LECTOR OMNISCIENTE
"Fui tu marioneta, bailando al son de tu amor enfermizo hasta caer en el abismo."
El sudor frío le empapaba la espalda, como un sudario helado que se adhería a su piel. Un jadeo sofocado luchaba por liberarse de sus labios, prisionero del silencio opresor que reinaba en la habitación. Fuera, la ciudad dormía, inconsciente del huracán que devastaba su interior.
El chirrido metálico taladraba su mente, una y otra vez, como un eco infernal. En la penumbra, sus ojos se abrieron de golpe, buscando desesperadamente un asidero en la habitación desconocida. Pero solo hallaron sombras espectrales y el eco fantasmal de un grito silenciado.
Bajo la influencia del alcohol, sus sentidos se tornaron borrosos y la realidad se desdibujó. Aceleró sin pensar, el motor rugía como un demonio desatado mientras la carretera se deslizaba velozmente bajo sus pies. La oscuridad de la noche parecía engullir todo a su alrededor, y de repente, un destello de luz iluminó su camino. Un desconocido cruzó la calle, y el impacto fue inminente.
El golpe resonó en su cabeza como un trueno, y el mundo se detuvo por un instante. En un parpadeo, su vida cambió para siempre. El grito ahogado de la víctima se entrelazó con el eco de sus propios pensamientos, y el horror la invadió. En medio del caos, sintió el frío metal del volante, y el dolor se apoderó de ella, un dolor que iba más allá de lo físico.
Despertó en el hospital, rodeada de sombras y murmullos. La noticia fue un golpe mortal: había perdido una pierna. La culpa la devoraba, una sombra que la seguiría siempre. En sus sueños, el rostro del desconocido la atormentaba, y cada noche.
—¡No! —susurró, la voz quebrada por el terror—. No fue mi culpa... Lo juro... La súplica se diluyó en el vacío, dejando tras de sí un regusto amargo de remordimiento y desesperación. La almohada, humedecida por las lágrimas, era la muda confidente de su tormento.
La luna, escondida tras un velo de nubes, proyectaba sombras fantasmagóricas sobre las paredes de la habitación. Un viento gélido se filtraba por la ventana entreabierta, rozando su rostro con dedos invisibles, como un presagio funesto.
Su mirada se clavó en el reloj sobre la mesa de noche. 3:30 AM. La hora maldita. La hora en que su vida se fracturó para siempre. Un escalofrío glacial recorrió su cuerpo, y las imágenes del accidente la asaltaron con crudeza.
Se levantó de la cama, sintiendo un nudo de angustia en el estómago. Caminó descalza hacia la cocina, buscando un efímero consuelo en la familiaridad del espacio. Se sirvió un vaso de leche tibia, esperando en vano que calmara sus nervios y le brindara un respiro. Aunque era una quimera, sus recuerdos se manifestaban cada noche para atormentarla y recordarle el pecado que cometió, aunque fuera un error del destino, le tocaba cargar con el peso lacerante de la culpa y el arrepentimiento. Regresó a la cama, pero los fantasmas del pasado la persiguieron sin tregua. El estruendo del metal retorciéndose, los alaridos desgarradores, la sangre... Todo revivía con una intensidad insoportable. Lloró en silencio, presa del pánico, sintiéndose atrapada en un laberinto infinito de culpa y remordimiento.
Acurrucada en la cama, el alma de la joven se consume en la culpa.
— ¿Hasta cuándo tendre que arrastrar este tormento? ¿Hasta cuándo deberé vivir así?
atormentada por un pasado que se niega a desaparecer, ¿Por qué a ella? La culpa la asfixia, tiñendo cada rincón de su existencia con la miseria. La ciudad, con sus luces parpadeantes, se convierte en un recordatorio constante de su pecado. Una cicatriz invisible que la marcará para siempre.
Se queda inmóvil, observando en la oscuridad. De pronto, un ruido en la ventana la pone alerta voltea asustada, algunos pasos se escuchan alguien se acercaba, la ventana se abrió dándole paso a una figura, Terry se alza frente a la ventana, envuelto en una luz tenue. Su figura se dibuja imponente y seductora, con esa postura que tanto la atrae. Su voz, grave y rasposa, rompe el silencio:
— Veo que estás despierta todavía, cada palabra arrastraba una calma que relajaba todo a su alrededor.
La chica suelta un suspiro de alivio al ver que no era nadie peligroso, al menos solo para ella, o por momentos. Lo observa sonriendo.
— Ya se a vuelto una rutina constante, cada noche, la misma hora, el mismo, sueño, los recuerdos de ese día. Su voz sonaba más débil, haciéndole entender que no era tan fuerte.
Terry se acerca lentamente, cada paso calculado, la mirada velada por el plan que lo consumía día tras día, la razón por la que debía actuar de esa manera con ella... o eso se repetía a sí mismo. Tal vez no todo era una farsa, pero lo único que él tenía claro era que esto tendría un final, uno que distaba mucho de ser feliz. Se sienta junto a ella, cediéndole espacio en la cama.
