel acto de indecencia en medio de Hyde Park, donde cualquier persona los podría haber visto y corrido con el chisme a toda la ciudad. Todo era tan caótico cada vez que se encontraba cerca de él. Se suponía que ya no iba arriesgarse en el amor, que iba apartarse de los hombres pero el problema estaba en que Mile Perkins era un hombre muy terco y decidido, no se alejaba cada vez que lo despreciaba sino que persistía hasta conseguir lo que quería. Ella no podía sentirse atraída por él, no podía pero desgraciadamente ya lo estaba haciendo.
—Maldito seas, Mile Perkins.