MILE
Ya era nuestro segundo día desde que habíamos llegado a New York, llevaría a Cornelia a visitar alguno de mis lugares favoritos en toda la ciudad, deseaba que la conociera para que se adaptara y terminara gustándole. Mientras Cokkie se arreglaba para salir, aprovechaba para terminar de revisar la correspondencia cuando me vi interrumpido por la señora Levin.
—Mi señor, la señorita Keira Quinzel lo busca. —fruncí mi ceño. “Maldición, no llevaba ni una semana desde que regresé y esa mujer ya se había enterado” –pensé frustrado.
—Dígale que vuelva en otro día.
—¿Así que no piensa recibirme? Me hace sentir muy ofendida señor Mile. —dijo aquella voz cantarina que conocía muy bien, en mi rostro seguramente debió formarse una mueca al verla en el umbral de la puerta de mi estudio.
La primera vez que veían a la señorita Keira Quinzel todos se embelesan por su belleza exótica: su largo y oscuro cabello, la lisa piel oliveca, su figura esbelta y siendo más alta que la mayoría de las mujeres. Poseía un porte altivo, elegante y refinado pero también podía llegar a ser caprichosa y con una lengua afilada. Ahora ella estaba frente a mí con una gran sonrisa en sus carnosos labios.
—No esperaba su visita señorita Quinzel. —me levanté de mi escritorio y caminé hacia ella.
—¡Quería sorprenderte cariño! —ella quiso acercarse y rodearme con sus brazos pero la sostuve de las muñecas impidiéndoselo. —¡¿Qué te pasa!?
La llevé fuera de mi estudio y para ser más precisos la quería llevar hacia la puerta, deseaba que se fuera ahora mismo. Ella no tenía nada que hacer en mi casa.
—¡Mile, no es nada propio de ti tratarme de esta manera! —espetó negándose a moverse ni un centímetro más hacia la puerta.
—¿Qué hace aquí señorita Quinzel?
—¿Cómo qué hago? ¡Visitarte! Supe que habías regresado y quise ser la primera en darte la bienvenida como se debe. —el tono de su voz sonó suave e insinuante.
—Señorita Quinzel, basta —sentencié con un tono de voz sombrío, haciéndola fruncir el ceño.
—¿Y si no me apetece?
—Mile… —giré mi cabeza, vi a Cokkie bajando las escaleras y en su bello rostro se había formado una mueca de disgusto. —¿Quién es la señorita?
—¡¿Tú quién eres?! —espetó Keira y la alejé de mi para ir hacia Cokkie, quien ya había terminado de bajar los escalones y se empezó aferrar mi brazo.
—Soy su esposa. —dijo mi Cokkie con una gran sonrisa que me hizo hasta sonreír a mi también.
—¡Te casaste! —exclamó perpleja la morena.
—Señorita Quinzel le presento oficialmente a Cornelia McDonall, ahora señora de Perkins, mi esposa. Cariño ella es la señorita Keira Quinzel, una vieja amiga.
—Un placer señorita Quinzel. —quise reírme ante la expresión de perplejidad y rabia que se había formado en el bello rostro de Keira. —No quiero ser grosera señorita pero mi marido y yo pensamos salir así que no creo que podamos recibirla hoy, ¿haría el gusto de marcharse?
Cokkie usaba un tono tan dulce y de falsa cortesía pero a mí no me engañaba, en sus ojos había fuego y rabia por ver a Keira aquí. “¿Ella estará celosa?” –pensé alegre.
—Entiendo señora —espetó con rabia la morena —En otra ocasión será que nos veamos Mile. Hasta pronto.
Salió de la casa a grandes zancadas, cuando Cokkie y yo estuvimos por fin solos, ella se separó de mí y por la expresión de su rostro supe que no estaba feliz.
—¿Antigua amante?
—No —respondí con sinceridad —Ella siempre lo pretendió pero no me apetecía involucrarme con el tipo de mujeres que son como Keira Quinzel. Ambiciosas y demasiado persuasivas para conseguir lo que desean.
—Oh. —me acerqué a Cokkie y puse tras su oreja un pequeño mechón que se había escapado de su elaborado recogido, ella me miró detrás de sus grandes gafas —Es muy bonita.
—Para mí tú eres más hermosa que ella o cualquier mujer. Tú eres preciosa Cornelia. —mi esposa sonrió ampliamente.
—¿Aun si mis ojos parecen de sapo con estas gafas?
—¿Quien ha dicho eso? Dímelo para ir y matarlo a golpes por ofender a mi hermosa mujer, tus ojos son los más bellos de este mundo y me están mirando a mí, solo a mí. —me incliné para besarla y ella de inmediato me correspondió.
Pasaron los días y me los pasaba al pendiente de mi esposa, llevándola de paseo por todo New York, presentándola ante todas mis amistades y socios de negocios, me hacía feliz ver que Cornelia se estaba adaptando y parecía feliz viviendo aquí. Habíamos logrado establecer una rutina, cuando me tocaba salir de la casa por las mañanas para reunirme con algún socio o firmar contratos siempre regresaba temprano justo a tiempo para almorzar o cenar con Cokkie. Mi bella esposa era una cajita llena de sorpresas, me sorprendió cuando se ofreció ayudarme con los libros de contabilidad.
“Puedo ayudarte Mile con la administración, es algo que he hecho desde que soy una niña además que los números son tan fáciles para mi…” –fueron sus palabras.
Me lo pidió con aquella expresión casi suplicante y su carita luciendo tan tierna detrás de sus gafas que no me pude negar, además que con Cokkie aconsejándolo en la administración había sido de mucha ayuda y podía llevar un registro más ordenado de sus ingresos. Ahora me encontraba en la oficina de mi empresa, terminando los menesteres faltantes para ir a almorzar con Cokkie.
—Por lo visto la vida de casado te mantiene muy enérgico muchacho. —levanté la mirada y le sonreí al señor Dalan Vance uno de mis socios más viejos, quien acaba de entrar a la oficina.
Me levanté de mi silla para apretarle la mano en modo de saludo.
—Estaba por terminar, mi esposa me espera para almorzar —el hombre sonrió.
—Su señora esposa es realmente una muchacha muy educada e inteligente, no pudo escoger mejor candidata —dijo con aprobación el hombre. Hace unos días el señor Vance había conocido a Cornelia cuando fue a visitarnos a nuestro hogar.