AUDREY CAMPBELL
"El verdadero valor de un regalo se mide por el rastro de sangre que deja a su paso."
Caminé hacia mi habitación, sintiéndome cansada y abrumada por las decisiones que había tomado. La tensión no me abandonaba, incluso después de haber dejado atrás la prisión. Al llegar a mi cuarto, vi un rollo de pergamino sobre mi escritorio. Lo tomé con curiosidad y lo abrí, comenzando a leer:
"Siempre he estado ahí para ti, como una sombra acechante, incluso cuando no lo sabías. He sido tu sombra, tu protector, tu admirador secreto... tu verdugo silencioso. He visto tus alegrías, tus tristezas, tus miedos, cada una de tus debilidades. Y he estado esperando... esperando el momento indicado para revelarme, para reclamarte.
Ese momento ha llegado. La espera ha terminado.
Estoy más cerca de lo que crees, respirando el mismo aire que tú. Me estoy infiltrando entre ellos, como una sombra en la oscuridad, tejiendo una red a tu alrededor. Pronto sabrás quién soy, y desearás no haberlo descubierto nunca.
Pero ten cuidado, Audrey, porque cuando abras esta caja, la verdad te explotará en la cara, destrozando tu mundo y consumiéndote en la locura.
Un escalofrío me recorrió la espalda mientras leía cada palabra. ¿Quién podría haber escrito esto? ¿Qué caja? Levanté la vista y la vi. Sobre mi cama, una caja envuelta en papel de regalo brillante, atada con un lazo de seda negro. Parecía una burla, una trampa esperando a ser activada.
Con una determinación firme, me acerqué lentamente. Cada paso era una decisión consciente, cada centímetro recorrido reafirmaba mi voluntad. La caja parecía observarme, pero no me amedrentaría. Estaba decidida a descubrir la verdad, sin importar las consecuencias.
Abrí la caja con determinación. Al instante, un estallido me cubrió de sangre, como si un volcán interno hubiera entrado en erupción. La sangre me empapó de pies a cabeza, pero no sentí ningún golpe, solo la fría y pegajosa sensación del líquido corriendo por mi piel. Un olor metálico e intenso inundó el aire, haciéndome arrugar la nariz. El sonido del estallido resonó en la habitación, como un eco macabro.
En ese momento, la puerta se abrió de golpe y Alexa entró corriendo.
— ¿Qué pasó?, preguntó con los ojos muy abiertos.
Me giré lentamente hacia ella, sintiendo la sangre escurrir por mi rostro. Le sonreí con una calma perturbadora.
— ¿Qué tal me veo?, pregunté, con la voz goteando ironía. El silencio se apoderó de la habitación, solo interrumpido por el goteo constante de la sangre.
La sangre me empapa de pies a cabeza, un rojo carmesí intenso que siempre me ha fascinado. No siento miedo, solo una extraña sorpresa, como si una parte de mí hubiera estado esperando este momento. Alexa me mira con los ojos muy abiertos, pero mi atención está fija en mis manos, cubiertas de ese líquido espeso y brillante.
Desvío la mirada hacia la caja, donde un pequeño frasco de vidrio contiene algo aún más perturbador: mis dientes de leche. Un recuerdo infantil que evoca una época de inocencia y despreocupación, ahora manchado por esta macabra presentación. ¿Quién podría haber guardado mis dientes de leche? ¿Y por qué me los envían ahora, en este sangriento regalo?
Mi mente comienza a trabajar, repasando rostros y nombres, buscando una conexión, una pista que me lleve al responsable. Pero no encuentro nada, solo un vacío desconcertante. Es como si alguien estuviera jugando conmigo, mostrándome fragmentos de mi pasado para atormentarme en el presente.
Aunque debo admitir que mis regalos favoritos son aquellos que dejan una mancha imborrable... de sangre.
— ¿Pero quién rayos hizo eso?, la voz de Alexa sonaba disgustada, aunque en el fondo sé que le gustan las bromas pesadas.
La sangre se desliza por el suelo, recorriendo cada baldosa. Una idea me golpea como un rayo: ¡la persona que hizo esto entró en mi habitación!
Mis ojos escanean el lugar, mi santuario minimalista con su escritorio despejado, el armario rebosante de ropa, la cama sin tender que dejo cada mañana. Ahora, todo apesta a sangre, un hedor metálico que me revuelve el estómago. Alexa parece al fin darse cuenta de la gravedad de la situación.
— Burlaron la seguridad de la casa, susurra, con la voz cargada de derrota.
Suspiro, frustrada, y doy un paso adelante. La sangre está pegajosa, como un abrazo viscoso que me impide moverme con facilidad. Llevo una mano a mis labios, saboreando el líquido carmesí. ¡Lo sabía!
— Esta sangre no es de animal, es de una persona. Mi voz suena firme, segura de mi deducción. Su sabor, su textura... todo grita que es sangre humana. Alexa vuelve a mirarme, con los ojos llenos de incredulidad.
— Sea quien sea, esto no es una simple broma.
Tiene razón. Unos pasos se acercan, resonando en el silencio. Entonces, aparece en mi campo de visión. Ayden. Su respiración es agitada, su sonrisa, casi salvaje. Sus ojos de colores me observan con una fascinación perturbadora, como si fuera una obra de arte macabra.
— Es sangre, dice, relamiéndose los labios. Pude olerla desde abajo.
Alexa se aparta de mí, mirándolo con desconfianza. Si lo que dice es cierto, tiene un olfato impresionante... o algo más siniestro.
— Será mejor que te vayas de aquí, dice Alexa, con un tono que no admite réplica.
Ayden ignora sus palabras y sigue mirándome fijamente, como si la sangre fuera un imán.
— Sabes, Anhelo unirme a la sangre, convertirme en parte de su esencia. Sentir cómo me envuelve, cómo me transforma. Ser uno con el río carmesí que fluye dentro de mí. Lo construiré con mis propias manos. Cada gota de sangre será un ladrillo, cada sacrificio una ofrenda. Y cuando esté terminado, me sumergiré en él, renacido en un mar de carmesí.