DESCONOCIDO
FECHA 16/08/2019
HORA ( 11:45 PM )
La inocencia perdida es un fantasma que persigue a los corazones rotos.
Cada paso que daba resonaba en la escalera, amplificado por el silencio expectante de la casa. Cada escalón que subía era un paso más cerca de cumplir mi objetivo, de eliminar ese estorbo que se interponía en mi camino. Un sorbo de champán, el líquido burbujeante quemando mi garganta con un sabor amargo, mientras ascendía hacia mi destino. La música de la fiesta, un murmullo lejano y discordante, quedaba rezagada en el salón, un recordatorio de la farsa que estaba a punto de perpetrar.
Me detuve frente a la puerta, la madera fría bajo mis dedos temblorosos.
¿Debería tocar, anunciar mi llegada? ¿O irrumpir sin previo aviso, como una sombra en la noche? Una vacilación momentánea, una punzada de duda antes de la oscuridad. No estaría mal darle un poco de emoción antes de acabar con esto. Toqué la puerta, un golpe suave, casi inaudible.
—¿Quién es? —Una voz anciana, pero aún imponente, resonó desde el interior. No era una pregunta, sino una orden.
—Soy yo, abuela —respondí, mi voz apenas un susurro.
—Ah, ahí voy —Su tono se suavizó ligeramente, una máscara de afecto que no lograba ocultar la desconfianza.
La puerta se abrió, revelando a la matriarca en toda su magnificencia decadente. Un mar de cabello negro, meticulosamente teñido para ocultar los estragos del tiempo, enmarcaba un rostro curtido por años de intrigas y secretos. Un vestido elegante, adornado con joyas ostentosas, proclamaba su estatus como la reina de esta corte de falsedades.
—¡Pasa! —ordenó, invitándome a entrar en su santuario.
Un escalofrío recorrió mi espina dorsal mientras cruzaba el umbral. Observé cada detalle de la habitación, memorizando cada objeto como si fuera la última vez que lo vería. El balcón bañado por la luz de la luna, el espejo antiguo que reflejaba mi rostro impasible, los muebles de caoba que exudaban un aroma a polvo y olvido, el escritorio repleto de papeles y baratijas, la biblioteca oscura y amenazante.
—¿Qué haces aquí? —preguntó, su voz cargada de impaciencia—. Deberías estar disfrutando de la fiesta. Es el cumpleaños de tu madre, queremos que ella la pase bien.
—¿Ahora te preocupas por mi felicidad? —respondí con sarcasmo—. No creo que mi presencia sea de su agrado.
—¿Y qué es de tu agrado entonces? —Su voz adquirió un tono autoritario, como si mi rebeldía la ofendiera.
Caminé hacia ella, mi copa de champán en la mano, tocando cada objeto a mi paso, sintiendo su textura bajo mis dedos. Nada fuera de lugar, nada que revelara la verdad que se ocultaba tras la fachada de opulencia.
Quería acabar con esto de una vez, pero antes... debía hacerle unas últimas preguntas, ¿no? Observé su figura, ajena al destino que le aguardaba. Bebí un último trago de champán, sintiendo el valor líquido recorrer mis venas. La miré fijamente, con una intensidad que debía inquietarla.
—Tengo unas últimas preguntas —dije, mi voz apenas audible.
Ella arqueó una ceja, evaluando mi actitud con desdén.
—¿Qué preguntas? Hazlas rápido, no estoy para perder el tiempo. Deberías estar abajo, disfrutando de la fiesta.
—Quiero saber... ¿Por qué? —Sentí que mi lengua se trababa, que las palabras se negaban a salir. La rabia me invadía, pero debía contenerme.
La abuela se acercó a la puerta, como buscando una vía de escape. Apreté los puños, la copa de champán amenazando con estallar en mi mano.
— ¿Por qué mataste a mi padre? ¡Dímelo!
Su mirada se endureció, tratando de penetrar mis intenciones.
—¿De qué estás hablando? ¿Quién te ha metido esas ideas en la cabeza?
—¡No te hagas la tonta! ¡Sé que fuiste tú! Tú le ordenaste a esa... a esa perra que se hace llamar madre que lo hiciera. ¡Lo hizo sin dudarlo, verdad? A la final, esa verdad terminó saliendo a la luz, y eso ya no importa. Simplemente lo vieron como una acción buena para esta maldita y asquerosa familia.
Ella me miró con frialdad, como si mis palabras fueran un simple murmullo molesto.
—No sé de qué hablas. Creo que hasta te equivocas...
—¡Dime la verdad, carajo!
—¿Subiste hasta aquí solo para decirme eso? —preguntó con desdén—. Bueno, ya que insistes tanto... Ni siquiera lo recuerdo casi. Lo hice porque tu madre era un estorbo. Para esta familia. Era un estorbo para ti. Te estabas distanciando. Tenías una sonrisa más en tu rostro. Parecías... una niña mimada. Y eso no es aceptable en esta familia. Sabes que en esta familia no puede haber sentimientos. Nuestro trabajo no lo requiere.
—¡Cállate! —grité, sintiendo la sangre hervir en mis venas.
—No te atrevas a hablarme así. Lo hice por tu bien. A la final, mira en lo que te has convertido. Estás haciendo mi trabajo. Ahora, si hacemos esto bien y te casamos con alguien que también sea igual, podríamos seguir la generación...
Sentí que cada palabra resonaba en mi mente, como un eco lejano y distorsionado. La sangre me zumbaba en los oídos, y el mundo a mi alrededor comenzaba a desvanecerse.
—No... No solo mataste a papá.. También mataste a él...
—La verdad es que tuvimos un poco de complicaciones, él era un buen muchacho y muy apuesto, solo que era muy estupido, creía que todo lo que hacemos en esta familia está mal. Pero… ya es muy tarde para arrepentirse hicimos un bien para ti y los demás.
¡Oh! Esa maldita hablaba, como si los homicidios no le importaran, como si las vidas que había arrebatado no tuvieran valor. La miré fijamente, observando cada movimiento de sus labios, cada gesto de su rostro, tratando de comprender la magnitud de su maldad.
Entonces vi que ella estaba cansada de discutir y dije:
—Pues tú no eres mi abuela.
Ella me miró con furia.
—¿Qué estás diciendo ahora?
—No, tú eres la maldita de siempre. No sabes cuánto te odio a ti y a mi madre. Las odio a ambas con toda mi alma.
Ella trató de calmarme.
—Deja de decir esas cosas. Tenemos que bajar. Hay que ver cómo están las fiestas. Ya tienes 18 años, compórtate.
Esas palabras resonaron en mi mente como un trueno.