No respondí. Solo asentí con la cabeza mientras mi interior hervía, no de obediencia... sino de estrategia. Mi mente comenzó a correr tan rápido como mis latidos. Tal vez no podía romper el compromiso por mí misma, pero si había una cláusula abierta a la posibilidad del amor… ¿por qué no aprovecharla?
Luc era mi única salida. O al menos, eso creía.
Después de la reunión, subí a mi habitación con pasos pesados. Cualquier otra princesa estaría planeando el vestido de su boda, soñando con el título, con los lujos. Pero yo solo quería salir corriendo, ser libre, encontrar un amor que sanara mis heridas, que fuera mi refugio y mi calma, alguien que me quisiera y a quien yo también pudiera querer. No alguien impuesto por la política de la corona para obtener un beneficio. Porque cuando pienso en eso, me siento usada, como si solo fuera una moneda de cambio para saldar una deuda real. Yo solo quiero volver a ser Arianne, sin cadenas, sin política, sin máscaras.
Me senté en el borde de la cama y miré por la ventana. Las luces del palacio titilaban a lo lejos, hermosas y vacías. Nada brillaba para mí esa noche. Ni el oro, ni la sangre azul, ni siquiera la esperanza.
Y entonces, como si el universo quisiera recordarme lo que estaba en juego, Luc vino a mi mente. Su mirada decepcionada, sus palabras dolidas. Habíamos peleado, sí, pero eso no borraba todo lo que éramos. Lo conocía más que a nadie, y aunque ahora hubiera un muro entre los dos, no podía quedarme de brazos cruzados. No si él era mi única posibilidad de salvación.
Aquella noche volvió el sueño. El mismo bosque. La niebla más espesa. Esta vez, el chico del sueño —el mismo de siempre, el que nunca lograba identificar— se me acercó más que nunca. Me tendió la mano. Su rostro era confuso, pero en sus ojos... vi dolor. Vi una advertencia.
—No todo lo que brilla es oro, y hay cosas que, aunque creas que pueden salvarte, solo terminarán por herirte más —susurró—. Ten cuidado con los sentimientos. Algunos despiertan cosas que no pueden detenerse, y antes de que lo notemos, esos sentimientos nos harán perdernos en la luz o en la oscuridad. Eso solo dependerá de nosotros dos.
Y dicho esto, de pronto me di cuenta de que a mi alrededor todo ardía. El bosque, el vestido, incluso el cielo. Me vi a mí misma atrapada en el fuego... y a e´l intentando alcanzarme, pero sin poder llegar. Su figura se deshacía en la niebla provocada por las llamas, mientras mi reflejo se transformaba en algo que no reconocía, a la espera de una salvación.
Desperté sudando, el pecho agitado, como si acabara de correr un maratón. Tenía que verlo. No importaba si me rechazaba. No podía quedarme con la duda. Ni con la culpa.
Además estaba ese sueño. Recordaba claramente las palabras de aquel desconocido: "No todo lo que brilla es oro..." y no terminaba de entender a qué se refería con eso. ¿Acaso era una señal para Luc y para mí? ¿O acaso ese chico desconocido formaba parte de un destino que intentaba revelarse poco a poco? Y lo más importante: cuando habló de sentimientos, ¿se refería a que algo entre nosotros dos iba a pasar?
No entendía nada. Solo deseaba un poco de paz, y ni siquiera eso podía tener mientras dormía.
Sin embargo, tantos sueños con ese chico empezaron a despertarme dudas y curiosidad. Aún no comprendía por qué siempre era él el protagonista, cuando nunca antes lo había visto.
Me presenté en su casa antes de que pudiera convencerme de no hacerlo. Lauren, su ama de llaves, me abrió sorprendida, pero me dejó pasar sin decir nada. Cuando Luc apareció en el pasillo, ambos nos quedamos en silencio.
No había abrazos. No había sonrisas. Solo el peso de lo que no dijimos.
—Necesito hablar contigo —dije, al fin.
Él asintió y caminamos hasta el salón. Nos sentamos en el mismo sofá en el que tantas veces habíamos compartido secretos, sueños, tonterías. Esta vez, era distinto. Las paredes parecían más frías. El aire, más tenso. Y yo, más vulnerable que nunca.
—Luc... —tragué saliva—. No vine a justificarme. Sé que te fallé. Que no supe estar para ti como debía. Solo quiero que sepas que... aunque a veces parezca que me estoy ahogando en mi propio caos, tú siempre has sido mi ancla.
Él no me miró, pero no se apartó. Permaneció callado, dejando que mis palabras flotaran en el ambiente a la espera de ser escuchadas.
—Tampoco fui justo contigo, Ari. Estaba tan cegado por lo que sentía que no me detuve a pensar en lo que tú estabas pasando. Supongo que no soy tan fuerte como creí.
Me armé de valor y le tomé la mano, temblorosa.
—Te entiendo y no te juzgo. Y es por eso que he querido venir a arreglar las cosas entre nosotros, porque tú eres una persona muy valiosa para mí, y lo sabes. Perderte sería lo último que quisiera vivir, porque simplemente eres una parte de mí. Y siento que te quiero mucho.
—Ari, yo también te quiero. Eres una de las personas en las que más confío y mi amiga más cercana. Perdóname por ser injusto cuando sentí que el peso del mundo estaba sobre mis hombros, y por no apoyarme en ti cuando tú solo querías ayudar. Aunque también es cierto que, en ese momento, no había forma de que me ayudaras. El único que podía calmar la tormenta que llevaba dentro era yo. Pero igual, gracias por estar ahí, aun cuando me comporto como un idiota.
—Sí, es verdad. Para eso estamos. Hablando de eso, ¿puedo saber cómo estás?