Un amor oscuro y perverso

27 Las desapariciones

LECTOR OMNISCIENTE

"Concédeme la calma, porque la venganza está llamando."

‎El viento gemía en la Montaña Holl, un quejido que parecía arrastrarse desde las entrañas de la tierra. La niebla, espesa y persistente, envolvía las laderas, ocultando un pasado que se resistía a ser olvidado. Hace seis años, las desapariciones comenzaron. Primero, fueron los indeseables: ladrones de ganado, estafadores, incluso algún violador. Sus cuerpos aparecían mutilados en los senderos, con una carta negra manchada de sangre clavada en el pecho. Para algunos, era un acto de justicia, una limpieza necesaria. Para otros, un horror inaceptable. Pero, con el tiempo, la línea entre el bien y el mal se difuminó. Gente inocente comenzó a desaparecer, sin dejar rastro. El miedo se apoderó de la región. Los lugareños evitaban la Montaña Holl, temerosos de convertirse en la próxima víctima de la sombra que acechaba en la niebla. ¿Quién era el responsable? ¿Un justiciero enloquecido? ¿Un monstruo sediento de sangre? La verdad se ocultaba entre los árboles retorcidos y las rocas escarpadas, esperando ser descubierta.

‎Si llegas al pueblo de Holl's Creek, la atmósfera la sentirás palpable. Las miradas desconfiadas de los lugareños te seguirán a cada paso. El aire olerá a tierra húmeda y a secretos a voces. En la taberna local, los murmullos cesarán al entrar, y las conversaciones se reanudarán en un tono más bajo, cargado de temor. Las leyendas sobre la Montaña Holl serán omnipresentes: historias de almas perdidas, de pactos con el diablo y de una criatura inhumana que acecha en la niebla. La policía local, inútil como siempre, se limitará a seguir protocolos obsoletos, sin lograr ningún avance en la investigación. Pero lo más inquietante será el silencio. Hará siete meses que nadie desaparece en la Montaña Holl. ¿Se habrá marchado el asesino? ¿Habrá encontrado una nueva fuente de sustento? ¿O simplemente estará esperando el momento oportuno para volver a atacar? Los lugareños, desconfiados de las autoridades, llevarán a cabo sus propias pesquisas, basándose en las leyendas y en los pocos rastros que la montaña deja escapar. Cada nueva víctima habrá dejado tras de sí una carta negra, escrita con sangre, pero los mensajes variarán: a veces serán advertencias, otras veces serán confesiones, y en ocasiones, simples acertijos sin sentido.

‎— Recuerdo la primera vez que encontramos un cuerpo, susurrará un anciano en la taberna, con la voz temblorosa. "Estaba colgado de un árbol, con los ojos arrancados y la lengua cortada. Parecía una marioneta rota."

‎— La segunda vez, intervendrá una mujer, con la mirada perdida, lo encontramos en el río, flotando boca abajo. Tenía las manos atadas a la espalda y una rosa negra entre los dientes.

‎— Y la última vez, añadirá un joven, con la voz entrecortada, lo encontramos en la cueva, sentado en una roca, con la cabeza apoyada en las manos. Parecía estar dormido, pero tenía una sonrisa macabra dibujada en el rostro.

‎Pero también, algunos se sentían aliviados.

‎— Siete meses sin desapariciones, siete meses sin tener que ver esas cartas negras, comentará un hombre con una cerveza en la mano. Quizás se haya cansado, o quizás haya encontrado un nuevo lugar para cazar.

‎— No te confíes, advertirá otro, con la mirada sombría. El enemigo puede estar a tu lado, delante de ti, detrás de ti... ¡Incluso dentro de ti!

‎El invierno se acercaba, declarando la guerra con cada brisa helada que sacudía los árboles de la montaña. Los monstruos se preparaban para refugiarse y dormir, pero algunos saldrían antes, buscando comida para asegurarse de que el invierno no les fuera tan cruel. La montaña acababa de declarar algo, y era que esa persona había regresado. No estaba sola, venía con más ganado. Y eso solo podía significar una cosa: iba a tener ayuda.

‎En cada uno de nosotros reside un instinto primario, un depredador latente que aguarda el momento de despertar. Cuando la amenaza se cierne sobre nosotros, cuando la supervivencia pende de un hilo, ese instinto se desata. Ya no somos seres racionales, sino animales acorralados, dispuestos a derramar sangre, a arrebatar vidas si es necesario, todo en nombre de la supervivencia.

‎La montaña guarda sus secretos. Y esta, en particular, guarda uno muy grande: cada muerto que se encuentra en ella es una persona que trató de sobrevivir, pero cuyo oponente fue más astuto y hábil. Nunca andes por un sendero solo. Nunca camines por un lugar abandonado sin que te respalde alguien, porque a veces tienes a tu peor enemigo al lado tuyo, hablas con él, ríes con él, lloras con él... y no sabes que es tu enemigo.

‎Se dice que el sonido de un auto se escuchó llegar a la montaña. Y al rato, llegó otro. Pero las personas que bajaron no eran personas normales, eran asesinos. Cada uno con un secreto, cada uno con un pasado que los convirtió en lo que son. Pero hay dos personas que son monstruos de verdad, asesinos de pura cepa, que conviven con ellos, que respiran con ellos, que comen con ellos... y los otros no saben que ellos son el enemigo. Se hacen sus amigos, tal vez lo sean... pero pueden apuñalarte por la espalda. Dicen que amigo no hay en este mundo, y tal vez tienen razón. O tal vez no.

‎Lo único que se sabe es que esas dos personas, si son amigos, son amigos a muerte: matan juntos, comen juntos, hacen todo juntos, solo fingen no conocerse. Y cuidado, porque a veces las sombras son más grandes de lo que puedes imaginarte. Y las de ellos no puedes verlas, de tan grandes que son sus pecados. Y hasta el día que se mueran, su cuerpo, cuando se convierta en polvo, no será parte de este mundo para la contribución del ambiente, sino para su maldición. Los gusanos no querrán comer su piel, darán asco a la vida. El mundo respirará mejor sin ellos aquí. Y ellos mismos lo saben, solo se hacen los que no.

‎Lo que los demás no saben es que están conviviendo con unos asesinos que matan por placer, disfrutan por placer y fingen no hacerlo. Las excusas son baratas, y las de ellos no tienen sentido, porque al final de cuentas todos son mentirosos... tú eres mentiroso, yo soy mentiroso, todos lo somos, solo que unos son mejores que otros. Y en esta montaña, la mentira es el arma más letal de todas.

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