MILE
Habíamos pasado una noche cómoda en la cabaña. Cokkie estuvo acurrucada entre mis brazos dejándome mimarla, acariciarla, besarla y nunca me sentí más completo en toda mi vida. Ahora estábamos sentados en los pequeños escalones de la entrada, afuera de la cabaña. Abrazaba a mi esposa por la espalda pegando su espalda a mi pecho, estar lejos de la ciudad traía bastante paz y tranquilidad.
Solo éramos ella y yo, hasta mañana.
—¿Te digo un secreto? —susurré en su oído.
—Me encantaría escuchar que secreto puede guardar usted, señor Perkins —sonreí y la besé en el espacio oculto de su cuello.
—Siempre quise casarme, quería formar mi propia familia desde hace mucho. Mientras muchos de mis conocidos huían del compromiso yo lo buscaba.
—¿Y por qué no te cases antes?
—Porque no había encontrado a la mujer que pudiera sacudir mi mundo con solo una mirada, hasta que te conocí. Me encantaste desde el primer momento que te vi Cornelia.
—¿Incluso aunque te traté con tanta descortesía? Dios, recuerdo eso y me siento una completa estúpida. —la pegué mas a mi pecho.
—No me importó que fueras grosera, solo lograste que me encaprichara más contigo —Cokkie agarró mi mano derecha y la entrelazó con la suya.
—Oh, Mile fui tan tonta. Me comporté contigo de la peor forma, hice y dije palabras tan desagradables —ella se giró para poder mirarme a los ojos. —Ahora voy a demostrarte todos los días cuanto te amo. Mi amor, te quiero tanto, perdóname por haber tardado en demostrártelo.
Seguí mis instintos más salvajes y la besé posesivamente, Cokkie entreabrió su boca y aproveché para adentrar mi lengua, mi pulso se aceleró, cada poro de mi piel lo sentí erizarse. Quería plasmar este recuerdo para siempre en mi memoria, separamos nuestras bocas para buscar aire desesperadamente.
—Acabas de volverme el hombre más feliz de este mundo. —acuné su rostro entre mis manos y acaricié su mejilla —Quiero volver hacerte el amor.
Ella sonrió.
—Aun no, tendrás que esperar hasta esta noche.
—¿Ah? ¡No, no me parece! —Cokkie rió y se acercó hasta rozar mis labios, tentándome a pecar.
—Créeme esposo, lo disfrutarás. —susurró con un tono coqueto e insinuante.
—Me encanta verte así; desinhibida, segura y apasionada.
—Solo contigo. —su nariz rozó la mía y luego se volteó para volver a recostar su espalda en mi pecho.
—¿Cuantos hijos te gustaría tener?
—¡Ya estás pensando en hijos! Que rapidez la tuya Mile. —respondió divertida.
—Cariño, te dije que mi deseo es formar una familia y eso incluye hijos.
—Hmm… Me gustaría uno o dos.
—Oh, yo esperaba que me dieras unos siete u ocho. —ella volteó a mirarme con los ojos abiertos de par en par y reí a carcajadas.
—¡Mile no es gracioso! ¡Ni siquiera mi madre llegó a tener ocho hijos! —exclamó escandalizada y temerosa mientras yo me seguía riendo de ella —¡Mile!
—Perdón Cokkie, pero es que deberías haber visto la expresión que pusiste cuando te dije que quería ocho hijos.
—¡Obvio que te daré hijos pero no serán ocho! ¿Estás loco? ¡Tienes idea de lo doloroso que es un parto, imagínate ocho! ¡Solo pariré dos niños y te conformas, he dicho! —juro que mi esposa se vio tan adorable que no pude resistirme y volví a besarla con fervor.
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Cuando al final oscureció y entramos a la cabaña, avivaba el fuego de la caldera para mantener la estancia cálida.
—Mile, ya puedes entrar —dijo Cornelia desde el pequeño dormitorio.
Caminé hacia la habitación con un sentimiento de euforia y excitación recorriéndome todo el cuerpo. Apenas entré, me encontré con una hermosa diosa de bucles oscuros cubierta de seda roja.
—¡Dios, Cokkie! —exclamé mirándola de pies a cabeza.
Mi esposa usaba un camisón tan corto con encajes adornando el escote, sus pequeños senos se veían llenos y levantados, sus piernas torneadas estaban a la vista. Solo podía ver la piel tan blanca y tersa de su mujer, los suaves mechones oscuros sueltos a lo largo de su espalda y la boca se me hizo agua cuando vi sus labios rosados que me invitaban apoderarse de ellos con fiereza.
—¿Te gusta? —preguntó Cokkie tímida —Quería sorprenderte.
—Y lo hiciste, mi amor —mi ojos seguramente la miraban con excesiva lasciva pero es que no podía evitarlo. ¡Su Cokkie era preciosa! Y ni hablar de lo hermoso que se veía su trasero —Te ves tan hermosa.
Me acerqué hacia ella con pasos lentos, como una fiera acechando a su presa. Cokkie era tan pequeña comparada conmigo, parecía que podría perderse bajo mi cuerpo. Mis manos acariciaron su trasero, fue una caricia suave y lenta; la acerqué a mi cuerpo y ella jadeó al sentir mi miembro excitado contra su vientre, besé su hombro descubierto y noté como su piel se erizaba. Su perfume me embriaga y es que, mi esposa siempre olía delicioso.
—Mile —gimió mi nombre agarrándose de mis brazos y echó hacia atrás su cabeza para que pudiera morder y besar su blanco cuello a mi antojo.
La cargué pasando mis manos por dejaba de sus glúteos y ella enredó sus piernas en mi cintura. La acosté en la cama y me alejé para comenzar a desvestirme.
—Espera —me detuvo cuando estaba por quitarme la chaqueta —Quiero hacerlo yo.
Sonreí y asentí dejándola hacer lo que quisiera. Cokkie me desnudaba con torpeza, pero veía en sus ojos el deseo que yo despertaba en ella, sus manos empezaron a recorrer mi pecho, fue bajando lentamente hasta mi abdomen y cuando sus manos suaves rodearon mi erección, gruñí.
—¿Lo estoy haciendo bien? —preguntó tímida.
—Más que bien mi cielo, eres fantástica —mis labios se apoderaron de los suyos; succioné, jalé y mordí su labio inferior.
Quité aquella prenda de seda roja para dejarla completamente desnuda, estaba tan excitado que mi erección dolía y quería estar en su interior. Cokkie abrió sus piernas para que me acomodara entre ellas, la penetré de una estocada y ella gritó para después empezar a jadear por mis embestidas.