Un amor oscuro y perverso

10 La jaula de cristal

LECTOR OMNISCIENTE

¡"En este juego, la sangre es el precio, la mentira es la moneda, y la víctima no seré yo, ¡de ninguna manera!"

El bullicio en la sede de la Unidad de Casos Especiales era ensordecedor. Videopases parpadeaban sin cesar, mostrando rostros cansados y escenas del crimen. En el centro de todo, una cartelera gigante dominaba la pared. Fotos de personas tachadas se mezclaban con otras aún en la mira, unidas por hilos rojos que serpenteaban entre ellas, conectando las muertes. No eran solo las dos recientes del río; había más, mucho más. Un hilo llevaba hasta un nombre: "El Prófugo". Un caso aparte, un hombre sacado de prisión hacía meses.

— Encontraron otro, murmuró un policía, con la voz ronca por el cansancio. Un cuerpo en el río, cerca del puente.

— Y un cuaderno, añadió otro. Llena de nombres y números.

La tensión era palpable. Habían llegado a la casa, la escena del crimen. Pero los nombres que buscaban no coincidían con nada en sus archivos. Eran fantasmas, sombras escurridizas. Buscaban a Isabela, Daniel y Camila, pero ¿quiénes eran realmente?

Entonces, el Coronel entró en la sala.

El silencio se hizo repentino. Cabello marrón oscuro, casi negro, perfectamente peinado. Ojos grises, fríos como el acero, que parecían penetrarte el alma. Su voz, cuando habló, erizó la piel de todos los presentes.

— ¿Alguna novedad?

Su presencia era imponente, magnética. Todos sabían que el Coronel era implacable. No descansaría hasta resolver el caso, sin importar el precio. Y, por alguna razón, eso solo aumentaba la tensión en el ambiente.

El Coronel recorrió la sala con la mirada, deteniéndose en cada rostro. El bullicio se intensificó cuando pasó junto a un grupo de agentes que discutían acaloradamente.

— Coronel, encontramos otro cuerpo - dijo uno, con la voz temblorosa -. Y un cuaderno. Parece que está relacionado con el caso de El Prófugo.

El Coronel asintió, sin decir una palabra. Se dirigió a la cartelera, donde las fotos de las víctimas se mezclaban con las de los sospechosos. Sus ojos grises se posaron en un grupo de tres fotos: Isabela, Daniel y Camila. En cada foto, sus apariencias eran diferentes: distintos colores de cabello, lentes de contacto que cambiaban el color de sus ojos, disfraces que alteraban sus rasgos. La foto de Isabela, en el centro, era ligeramente más grande que las demás.

Una expresión de cansancio se dibujó en el rostro del Coronel, pero sus ojos brillaron con una determinación feroz. Tenía que atraparlos. Tenía que detenerlos.

— Quiero todos los recursos disponibles en este caso - ordenó, con su voz grave que resonó en la sala -. No descansaremos hasta que los tengamos.

En ese momento, una joven agente se acercó, visiblemente nerviosa.

— Coronel, disculpe la interrupción...

— Habla - espetó el Coronel, sin apartar la vista de la cartelera.

— Encontramos otro cuerpo, Coronel. Una mujer. La hallaron cerca del mismo lugar donde encontramos al otro.

— ¿Causa de muerte?

— Al parecer, un disparo por debajo de la quijada, Coronel. Y según los forenses, la herida es similar a la del caso anterior.

El Coronel frunció el ceño.

— Que se sabe del El Prófugo...

La agente bajo la cabeza avergonzada.

— Nada coronel, no hay rastro de el, lo único que se sabe del fue que tuvo contacto con los sospechosos.

Otro agente interrumpió.

— Coronel, el primer cuerpo también tenía una herida de bala. En la sien.

Un silencio tenso se apoderó de la sala. - ¿Un doble suicidio? - hablo alguien, reflexionando en voz alta.

— No tiene sentido. No, esto fue una ejecución. Los obligaron a matarse y luego los arrojaron al río. - Sus ojos grises se clavaron en la foto de Isabela, estudiando cada detalle de su rostro. Tenía que atraparlos. Tenían que hacerlos pagar por las vidas que habían arrebatado. — Pónganse en marcha - ordenó, con la voz cargada de determinación . — Quiero todo listo. Preparen los equipos. Y que no se les escape nada. Quiero este caso resuelto.

La orden del Coronel resonó en la sala, poniendo a todos en movimiento. Los agentes se dispersaron para preparar los equipos y revisar los archivos. El Coronel se quedó de pie frente a la cartelera, con la mirada fija en las fotos de Isabela, Daniel y Camila.

¿Quiénes son realmente estas personas?, pensó. Sus identidades eran un rompecabezas, una serie de máscaras que ocultaban sus verdaderos rostros. Sabía que cada detalle, cada pista, era crucial para resolver el caso.

Se acercó a la foto de Isabela, la que parecía ser la líder del grupo. Había algo en su mirada que lo inquietaba, una frialdad que helaba la sangre. Sabía que se enfrentaba a una mente peligrosa, capaz de planear y ejecutar crímenes con una precisión escalofriante.

— No importa cuántas máscaras usen, murmuró para sí mismo. Los encontraré. Y pagarán por lo que han hecho.

El Coronel se dirigió a su oficina, donde una pila de informes lo esperaba. Un agente se acercó para ofrecerle un café, pero el Coronel lo rechazó con un gesto. No había tiempo para distracciones. Se sentó en su escritorio y comenzó a revisar los documentos, deteniéndose en las fotos de Isabela, Daniel y Camila.

‎Cada vez que cambiaban de alias, sus rostros se transformaban. Isabela era Verónica, luego Sofía, y así sucesivamente. Daniel era Marco, luego Javier. Camila era Valentina, luego Renata. Eran maestros del disfraz, capaces de desaparecer y reaparecer a voluntad.

‎El Coronel descubrió que, además de los asesinatos, el trío se dedicaba a trabajos encubiertos, infiltrándose en organizaciones y obteniendo información valiosa. Eran profesionales, fríos y calculadores.

‎— Tenemos que infiltrarnos en su círculo, dijo el Coronel en voz alta. Encontrar a alguien que pueda acercarse a ellos y descubrir dónde se
esconden. Sabía que era arriesgado, pero era la única forma de atraparlos. Y no importa el costo.

Sabía que el trío estaba compuesto por una hacker, una experta en borrar rastros y no dejar ninguna pista suelta. Su trabajo era impecable, siempre despistando cualquier señal. También lo conformaba alguien con la habilidad de manipular la información y desviar la atención, creando cortinas de humo perfectas. Y, por supuesto, no podían faltar aquellos que eran capaces de matar a sangre fría, sin remordimientos ni vacilaciones. Cada vez que asesinaban a alguien, solían dejar todo limpio, sin rastros aparentes.




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