Un amor oscuro y perverso

5 Letras de sangre

AUDREY CAMPBELL

"Un regalo sin sangre es solo una promesa vacía"
El aire era denso y frío al cruzar el umbral, no la calidez de un hogar, sino una bruma helada que calaba hasta los huesos. La casa, encaramada en la montaña, se alzaba solitaria como un espectro olvidado, un mausoleo de secretos. Me dejé caer en el sofá, sintiendo la tela áspera contra mi piel como una caricia de ultratumba. Giré la cabeza hacia la ventana, pero la vista solo ofrecía la negrura implacable del bosque, un abismo sin estrellas. Me levanté, arrastrando los pies hasta la mesa donde yacían los documentos olvidados, fantasmas de una semana atrás, espectros de decisiones pasadas. En ese momento, Terry irrumpió en la estancia, su rostro crispado por la tensión.

—Tenemos que ver esto —dijo Terry, con voz tensa como una cuerda a punto de romperse.

Asentí, sintiendo un nudo helado en el estómago. Juntos, nos adentramos en un pasillo que parecía conducir a las entrañas mismas de la casa, hasta llegar a la habitación de Alexa. Al abrir la puerta, fuimos recibidos por un caos organizado: monitores parpadeantes como ojos febriles, cables serpenteantes como venas expuestas y un arsenal de equipos de hacking, herramientas de una guerra silenciosa. Alexa, absorta en su trabajo, apenas levantó la vista, indiferente a la atmósfera opresiva.

—Es sobre el mensaje —explicó Terry—. El que te enviaron en prisión, una sentencia disfrazada de advertencia.

Asentí lentamente, sintiendo el peso de cada palabra. "La elección que hicieron no fue la más acertada'.
La frase resonaba en mi mente como un eco fantasmal, una premonición de desastre.

—Necesitamos saber quién lo envió y desde dónde —murmuró Alexa, tomando el teléfono que Terry le ofrecía como si fuera un arma cargada.

El aire en la habitación se cargó de electricidad estática, presagiando una tormenta inminente. La búsqueda de la verdad había comenzado, y la casa, con su aura fría y su pasado oculto, parecía observar cada uno de nuestros movimientos, juzgando nuestras intenciones.

Busqué un asiento, un respiro en medio del caos tecnológico, pero no había dónde. La estancia era un santuario profano, repleta de computadoras que zumbaban como insectos, monitores parpadeantes que reflejaban rostros distorsionados y un laberinto de cables que atrapaban la luz como telarañas. Una punzada de frustración me recorrió como un escalofrío. Me recosté contra la pared, cerca de la pequeña ventana que daba al bosque, sintiendo la frialdad del cristal contra mi espalda como el tacto de un espectro.

Mi vista se posó en Alexa, podía ver cómo su mente se ponía en marcha, sus pensamientos fluyendo con una agilidad asombrosa, como un depredador acechando a su presa. Era como si su cerebro se acelerara, procesando información a una velocidad vertiginosa, desentrañando los hilos de una conspiración invisible. Su ceño se frunció levemente, observó su frustración, decidida a preguntarle.

—¿Qué pasa?

—No encontré nada —respondió Alexa, con un deje de derrota en la voz, como si admitiera una debilidad imperdonable—. No hay resultados, no hay nada, solo fantasmas en la red.

Terry, sin apartar la vista de la pantalla, espetó:

—No me digas que no puedes con esto, no me digas que te rindes antes de empezar a luchar.

Alexa lo fulminó con la mirada, una chispa de ira contenida en sus ojos, una advertencia silenciosa. Terry captó la indirecta y adoptó un tono más serio, consciente de haber cruzado una línea invisible.

"—No hay ubicación, no hay nada. He probado miles de formas.

Me quedé pensativa, algo no me cuadraba, una nota discordante en la sinfonía del caos.

—Entonces... ¿alguien está jugando una mala broma? —murmuró Terry, con incredulidad, su voz apenas un susurro en la penumbra.

En ese momento, los ojos de Alexa se posaron en la pantalla, una chispa de triunfo danzando en su mirada. Una sonrisa tensa, casi cruel, se dibujó en sus labios.

—¡Lo encontré!

Me acerqué rápidamente, sintiendo la urgencia de la verdad como un aguijón en la piel.

—¿En serio? —preguntó Terry, con incredulidad, aferrándose a la esperanza como un náufrago a un trozo de madera.

—Sí —respondió Alexa, señalando la pantalla con un dedo acusador—. La persona que envió el mensaje está... A cuarenta y cinco minutos de aquí… demasiado cerca para ser una coincidencia.

—Eso quiere decir que está en el pueblo… —dije, un poco confundida, la lógica luchando contra la creciente paranoia.

Sin perder un segundo, Alexa se levantó de su asiento con una agilidad felina y comenzó a buscar un suéter y las llaves del auto, preparándose para la caza. La adrenalina corría por sus venas como un veneno estimulante.

—Voy a buscar a quien está detrás de esto —dijo, con determinación, su voz cargada de una promesa oscura.

—Te acompaño —ofreció Terry, leal hasta el final.

Suspiré con cansancio, sintiendo el peso del mundo sobre mis hombros.

—Bueno, yo me quedaré. Alguien tiene que vigilar este lugar, y asegurarme de que no nos estén tendiendo una trampa.

Alexa y Terry salieron de la habitación a toda prisa, dejándome atrás en la habitación, sintiendo una soledad gélida. Tenía el presentimiento de que algo terrible estaba a punto de suceder. La persecución había comenzado, y yo estaba atrapada en medio de una red de intrigas y secretos.

Permanecí en la habitación de Alexa, mi mirada recorriendo los objetos con una curiosidad morbosa. Cada cable, cada monitor, cada herramienta parecía susurrar secretos inconfesables, invitándome a adentrarme en un mundo prohibido. Salí de la habitación, dejando atrás el aura tecnológica, y me encontré en el pasillo, un laberinto de sombras. Mis ojos se detuvieron en una puerta al final del pasillo lateral. Era una puerta de hierro cerrada con llave, un portal para los secretos. Una sonrisa casi sádica se posó en mis labios, tentada por la oscuridad que se ocultaba tras ella. Me di la vuelta y regresé, decidida a volver a la mesa y sumergirme en los documentos, buscando respuestas en el pasado. Pero, al tomar los papeles, un apagón repentino sumió la casa en el misterio y la oscuridad que me rodeaban, como si el velo entre los mundos se hubiera descorrido. Solté los papeles, sintiendo un escalofrío que me recorrió la espina dorsal. Mi mano se aferró al respaldo de una silla, esperando a que la electricidad regresara, pero el silencio era absoluto, interrumpido solo por el latido frenético de mi corazón.




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