Un amor oscuro y perverso

28 Un paso más cerca

LECTOR OMNISCIENTE

"Solo los más despiadados perduran."

En la sala de reuniones, la luz artificial acentuaba las profundas ojeras que marcaban el rostro exhausto del Coronel Miller. A su alrededor, agentes del FBI, policías locales y otros funcionarios escuchaban con atención cada una de sus palabras.

— Tenemos a los fugitivos y a los asesinos en la mira', declaró con voz firme, impregnada de determinación. 'Sabemos que se esconden en las montañas, aunque su ubicación exacta aún es un misterio. Desplegaremos un equipo de diez agentes para rastrearlos y asegurar su captura. No olvidemos que no nos enfrentamos a simples delincuentes, sino a peligrosos asesinos convictos de primer grado. Su aprehensión es nuestra máxima prioridad.

El caso de Holl Creek se distinguía por una serie de elementos inusuales que lo apartaban de las investigaciones criminales convencionales. Dada la creciente complejidad y la naturaleza atípica de los acontecimientos, se determinó que la Unidad de Crímenes Especiales era la más idónea para tomar las riendas de la investigación. El Coronel Miller, reconocido por su vasta experiencia en casos que desafían la lógica y su profundo entendimiento de fenómenos inexplicables, fue designado como líder de la misión. Su nombramiento no implicaba la exclusión de otras agencias; por el contrario, se promovió una estrecha colaboración con el FBI y la policía local, reconociendo la necesidad de un enfoque multidisciplinario para desentrañar los enigmas que envolvían a Holl Creek. Con su liderazgo y pericia, el Coronel Miller coordinaría los esfuerzos conjuntos, asegurando que cada indicio, por más extraño que pareciera, fuera minuciosamente examinado.

— Nuestro objetivo principal es doble: extraer a Heiner y capturar a la chica rubia llamada Alexa —continuó el Coronel—. Heiner es uno de nuestros agentes infiltrados y su seguridad es primordial. Debemos sacarlo de allí antes de que su tapadera se vea comprometida. Alexa, en cambio, posee información crucial que nos permitirá desmantelar toda la operación. Una vez que la tengamos, el resto caerá como fichas de dominó.

— Los agentes se adentrarán en la montaña —explicó uno de los agentes del FBI—. Buscarán cualquier rastro, cualquier indicio que los conduzca hasta los fugitivos. Tenemos información de que Ayden, Jackson y Henry solo han cometido un asesinato —dijo, señalando las fotos en las carpetas—. Pero mi instinto me dice que la verdad es mucho más oscura. Sospecho que hay más muertes de las que sabemos.

— Los quiero tras las rejas —interrumpió el Coronel con frialdad—. A esos asesinos, por sus crímenes. No podemos permitir que sigan segando vidas.

—Y mientras tanto, ¿qué haremos nosotros, Coronel? —preguntó la mujer de traje gris.

— Esperaremos —respondió el Coronel con una sonrisa gélida—. Esperaremos y observaremos. Y cuando llegue el momento, actuaremos con precisión y contundencia.

De repente, el sonido de la puerta al abrirse resonó en la sala. Todos los presentes se pusieron de pie al instante, mostrando un respeto reverencial. Era la General del grupo de operaciones encubiertas, ataviada con un impecable traje negro que irradiaba autoridad.

— Buenos días, mi General —saludaron al unísono.

La General avanzó con paso firme hasta situarse frente al Coronel Miller. Con una mirada penetrante que parecía leer el alma, le entregó una carpeta.

—Tome —dijo la General con voz autoritaria.

— Gracias —respondió el Coronel, recibiendo la carpeta. La General asintió levemente antes de retirarse de la sala.

El Coronel abrió la carpeta y examinó su contenido con atención.

—Aquí tenemos información sobre la montaña donde se esconden —anunció, su voz cargada de gravedad—. Registros de asesinatos, desapariciones... todo lo que ha ocurrido en esa zona resuena en este lugar.

— Coronel, disculpe la interrupción, ¿qué relación tiene todo esto con los fugitivos? —preguntó uno de los agentes, visiblemente confundido.

El Coronel lo fulminó con la mirada. ¿Acaso era estúpido?

— Esa montaña está intrínsecamente conectada con los tres fugitivos. Las muertes que ocurren allí no son meras coincidencias.

— ¿Qué sugiere, Coronel? ¿Cree que ellos son responsables de esas muertes? —inquirió otro agente, con el ceño fruncido—. ¿Qué dicen los testigos?

—Los testigos descansan tres metros bajo tierra —respondió el Coronel con frialdad glacial—. No esperen obtener respuestas de ellos. —Se acercó al agente y lo miró fijamente, sus ojos como dagas—. Hay rumores... Algunos susurran sobre una persona, otros sobre un monstruo. Pero lo único certero es que hay un asesino en esa montaña, un depredador que mata por puro placer.

— Nuestros agentes están adentrándose en territorio de asesinos —continuó el Coronel, su voz resonando con advertencia—. Deben estar preparados para lo que encontrarán. Y nosotros debemos estar listos para desenterrar los secretos y las mentiras que se ocultan en las profundidades de esa montaña maldita.

En ese momento, el Coronel rompió el silencio con una determinación palpable.

— Se acabó —declaró con firmeza inquebrantable—. Quiero que reúnan a todos los equipos, a los diez mejores agentes, y los envíen a la montaña. La espera ha terminado.

El Coronel abandonó la sala con paso firme, irradiando una compostura impecable. Todos los presentes lo despidieron con respeto. Mientras caminaba por el pasillo, un pensamiento oscuro cruzó su mente: Ese día en la comisaría, tuve frente a mí a una de las asesinas, a la responsable de la muerte de esa joven. Cada vez estoy más cerca de atraparlos. Una sonrisa vacía, carente de alegría, se dibujó en su rostro.

De repente, un agente se acercó al Coronel.

— Coronel, disculpe, una pregunta de los capitanes. Quieren saber si deben traer a los objetivos vivos o muertos.

El Coronel hizo una pausa, su mirada fija en un punto invisible.




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