AUDREY CAMPBELL
"Bajo la piel de la civilización, late el corazón de un animal salvaje dispuesto a todo por sobrevivir."
Bajé las escaleras con pesadez, sintiendo el peso de la noche como arena en mis ojos. La noche había sido un laberinto de recuerdos, y el sueño, un espejismo cruel. Antes de llegar a la mesa, un escalofrío me arañó la espalda al ver el caos en la sala. Muebles volcados, sombras danzantes, objetos esparcidos como restos de una pesadilla. ¿Qué demonios...? La casa estaba siendo desmantelada, despojada de su falsa normalidad. Vi a los demás, figuras fantasmales en la penumbra, sacando cosas y subiéndolas al coche. ¿Adónde creían que íbamos? ¿Huyendo hacia dónde?
En la mesa del comedor, un periódico me esperaba como una sentencia. En la portada, Terry, Alexa y yo, con nuestras caras convertidas en máscaras de culpabilidad. "Se busca por asesinato", rezaba el titular, con letras que parecían gritar mi nombre. El corazón se me heló al ver las fotos, borrosas y distorsionadas, como si ni siquiera la prensa quisiera reconocernos. Al pasar la página, las caras de Jackson, Aiden y Henry me devolvieron la mirada, acusadoras. Prófugos, sí, pero ¿a qué precio? Una recompensa ofrecida por nuestra captura, una invitación a la traición. Mis ojos recorrieron el periódico, buscando una verdad que se escondía entre las líneas, hasta que me detuve en la foto de Heiner. También era buscado como prófugo, pero... ¿por qué su foto estaba aparte, enmarcada en un recuadro más pequeño, casi como si fuera un añadido de última hora?
—Mierda—murmuré, sintiendo la bilis quemándome la garganta. El sabor metálico del miedo me invadió la boca.
—¿Cómo pasó esto?—pregunté, mi voz apenas un susurro que se perdía en el silencio opresivo de la casa. Me estaba irritando esta situación, me carcomía la incertidumbre. Miré a mi alrededor, buscando respuestas en los rostros de los demás, pero solo encontré reflejos de mi propia confusión y desesperación.
Tomé el periódico y leí la información, intentando encontrar un hilo de lógica en la locura:
—Tres prófugos peligrosos huyen tras escapar... de la prisión. Y a nosotros nos buscan por asesinos. La amargura me quemaba la garganta, un veneno que se extendía por mis venas.
En la mesa, una carta negra abierta, como una boca hambrienta, revelaba su mensaje:
"Felicitaciones, ahora son prófugos. Les deseo suerte. Jajaja".
Arrugué el papel con rabia, sintiendo la furia hervir en mi interior. Una furia ciega, destructiva, que amenazaba con consumirme. ¿Quién estaba jugando con nosotros? ¿Quién nos había convertido en peones de un juego macabro?
—¡Lo voy a matar!—exclamé, con los nudillos blancos, aferrada al periódico como si fuera la garganta de mi enemigo.
Alexa, con el periódico en la mano, explicó:
—Esta mañana estaba esa carta afuera, debajo de la puerta. Como una serpiente esperando a morder.
En ese momento, Ayden se acercó, con una sonrisa enigmática que me heló la sangre. Sus ojos brillaban con una luz extraña, casi inhumana.
—"Bienvenida al juego"—dijo, con su voz plana y carente de emoción. Cada palabra resonó en mi cabeza como un eco de advertencia.
Lo miré con desconfianza, sintiendo que algo no encajaba. Su actitud era demasiado tranquila, demasiado calculada. Miré a mi alrededor, observando cada detalle dentro de esta casa, ahora convertida en una trampa. Había un traicionero entre nosotros, lo sentía en cada fibra de mi ser. Alguien que, de seguro, era responsable de que este plan se fuera a la mierda.
Ayden me miraba con desdén, como si nada de esto le importara. ¿Acaso no se daba cuenta de la situación en la que nos encontrábamos? Estábamos siendo buscados por la Policía, convertidos en carne de cañón.
Sabía que no podíamos huir del país; los aeropuertos estarían vigilados, cada rincón estaría lleno de ojos que nos buscaban. Miré a Alexa, buscando respuestas en su rostro, una chispa de esperanza en medio de la oscuridad.
—¿A dónde vamos?—pregunté, mientras la veía sacar cosas de un bolso. ¿Qué demonios estaba planeando? ¿Acaso tenía un as bajo la manga, una salida secreta a este laberinto?
Alexa me miró a los ojos, transmitiéndome una determinación silenciosa, una promesa de venganza.
—No podemos quedarnos aquí. Tenemos que irnos.
—¿Pero adónde?—pregunté, con una mirada fría y calculadora. Mi voz salió seca, cargada de molestia y desconfianza. ¿Adónde podíamos ir que fuera lo suficientemente lejos, lo suficientemente seguro? ¿O es que acaso ya estábamos condenados?
Alexa cerró los ojos por un instante, como buscando las palabras correctas en un laberinto oscuro. Jackson se acercó y dijo:
—Por suerte, Elise nos tiene cubiertos.
Elise asintió, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
—Tenemos una cabaña al sur, en las montañas. Iremos allí. Un refugio temporal, un escondite en medio de la nada.
—¿Una cabaña? No pienso quedarme con ustedes—dije, sintiendo la rabia apoderándose de mí, como una serpiente enroscándose en mi interior. La idea de depender de ellos me repugnaba.
—Lo siento, Audrey, pero no tenemos opción—dijo Alexa, con una frialdad que me asustó. ¿Desde cuándo se había vuelto tan pragmática? Si nos quedamos aquí, nos encontrarán. Si intentamos salir de la ciudad, nos atraparán en el aeropuerto. No tenemos adónde ir. Congelaron nuestras cuentas.
—¿Qué?—pregunté, manteniendo mi mirada fría e inexpresiva, aunque por dentro sentía que el pánico me estrangulaba.
Alexa trataba de mantener una calma que era tan falsa como sus pasaportes.
—Sí, había transferido una parte a una cuenta extranjera, pero es mejor que no hablemos de eso ahora. Un secreto a voces, una traición silenciosa.
—¿De qué estás hablando?—pregunté, sintiendo que la molestia me consumía, pero sin dejar que se notara en mi rostro. ¿Qué más me estaban ocultando?