“La amé tanto que en lugar de flores le regalaba libros. Porque las flores duran unos días pero un buen libro dura para toda la vida”
Albert Einstein.
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CORNELIA.
Fui de visita a la residencia Perkins, tenía días sin ver a Diana y la extrañaba. Ella me recibió como una buena anfitriona, como siempre mi hermana lucia radiante y al cruzar el umbral de la puerta vi cajones y maletas al comienzo de las escaleras.
—Mile está terminando de empacar para su mudanza a la nueva casa. —me dijo mi hermana cuando se lo pregunté.
—Sí, el señor Mile me comentó que lo haría para darles privacidad a ti y Shawn.
—Es un hombre muy compresivo.
—Tienes razón —sonreí y mi hermana notó el cambio.
—¿Te gusta no es cierto? —preguntó divertida. —Pero que digo, te gusta y mucho hermanita.
—¡Cállate Di! —exclamé con las mejillas sonrojadas lo que la hizo soltar una gran carcajada.
—El señor Mile no se encuentra, salió con Shawn a ver como quedaron los muebles y ver los últimos detalles de su nueva casa. Si quieres subir a su habitación aún hay cosas ahí que no ha empacado.
—¡¿Diana pero que dices!? ¡No soy una fisgona! —ella levantó un ceja.
—¿Me dirás que no tienes ni un poco de curiosidad de saber un poco más de él?
—¡Pues no!
—¿Segura?
—¡Muchísimo!
—Pues bien, si tan segura estas…
—¿Él no sabrá que vine, cierto? —pregunté dudosa haciendo que acentuara su sonrisa.
—Si te apresuras, no.
—Hmm… ¡Diablos!
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Exploraba la antigua habitación de Mile. La estancia aun conversaba un poco de su perfume. Ya toda su ropa había sido empacada, quedaban unos pocos libros sobre su cómoda, comencé abrir los cajones y encontré uno lleno de cartas escritas en una fina caligrafía cursiva, no las hubiera ni tocado si no fuera porque casi todas estaban escritas a mi nombre.
Tomé una pero me carcomí las ganas de leerla y la guardé en mi ridículo. Diana entró a la habitación sin previo aviso, sobresaltándome.
—¿Terminaste de fisgonear hermanita? —pregunto divertida.
—¡Tú me incitaste hacerlo!
—Pero no te obligué —me respondió con los brazos cruzados y sonriendo.
—No importa, ya debo irme.
—¿No te quieres quedar almorzar? Shawn y el señor Mile llegaran pronto.
—No, si lo veo me pondré muy nerviosa además que entré a su habitación a espiarla.
—Oh, está bien —dijo desilusionada.
—Para mañana. ¡Te lo juro!
—Promesa de meñique —extendió su meñique.
—Ya no tenemos diez años, Di.
—Jamás se es demasiado vieja para una promesa de meñique —las dos reímos y cruzamos nuestros meñiques.
—Prometido, mañana estaré todo el día contigo. —las dos nos abrazamos y ella me acompañó hasta la puerta e hizo que uno de los sirvientes pidiera una diligencia para mí.
Me abstuve de leer la carta en todo el camino a casa; solo cuando llegué a mi hogar y estuve en la privacidad de mi habitación, abrí el papel y leí el contenido.
“Las cartas de amor se empiezan sin saber lo que se va decir. Escribo porque tengo la certeza de que jamás leerás estas palabras que me hacen sentir tan tonto. Solo sé que en sus ojos si me miran, encuentro alivio y dolor, el desvelo y mis sueños… la amistad y el amor. Eres tan perfecta Cornelia, ¿cuánto más tendré que seguir aguantado para que me aceptes? Me siento un estúpido, un inconsciente porque te quiero a ti, Cornelia McDonall.
Me siento más tuyo que mío y eso me enfurece.
Eres la primera mujer que logra enloquecerme de tal manera que hace que todos mis sentidos se nublen, quiero besarte hasta que te olvides del mundo. Aún recuerdo perfectamente lo que sentí el día que nuestros labios se tocaron por primera vez, fue emocionante, etéreo, un melifluo tan excesivamente dulce, suave y delicado. ¿Cómo no voy a enamorarme de usted? Sería un tonto si no lo hiciera…”
No pude seguir leyendo porque las lágrimas estaban nublando mi vista. Era lo más hermoso que había leído y Mile lo había escrito solo para mí. Tenía que ir a verlo, guardé la carta bajo mi almohada y salí de mi habitación, ya sabría donde lo encontraría.
MILE
Shawn se había adelantado para ir a comer con su esposa pero yo quería estar a solas. Pensaba en instalarme hoy mismo en la nueva casa, pasaría mi primera noche solo ya que el personal que contraté no llegaría hasta mañana. Escuché golpes en la puerta, tal vez sea Shawn para insistirme en ir a cenar, caminé hacia la puerta y al abrirla me encontré con la mujer de mis desvelos mirándome tras aquellas grandes gafas de intelectual.
—Señorita Cornelia, usted aquí… —dije con un sonrisa.
—Lamento la visita inesperada. ¿Lo molesto?
— ¡No! Por supuesto que usted nunca me molestaría. Adelante, pase. —me hice a un lado para que ella entrara. Cornelia se movió hacia la sala.
—La casa quedó hermosa, me agrada su decoración. —dijo mientras pasaba sus dedos por la fina madera de la mesita de centro. Me gustaba tenerla aquí, me ahorraba el buscar una excusa para ir a buscarla a su hogar.
—Le tengo un obsequio señorita, espere aquí por favor. —fui hacia mi estudio y busqué el regalo que había preparado para ella, me dirigí de nuevo hacia la sala y Cornelia miró el regalo que traía envuelto entre mis manos.
—¿Me lo piensa entregar? —preguntó con una ceja levantada.
—Solo si me da respuesta a esta pregunta. ¿Se casaría conmigo Cornelia?
—Sigue con lo mismo.
—No voy a rendirme hasta que me digas que sí. —le entregué el regalo. Cornelia le quitó el papel revelando el libro que había comprado para ella y cuando leyó la inscripción, sonrió.