La abraza con una intensidad desesperada, como si el mundo pendiera de ese abrazo, como si una parte de ella presintiera que sería el último.
—No sé qué haría el día que tú no estés —su voz, dulce como la miel, irradiaba una sinceridad conmovedora—. Te amo tanto, Terry, mi Terry...
El peso de esas palabras lo significaba todo para ella, pero para Terry no eran más que sílabas vacías, una melodía que pronto se vería obligado a olvidar.
Luchando contra la marea de sus propios sentimientos, Terry se separa suavemente de la joven. Con una voz melosa y persuasiva, la invita a compartir su pesadilla, incitándola a desenterrar cada detalle.
—Me gustaría que me contaras todo —desliza su mano, acariciando su cabeza con una suavidad casi imperceptible.
Confiando ciegamente en Terry, le revela el horror del accidente, el peso del remordimiento, la soledad del aislamiento. Se muestra vulnerable, arrepentida, buscando refugio en sus palabras. Terry la escucha con atención, asintiendo y ofreciendo frases de consuelo, mientras en su interior traza el mapa de cómo utilizar esa información en su beneficio.
Con un movimiento delicado, Terry alza el rostro de la pelirroja y la besa. Un beso que para ella lo es todo, un oasis de calma donde su mundo se siente completo y seguro. Ella se entrega a ese beso, sintiéndose amada y protegida. Pero en el interior de Terry, una voz se alza con repulsión, recordándole que ella no merece a alguien como él. Una parte de él anhela arrepentirse, pero no puede traicionar a sus aliados. "No me importa ser egoísta, voy a saborear este momento", se dice a sí mismo.
Separando sus labios, la mira fijamente a los ojos, saboreando el instante.
—Tú no tienes la culpa de nada, le puede pasar a cualquiera —afirma con una voz que pretende ser reconfortante.
Ella lo mira, avergonzada, y baja la cabeza.
—Pero...
Terry, el maestro de la manipulación, se encuentra ahora atrapado en su propia red.
—Hey, mírame —su voz es un susurro, cada palabra una caricia en la piel.
Ella obedece, mirándolo con una devoción casi programada, dispuesta a cumplir cada uno de sus deseos.
—Vas a estar bien, nada podrá hacerte daño. Mientras yo esté contigo, nadie se atreverá a siquiera pensarlo. Ahora, quiero que me digas: ¿me amas lo suficiente?
Sus ojos escudriñan cada reacción en su rostro, como si quisiera grabar a fuego este instante en su memoria. Ella, sin comprender la magnitud de la pregunta, responde con la verdad que brota de su corazón.
—Sí, te amo demasiado, que no podría explicártelo. Nunca he amado a alguien de esta manera como lo hago contigo —confiesa, entregando su corazón en cada palabra.
Una sonrisa triunfal se dibuja en los labios de Terry.
Con un movimiento seductor y delicado, Terry se acerca a ella, su rostro rozando su cuello. Comienza a besarla suavemente, dejando besos húmedos que ascienden hasta sus hombros. Ella se estremece ante su contacto, sintiendo una mezcla de placer y anhelo. Él la envuelve en sus brazos, preparándose para susurrarle palabras al oído.
—¿Estarías dispuesta a hacer lo que sea por amor, por mí?
Parpadea varias veces, la boca seca, la mente trabajando a mil por hora, el corazón latiendo con fuerza.
—Sí, haría cualquier cosa —afirma, sin ser consciente del peso de esas palabras, de la oscuridad que se esconde tras la fachada de Terry.
Su sonrisa se ensancha aún más mientras vuelve a besarla, regresando al punto donde la había estado besando antes. Sus labios dejan un rastro húmedo en su piel. Acariciándola suavemente, le susurra al oído:
—Es hora de que duermas... Voy a estar aquí a tu lado.
Ella lo mira con un atisbo de súplica, un deseo silencioso de que el momento se prolongue. Él la abraza con ternura, esperando a que se duerma, cumpliendo al menos con esa promesa.
Cuando finalmente se queda dormida, Terry la observa con una mirada intensa. Múltiples pensamientos cruzan su mente, un torbellino de emociones contradictorias que luchan por tomar el control.
A la mañana siguiente, Terry se marcha antes del amanecer. La joven, como cada mañana, sale a recoger el correo. En el buzón, entre las cartas para sus padres, destaca un sobre negro. Con curiosidad, observa que está dirigida a ella, pero un escalofrío recorre su espalda al comprobar que no hay remitente. Tragando saliva, comienza a leerla, sintiendo cómo su corazón se acelera al descubrir la inquietante frase:
"El juego ha comenzado, y las opciones están a la vista. Elige sabiamente, o serás tú quien caiga en la trampa. Recuerda que tú solo eres una marioneta para él."
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