AUDREY CAMPBELL
"Cuando la supervivencia está en juego, la moral se desvanece y solo queda el instinto."
Estaba cerca de la ventana, observando la oscuridad que me rodeaba. Era una oscuridad que se sentía, espesa y opresiva, como si intentara colarse en mis huesos. En mi mano, sostenía la carta negra que había recibido. El recuerdo de las palabras grabadas con sangre aún me quemaba en la mente, y el olor metálico persistía en mi nariz, un recordatorio constante de la amenaza que se cernía sobre nosotros. Miraba la carta con desconfianza, repasando las llamadas que había recibido. Cada palabra, cada silencio, era una pieza de un rompecabezas retorcido que me negaba a encajar. Algo no encajaba, una sensación punzante que me decía que todo estaba a punto de estallar, que el abismo nos llamaba.
De repente, las puertas se abrieron de golpe. Me sobresalté, mi instinto se puso en alerta, como un animal acorralado. Vi a Alexa entrar como una furia, su rostro una máscara de rabia contenida, seguida por Terry, cuyo rostro reflejaba frustración y algo más... miedo.
—Todo se fue al carajo —escupió Alexa, las palabras cargadas de veneno.
—Me lo esperaba. Demasiado bueno para ser verdad —dije en un tono bajo, casi inaudible, pero con la certeza de que esas palabras eran la clave de todo.
Terry señaló a Alexa con rabia, su dedo temblando ligeramente.
—Es tu culpa. Si hubieras investigado mejor, si no te hubieras dejado engañar...
Alexa lo fulminó con la mirada, pero yo ya estaba en alerta. Algo no cuadraba, una nota desafinada en la melodía de la traición.
—¿Si tú te hubieras quedado en el auto, tal vez sabríamos quién nos envía las cartas? —la voz de Alexa reflejaba lo molesta que estaba, pero también una sombra de pánico.
'Cartas'. La palabra resonó en el aire, como un disparo en la oscuridad. Me acerqué a Alexa, agarrándola del brazo con una fuerza que ni siquiera sabía que poseía. Mis dedos se hundieron en su carne, buscando una verdad que se negaba a salir.
—¿Qué cartas? —pregunté, mi voz apenas un susurro, pero cargada de una intensidad que podía congelar el infierno. Su mirada se cruzó con la mía, y por un instante, vi el miedo reflejado en sus ojos, un miedo que era un espejo del mío.
Alexa se quedó paralizada, con los ojos muy abiertos, como si viera un fantasma.
—¿De qué hablas? Suéltame.
Apreté mi agarre, mis dedos hundiéndose aún más en su carne.
—¿Qué cartas?
Intentó zafarse, pero no cedí. No podía ceder.
—Está bien, está bien —dijo, tratando de calmarme, pero su voz delataba su terror—. Recibimos unas cartas en el auto. Nada importante.
—Enséñamelas —exigí, soltándola bruscamente. La tensión en la habitación era palpable, como una cuerda tensa a punto de romperse. Cada segundo que pasaba era como una tortura, cargado de preguntas sin respuesta y peligros acechantes. ¿Qué contenían esas cartas? ¿Y por qué sentía que el mundo se desmoronaba a mi alrededor, arrastrándome a un abismo sin fondo?
Mientras Alexa buscaba las cartas, Terry soltó un suspiro de frustración y comenzó a caminar de un lado a otro, como un animal enjaulado, atrapado en una trampa invisible. Alexa, harta, detuvo su búsqueda y lo miró con frialdad, como si él fuera el culpable de todo.
—Ni se te ocurra empezar con tus estupideces —le advertí, mi voz un hilo de acero cortando el aire. La sonrisa de Terry se desvaneció, reemplazada por una mueca de desprecio.
—Eso quiere decir que nos distrajeron —dijo Alexa, pensativa. Sus ojos, normalmente fríos y calculadores, brillaban con una intensidad febril—. Claro, todo fue una distracción. Mientras nosotros íbamos para allá a buscar a la persona del mensaje, alguien vino para acá... No, no es una persona, son varias. Se dividieron para llegar rápido hasta aquí.
Un escalofrío me recorrió la espalda. La idea de que alguien pudiera manipularnos tan fácilmente me resultaba intolerable.
—Sí, tienes razón —dije, sintiendo un nudo formarse en mi estómago—. Necesito ver esas cartas. Necesito saber qué está pasando. No tengo buena vibra de esto.
Alexa comenco a subir las escaleras hacia el segundo piso, nuestras miradas clavadas en su espalda.
—¿A dónde vas? —pregunte, siguiéndola de cerca. Mi voz denotaba una mezcla de curiosidad y desconfianza.
—Tengo cosas que hacer —respondio, sin detenerse. Cada paso se alejaba de la falsa seguridad de la planta baja y nos acercábamos a la verdad, por oscura y peligrosa que fuera.
Terry me seguía, subiendo las escaleras detrás de mí. Al llegar arriba, nos dirigimos directamente a la habitación de Alexa, donde estaba su computadora. Entré, seguida por Terry. El ambiente se había vuelto más denso, cargado de una tensión palpable. Se sento y comencé a mover sus manos sobre el teclado, con agilidad y frustración, esperando que el equipo se encendiera. Note la mirada de Terry sobre Alexa, pesada y acusadora, como si pudiera leer mis pensamientos Alexa noto la mirada de Terry.
—No me vuelvas a mirar así —le dijo alexa, sin apartar la vista de la pantalla.
—Puedo mirarte como me dé la gana —respondió, desafiante. Sus palabras eran una provocación, una prueba de mi control.
—¡Se callan o los mando a callar! —grité, perdiendo la paciencia. La frustración me invadía, amenazando con nublar mi juicio—. Esto es lo que quiere esa persona: meter cizaña entre nosotros, comenzar a discutir y distanciarnos.
—Creo que no te has dado cuenta —dijo Alexa, con voz sombría. Sus ojos brillaban con una intensidad casi aterradora—. Esa persona ya nos tenía en la mira. Solo esperaba que diéramos un paso para hacer su movimiento. Nos está haciendo creer que es por este trato, pero a lo mejor ya nos tenía en vista desde antes.
El silencio que siguió fue interrumpido solo por el zumbido de la computadora al encenderse. La verdad estaba ahí, esperando ser descubierta.