Una semana antes
Su mano se extiende hacia mí, ofreciéndome un sobre con una parsimonia estudiada. Lo tomo, fingiendo un desinterés que apenas logro sostener.
— ¿Un sobre?, pregunto, sin siquiera dignarme a levantarme del sofá. ¿Para qué querría yo un sobre?, añado, con una calma que esconde mi creciente curiosidad. Su sonrisa, tensa y artificial, no logra iluminar sus ojos.
—¿Acaso no lo intuyes?, responde, su mirada clavada en la mía, escrutando cada uno de mis gestos. Una sombra de sospecha cruza mi mente, oscureciendo mis pensamientos. Me incorporo con brusquedad, arrebatándole el sobre de los dedos.
—¿Esto tiene algo que ver con el nuevo trabajo que aceptaste?, la interrogo, esperando una respuesta que sé que estará adornada con verdades a media. Sus ojos brillan con una intensidad inquietante, reflejando secretos que se niega a revelar.
— Descúbrelo por ti misma, murmura finalmente, ocultando la verdad tras una máscara de indiferencia.
Rasgo el sobre con una impaciencia contenida, sintiendo cómo una punzada de inquietud se instala en mi interior. Las palabras que pronunció hace apenas unos días resuenan en mi memoria, como un eco persistente:
— Este trabajo será... diferente a los demás.
— ¿Diferente en qué sentido?, pregunté entonces, buscando desentrañar el significado oculto tras su ambigüedad.
—Digamos que exigirá un esfuerzo mayor, una dedicación más intensa... pero la recompensa, créeme, será considerablemente superior a cualquier cosa que hayas experimentado antes.
Aprieto los dientes con frustración al recordar su evasiva, su negativa a revelar los detalles más escabrosos de aquel trato. Extraigo los documentos del sobre y comienzo a leer, deslizándome a través de las líneas hasta que me detengo abruptamente, sintiendo cómo la sangre se hiela en mis venas.
— ¿Qué demonios significa esto?, pregunto, sosteniendo las hojas con una firmeza que apenas logro mantener. Retrocede unos pasos, hasta que el borde de la silla detiene su huida, sin apartar la mirada de mí, como si esperara mi reacción.
— ¿A qué te refieres exactamente? Tu confusión es, cuanto menos, palpable.
— Me refiero a esto", respondo, señalando el documento con un dedo tembloroso. Debemos volver a juzgar... para lograr la liberación de un reo. Otra vez. ¿Acaso no habíamos llegado a un acuerdo al respecto?. Exhalo con frustración, dejando escapar un torrente de aire contenido durante demasiado tiempo.
— Prometimos solemnemente no volver a involucrarnos en algo así. Una risa suave, cargada de una burla apenas disimulada, se escapa de sus labios, como una serpiente venenosa que se desliza entre las sombras. Agita la mano con displicencia, restándole importancia a mis palabras.
— Oh, vamos, no seas melodramática. Hemos hecho cosas peores, ¿recuerdas? Relájate y disfruta del espectáculo. Se reclina en el respaldo de la silla, adoptando una pose de una calma exasperante, como si estuviera completamente ajena a la tormenta que se desata en mi interior.
— La última vez no te fue tan mal, ¿verdad?, dice ella, con una sonrisa que no llega a sus ojos.
— Claro, claro..., respondo, con una ironía que apenas logro disimular. Como si no recordara lo mal que salió todo la última vez. Con un movimiento rápido, su mano se desliza hacia la mesa y arroja algo hacia mí. Por puro reflejo, lo atrapo. Confundida, examino el objeto en mi mano. Levanto la vista hacia ella, interrogante.
— Sé que disfrutas de estas pequeñas distracciones, dice, con una voz que suena a reproche. Y sé que te ayudan a desestresarte. Niego lentamente. "
— Esto no cambia nada. Vuelvo a concentrarme en los papeles. Seguiré leyendo y después hablaremos. Un presentimiento helado me recorre la espina dorsal. Enciendo un cigarrillo, buscando un respiro en la nicotina.
— Mierda, qué bien se siente, murmuro, exhalando el humo que me relaja, aunque sea por un instante. Con el cigarrillo entre mis dedos, la vista fija en los documentos, el sabor amargo en mi lengua, pienso: Qué jodidamente bien se siente. El mundo podría arder en este instante y no me importaría... si no fuera por lo que acabo de leer.
Mis ojos se deslizan frenéticamente sobre el papel. No puedo creer lo que tengo frente a mí. Siempre es lo mismo: cuando no es una cosa, es otra.
Me levanto de golpe y me acerco a ella, tirando los papeles sobre la mesa.
— ¿¡Qué carajo es esto?!, le pregunto, sintiendo cómo mi cuerpo arde de rabia.
— ¿Ya llegaste a esa parte?, pregunta despreocupada, como si nada le importara.
Trago saliva.
— ¿Cómo puede ser que no sea una persona la que tenemos que sacar? ¡Son tres, coño, tres! La señalo, frustrada, y froto mis manos en mi cara. ¡Mierda! ¡Son tres personas! La última vez casi todo se nos iba al carajo, ¿y ahora tenemos que sacar no a una, sino a tres?
Ella me mira como si no fuera importante.
— Pero bueno, dice, intentando calmarme. Tampoco es tan grave. Con la suma que nos dieron en la primera parte tenemos todo lo necesario para sacar a esos tres. De hecho, analizando todo, creo que va a salir bien. Se distrae mirando sus uñas, como si eso fuera lo más importante.
— El documento que acabo de leer dice que las personas que vamos a sacar son tres hermanos... aunque no hay mucha información sobre ellos. No hay nombres, ¡no hay fotos de los involucrados a los que tenemos que ir a sacar! Comienzo a caminar de un lado a otro, frustrada. Solo son tres personas que deben tener casi la misma edad, alrededor de 25 años. ¡No sale nada de ellos!
La miro fijamente.
—¿En qué carajos pensaste mientras aceptabas este trato?
Ella se reacomoda en la silla, dirigiendo su mirada al suelo, donde estaba mi cigarrillo. Levanta la vista con una expresión seria y fría.
—Hablé con alguien que es muy cercano a ellos y me dio algo de información...
Aprieto los labios.