Un amor oscuro y perverso

31 Secretos en el Pueblo

AUDREY CAMPBELL

Tu peor enemigo no es la muerte, sino el destino que la invoca. Ambos lucharán por tu alma hasta el último aliento.

Después de esa caminata infernal, el pueblo surgió ante mis ojos como una mancha borrosa de luces temblorosas. 'Por fin', pensé, sintiendo cada músculo rebelarse.

— Ojalá este suplicio valga la pena', murmuré con un deje de irritación. El aire, denso y húmedo, apestaba a tierra mojada, y las calles brillaban con un lustre inquietante, como si estuvieran enceradas con secretos. Fruncí el ceño. 'Qué lugar más deprimente', pensé, un escalofrío recorriéndome la espalda. 'Ojalá no tengamos que quedarnos mucho tiempo aquí'.

Al escucharme, Alexa me lanzó una mirada de reojo, acompañada de una risa que destilaba falsedad.

—Ay, por favor, Audrey. No es para tanto. Solo es un poco de diversión. Además, mira el lado bueno: no tuvimos que caminar demasiado.

La fulminé con la mirada.

—No inventes, Alexa. Llevamos casi una hora caminando bajo esa maldita montaña. ¿Me vas a decir que no es demasiado?, dije, enfrentándola directamente. Ella soltó un bufido apenas audible.

—Bueno, mira el lado positivo. Queda lejos de la cabaña. Si alguien quiere subir hasta allá, será difícil que nos encuentren.

Terry tosió, intentando sonar convincente, pero su actuación era patética. Carraspeó su garganta, añadiendo un toque de falsedad a la escena.

—Yo no le veo nada de bueno a eso. Más bien, imagínate que alguien está huyendo, en una persecución desesperada. Alguien inútil, claro. Y está en esa cabaña. Y tienen que atacarla. ¿Cómo haría para llegar al pueblo y pedir ayuda? Si subir le cuesta, imagínate tener que bajar. Le costaría una eternidad, diría yo. Una hora de distancia, mínimo.

Alexa se rió, como si la idea le divirtiera.

—Bueno, en ese caso, entonces que disfrute de sus últimos momentos, ¿no?

Escudriñé el entorno, sintiendo una opresión en el pecho. No me gustaba nada de esto. ¡Qué horrible presentimiento! No me agradaba la idea de quedarnos mucho tiempo aquí, y menos en este pueblo. Alexa soltó un comentario, revelando su extraña fascinación por el lugar.

—Bueno, deberíamos recorrer todo este pueblo para conocerlo, dijo Alexa, con su entusiasmo habitual.

—No, respondí tajante, fulminándolos con la mirada. 'No vamos a recorrer nada. No quiero. No es buena idea tener que subir tan oscuro por esa montaña. Terry asintió, de acuerdo conmigo. Alexa, por supuesto, torció los ojos, mostrando su desacuerdo.

—Vamos, solo una vuelta rápida. Y después nos vamos', insistió Alexa.

— No, repetí, sin ceder.

—Ay, por favor, Audrey', dijo Alexa, con un tono que me sacaba de quicio. 'Vinimos aquí para ver todas las cosas, conocer a la gente. Además, nadie los conoce aquí'.

Negué con la cabeza.

—No me parece igual. ¿Sabes por qué? Porque es peor. Si la gente no te conoce, si la gente desconfía, ellos deben saber que no somos de aquí. Van a sospechar. Así que no. Además, agradezcan que los acompañemos Terry y yo. A menos que quisieras que te acompañara el de ojos diferentes, porque de ser así, ibas a necesitar mucha suerte para regresar a salvo después a la cabaña, porque ese tipo está loco.

—Tienes razón, bueno, vamos a dar una vuelta rápida y ya', dijo Alexa, resignándose a mi terquedad. Solté un suspiro frustrado.

Comenzamos a caminar. Cada casa parecía silenciada, cada persona absorta en su propio mundo. De repente, Alexa soltó casi un grito ahogado, como una niña pequeña, con la mirada fija en una tienda de dulces.

—¡Vamos, quiero ver los dulces! ¡Anda, Terry, acompáñame!, exclamó. Terry la miró con resignación y asintió.

—Está bien, vamos. No vamos a tardar mucho tiempo. ¿Vienes con nosotros?, me preguntó Terry.

Negué lentamente. Solo de pensar en tener que ver esos dulces y olerlos, se me revolvía el estómago.

—No me gustan los dulces, dije con un toque de irritación.

— Está bien. Pero, ¿estás segura de que quieres andar por ahí sola? No conoces este lugar, insistió Terry.

— Por eso mismo. Porque voy sola y lo haré rápido. No como ustedes, que piensan tardarse demasiado, respondí, separándome de ellos. ¿Qué secretos ocultaba este pueblo? ¿Y por qué sentía esta inquietud constante?

— Vamos, vamos —Alexa le hala la mano a Terry, como si la idea de comer dulces fuera la mayor emoción de su vida. De verdad, ¿tanto placer podía encontrar en algo tan simple? Mientras Terry y Alexa se adentraban en la dulcería, yo observé a mi alrededor, sintiendo la desconfianza clavada en mi piel. Este pueblo me daba mala espina.

Comencé a caminar, alejándome del bullicio, cuando divisé un callejón angosto. Varias tiendas se apiñaban allí, buscando un poco de sombra. Me acerqué, sintiendo una extraña curiosidad, hasta que una tienda en particular captó mi atención. ¿Era por el aura que emanaba? ¿O por la extraña sensación de que no era una tienda cualquiera?

La tienda destacaba entre los demás locales por su letrero descolorido, apenas legible bajo la tenue luz de la calle. La fachada, con la pintura descascarada y las ventanas polvorientas, transmitía una sensación de abandono y misterio. Era como si el tiempo se hubiera detenido allí, dejando una huella imborrable de secretos olvidados. Algo en ese lugar me atraía irresistiblemente, como un imán invisible.

Cada paso que daba me acercaba más a la tienda, sintiendo una mezcla de temor y fascinación. Cuando abrí la puerta, una campanilla oxidada tintineó sobre mi cabeza, anunciando mi llegada al silencio del lugar.

Al entrar, un aroma a polvo y madera vieja invadió mis fosas nasales, transportándome a un pasado remoto. La tienda estaba repleta de objetos de todas las épocas: lámparas de aceite que parecían haber iluminado otros mundos, retratos descoloridos que guardaban miradas perdidas, relojes de péndulo detenidos en el tiempo, como si el destino mismo hubiera decidido pausar su marcha. Cada objeto parecía guardar una historia olvidada, un secreto esperando ser descubierto. El polvo cubría todo como un manto, dándole un aire fantasmal al lugar.




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