Un amor oscuro y perverso

20 Tormenta digital

AUDREY CAMPBELL

"En el abismo del peligro, el depredador dormido despierta en nosotros."

‎La prisión NERC, una de las más grandes e imponentes de Canadá, albergaba a criminales de la peor calaña. Aunque su seguridad presentaba fallas, estaba custodiada por guardias de diversas edades y experiencia, una desventaja latente ante una fuga. Sin embargo, la probabilidad de un escape era mínima, dependiendo de la astucia y agilidad del recluso. La prisión, extensa, contaba con salidas traseras hacia el patio. Muros altos, coronados con alambres electrificados, impedían el paso, siendo la única vía de escape que requería ayuda externa y una planificación impecable, un plano detallado como llave maestra.

‎Esa noche, la prisión era una imagen repetida: reclusos en celdas, guardias en charlas. Pero la atmósfera era densa, como si un huracán silencioso hubiera desatado el caos, impregnando el aire de una tensión palpable.

‎El chirrido metálico de la puerta de la furgoneta corta el silencio, y mi cuerpo reacciona antes que mi mente. Me lanzo al asfalto, la noche me recibe como un manto protector. La ropa oscura se funde con las sombras, una segunda piel que me oculta de miradas curiosas.

‎Terry me sigue, su presencia es un ancla en esta tormenta de adrenalina. Cada movimiento es una danza familiar: el chaleco táctico ajustado, la pistola en su funda, el roce frío del acero del cuchillo contra mi bota.

‎Una última mirada a la prisión. Imponente, amenazante, un monstruo de concreto que se alza en la distancia. Asiento a Terry, un pacto silencioso, una promesa compartida en la oscuridad. Estamos listos. La cuenta regresiva resuena en mi cabeza como un latido febril.

‎El silencio se rompe cuando Terry se inclina, su rostro interrogante reflejando la tensión que me consume.

‎— Hey... ¿Qué pasa? —me preguntó Terry, observándome con la mirada perdida en mis pensamientos.

‎— Simplemente estoy pensando en las probabilidades de que esto salga bien —respondí.

‎La voz de Alexa resonó a través del auricular:

‎— ¡Chicos, los estoy escuchando!

‎— Lo sé, por eso lo digo, para que puedas escucharme. Confío en que de verdad tengas razón y no haya errores.

‎— ¡Adelante, sé que lo harás genial!

‎Observé a mi alrededor. La noche era perfecta, la luna iluminaba el lugar, nuestra única confidente en esta noche. Su luz plateada acariciaba los muros de la prisión, creando sombras danzantes que jugaban con mi imaginación.

‎— Toma —la voz de Terry me trajo de vuelta a la realidad. Su mano me ofrecía la máscara táctica. La tomé, sintiendo el peso robusto y la textura firme del material entre mis dedos. Era una máscara FFP3, de color negro mate, con un filtro reemplazable a un lado. Verifiqué que los sellos estuvieran intactos. Agarré la otra máscara, aún en su empaque sellado, en el bolsillo lateral de mi pantalón, donde la trabilla de la correa la mantendría segura. Delgada, discreta... lista para cualquier imprevisto.

‎Después, me ofreció los aerosoles. Pequeños cilindros con una etiqueta que indicaba la concentración del sedante. Recordé que Alexa había consultado con su amigo farmacéutico para obtener la dosis precisa y asegurarse de que el compuesto fuera lo más seguro posible, minimizando riesgos. Pensé en la ventaja que nos daba tener a Alexa y sus contactos. Quince aerosoles cada uno, distribuidos en nuestros chalecos tácticos. Tomé uno y lo examiné, imaginando el efecto que tendría en los guardias. El ligero aroma químico que emanaba me erizó la piel.

‎Estábamos listos... o eso esperaba.

‎Asentí con firmeza.

‎— Bien, el plan es este: Apenas entremos, tú desactivas las cámaras y lanzas la bomba de humo. Yo voy por Jackson, y tú vas por los otros dos. Ni un minuto más, ni un minuto menos. Tenemos que reunirnos de nuevo para esperar la señal de Alexa. No podemos perder tiempo.

‎Terry asintió.

‎La furgoneta estaba en un punto muerto, lejos de las luces principales. Terry y yo nos deslizamos en la oscuridad, acercándonos sigilosamente a la puerta trasera menos vigilada. Dos guardias, más interesados en su conversación que en su trabajo, eran presa fácil. Nos acercamos sin hacer ruido. Podía ver lo distraídos que estaban. Le hice una seña a Terry con la mano, en cuenta regresiva: 3... 2... 1... Con movimientos rápidos y precisos, los noqueamos sin hacer ruido y los arrastramos a un rincón oscuro, asegurándonos de que estén fuera de la vista.

‎La adrenalina corre por mis venas como un río desbocado. Mi mente, un torbellino de pensamientos, analiza cada detalle con precisión quirúrgica: la disposición de la sala, las sombras que se alargan y se retuercen, los ángulos de visión de las cámaras, frías e implacables. Me muevo con la agilidad silenciosa de un felino, cada paso medido y calculado. Mis manos, enfundadas en guantes negros que se ajustan como una segunda piel, se deslizan con destreza sobre el chaleco táctico, buscando el arma adecuada para cada situación. Mis ojos, agudos y penetrantes como los de un halcón, escanean el entorno en busca de cualquier amenaza, cualquier indicio de peligro.

‎Al llegar a la sala de cámaras, Terry y yo nos colocamos rápidamente los filtros y las máscaras de gas. El aire se vuelve denso y opresivo, un velo invisible que dificulta la respiración, pero al menos podemos respirar sin inhalar el humo acre que comienza a inundar el lugar. Terry lanza las bombas de humo, que llenan la sala de una niebla espesa y opresiva, un mar blanco que lo engulle todo.
‎La oscuridad nos envolvió al instante, como una manta sofocante. Terry y yo intercambiamos una mirada rápida, un entendimiento tácito, antes de que él se separara, desapareciendo por un pasillo lateral, tragado por las sombras. Alexa, su voz clara y precisa resonando en mi audífono, me guio hacia mi objetivo:

‎— Jackson. "Cinco minutos, Audrey," susurró. Miré mi reloj. Cero. La adrenalina me recorrió las venas como una descarga eléctrica.

‎Avanzamos con cautela por los pasillos laberínticos, iluminados solo por la tenue luz de emergencia, parpadeante y fantasmal. Cada aerosol en mi chaleco táctico era una promesa silenciosa de control, un seguro de vida en este juego peligroso. Alexa me recordó los puntos estratégicos: "Comedor, pasillo principal, celdas de guardia..." En cada lugar, rocié el sedante con precisión milimétrica, imaginando a los guardias cayendo en un sueño profundo, ajenos a la pesadilla que se desarrollaba a su alrededor.

‎En el comedor, apunté al sistema de ventilación, asegurándome de que el aire distribuyera el compuesto rápidamente, impregnando cada rincón. En el pasillo principal, esperé el momento justo entre los cambios de guardia antes de rociar, maximizando el impacto, aprovechando cada segundo. Cada acción estaba calculada, cada movimiento, preciso como un reloj suizo. Recordé las palabras de Alexa, su amigo farmacéutico, la dosis exacta... Todo dependía de nosotros, de nuestra precisión y sangre fría.

‎Con la linterna táctica sujeta a mi frente, ilumino las cámaras restantes, desactivándolas una por una con disparos certeros, cada impacto un eco metálico en el silencio.

‎En la oscuridad y el caos, escucho la voz distorsionada de un guardia preguntando:




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