“Para amar a alguien hay que estar dispuesto a dar lo que sea por esa persona, conocerla, ponerte frente a ella cuando ves que está en peligro. Al mirarte Cornelia solo tengo en mi cabeza un solo pensamiento… querer besarte hasta que te olvides del mundo entero, de que olvides tu amor por mi hermano, tus barreras, ¡todo! Para que ames y mires solo a mí.
Me vuelvo loco.
Mis ojos quieren verte, mis manos sentirte, hacerte mía. Me siento tan tonto, te resultará completamente desconocida la palabra SARANG; su origen es coreano y tiene un hermoso significado: el deseo de querer estar con alguien hasta la muerte”.
MILE PERKINS.
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MILE.
Nunca había frecuentado un club de caballeros fue una experiencia completamente nueva, podía ver desde viejos a jóvenes nobles de la más alta alcurnia londinense, algunos estaban riéndose tomando alcohol de la botella más fina y costosa que había en el bar. A mi hermano le gustaban este tipo de lugares pero yo solo veía a hombres pretensiosos alardeando de su fortuna.
Shawn estaba por algún lado practicando esgrima, mientras yo me encontraba en una mesa cerca del bar, estaba por irme cuando vi a unas cuantas mesas a los dos hombres de la familia McDonall. El hermano mayor de Cornelia me miraba con el ceño fruncido; si no fueran porque sus ojos eran oscuros Kaidan McDonall sería la viva imagen de su padre, fue una sorpresa cuando el mismo lord Heronimo se levantó de su silla y se empezó acercar a mi mesa, bajo la atenta mirada de su hijo.
—Señor Perkins. —dijo el lord Heronimo, sentándose frente a mí.
—Milord, que casualidad encontrarlo aquí.
—Lo mismo digo, el club necesita nuevos miembros ¿piensa quedarse más tiempo y solicitar una membresía? —preguntó curioso, mirarlo a los ojos era como estar viendo los ojos de Cokkie cuando eran fríos y suspicaces. —¿Sus negocios en América esperarán tanto?
—Tengo un buen amigo que me mantiene informado de todo, milord. —un silencio incomodo se formó entre nosotros.
—Es obvio que su resistencia en marcharse es por mi hija, no nos hagamos los tontos señor Perkins. —lo mire con una ceja levantada.
—¿Y hay algún problema con eso, milord?
—No lo habrá si me dice con certeza: ¿qué es lo que quiere con ella? —dijo con un tono mordaz y todo lo que hice fue sonreír.
—Al parecer esta conversación ya ha sido pospuesta por mucho tiempo, milord quiero pedirle permiso para cortejar a la señorita Cornelia como se debe. —el lord McDonall levantó un ceja. —Y por supuesto que deseo casarme con ella, si me acepta.
—Cornelia lo ha ido a visitar varias veces a la residencia de su hermano, todo con la excusa de “ir a ver a Diana” es obvio que ella ya lo aceptó señor Perkins.
—No del todo... Ella aún no me ama. —mi respuesta no pareció sorprenderlo, estaba tranquilo en su silla.
—¿Qué sentimientos tiene usted por mi hija, señor Perkins? Cornelia es mi pequeña, la menor de mis hijos y si usted quiere que la deje a su cuidado debe darme un respuesta concreta. —los fríos ojos claros de lord McDonall parecían querer ver a través de mí.
—La quiero, me he llegado a enamorar de su manera de ser. A veces tosca, fría pero también dulce y generosa. Su hija es difícil de entender y tratar al principio pero ni siquiera con todos los desplantes que he recibido de la señorita Cornelia desde que nos conocemos, hace que desista en querer conquistarla. —él se mostró impresionado y convencido de mis palabras.
—Cokkie por fin encontró al hombre para ella —dijo con una sonrisa —Espero que cuide a mi hija. Tiene mi permiso para cortejarla y solo si ella lo acepta podrá desposarla.
—Gracias por la confianza lord Heronimo.
—No me decepcione señor Perkins —él se levantó de la silla y se fue junto a su hijo dejándome en mi mesa solo pero con una gran sonrisa.
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La sala de la nueva casa ya había sido amueblada y era mucho más cómoda para que Cornelia siguiera leyendo para mí, aunque me gustaba más cuando solo estaba la alfombra y podía estar sobre ella besándola fervientemente.
—Cokkie... —ella detuvo su lectura y levantó su mirada de las páginas del libro.
—¿Si Mile?
—Voy a confesarte algo y puede que te enfades. —su expresión se mostró entre sorprendida y curiosa a la vez.
—¿Cómo estas tan seguro de que me enfadaré?
—Te conozco Cornelia McDonall y sé que te molestará aunque cuando estas colérica seguís igual de linda.
—Mile, dime lo que tengas que decirme y no andes con sandeces.
—Tu padre me dio su extenso permiso para convencerte de que aceptaras ser mi esposa. —ella estaba perpleja.
—¡¿Qué?! —fue lo único que pudieron formular sus laidos —¡Dios, cómo pudiste pedirle algo así a mi padre! ¡Aun ni siquiera había pensando en casarme con contigo o con nadie! —habló con rapidez.
—¡Auch! lastimó mi orgullo señorita Cornelia. ¿Por qué no casarnos? Somos jóvenes y nos entendemos.
—Pues… este… ¡Discutimos! —espetó entre balbuceos y la miré con una ceja levantada.
—Todo buen matrimonio discute.
—¡Usted es un gran cínico!
—Solo me gusta bromear y molestarla un poco, ¿Qué hay de malo en eso? —dije con una sonrisa acercándome cada vez más a ella.
—No lo amo. —esas tres palabras me dejaron helado y me devolvieron a la realidad. Bajo una hipócrita sonrisa busqué ocultar todo lo que me dolían y escocían lo que ella me había dicho.
—Cierto. Había olvidado que todo esto surgió porque quieres ocultar muy dentro de ti el inmenso amor que sientes por mi hermano —aunque no lo quise, mis palabras sonaron más enojadas de lo que quiso demostrar. Cornelia frunció el ceño.