AUDREY CAMPBELL
El destino teje los hilos de tu vida, mientras la muerte espera pacientemente para cortar el último.
Mi mente era un torbellino de preguntas sin respuesta. ¿Qué demonios había pasado en esa tienda? ¿Acaso todo había sido una cruel ilusión, una jugarreta de mi imaginación? No, no podía ser. Había visto a la anciana, sentía aún el peso de sus palabras en mi alma. Pero, ¿cómo era posible que la tienda se hubiera esfumado, como si nunca hubiera existido? ¿Acaso estaba perdiendo la cordura? 'No he fumado nada', pensé, aferrándome a la lógica en medio del caos. 'Si al menos hubiera fumado, podría culpar a la nicotina por esta locura'. Decidí dejar de torturarme con preguntas sin respuesta y seguir adelante, aunque el miedo me atenazaba el corazón. Tenía que encontrar a Terry y Alexa, aunque la idea de estar sola en este pueblo me aterraba.
Di media vuelta y seguí caminando, con los sentidos alerta, observando cada sombra, cada rostro. Este pueblo era un laberinto de secretos, lo sentía en cada poro de mi piel. ¿Y quién era ese chico del que hablaba la anciana? ¿Qué papel jugaba en esta pesadilla?
Mientras caminaba, pasé por una esquina oscura y lo vi. Un niño pequeño, de rostro inocente, estaba hablando con alguien. Le estaban entregando una bolsa, seguramente llena de baratijas. No le di importancia hasta que mis ojos captaron la figura que le ayudaba a recoger las cosas que se le habían caído. Era Jackson.
Me quedé helada, sintiendo que el corazón se detenía por un instante. ¿En serio? ¿Jackson? ¿Qué demonios hacía él aquí, en medio de esta locura? Sabía que este era su pueblo, pero aun así, su presencia me desconcertó, me inquietó más de lo que quería admitir.
Él le sonrió al niño, con una dulzura que no le conocía, mientras le entregaba la bolsa. Las palabras de la anciana resonaron en mi mente, como un eco fantasmal. 'Son tal para cual'. ¿Se estaría refiriendo a él? ¿Era él la pieza que faltaba en este rompecabezas macabro?
Levanté una ceja, sintiendo una mezcla de curiosidad y desconfianza que me quemaba por dentro. Seguí caminando, fingiendo indiferencia, tratando de convencerme de que no quería tener nada que ver con él.
De repente, Jackson se separó del niño y me alcanzó, con una sonrisa burlona en el rostro.
—¡Ey! ¿Tanto te desagrado que me ignoras? —gritó, interrumpiendo mis pensamientos.
Lo miré con desdén, sintiendo la rabia crecer en mi interior.
—No pienso gastar mi mirada ni mi tiempo en cosas banales como tú —dije, dándole la espalda y alejándome de él, decidida a escapar de este pueblo maldito.
Rodé los ojos, sintiendo la frustración crecer en mi interior.
—¿Dónde estabas? —preguntó Jackson, con una ceja enarcada.
Estuve a punto de responderle que no era asunto suyo, que no tenía por qué darle explicaciones a un desconocido, pero me detuve, sintiendo que necesitaba respuestas.
—Necesito preguntarte algo —dije, ignorando su pregunta.
—¿Qué? —respondió Jackson, con un tono de impaciencia.
—¿Has visto a una anciana? —comencé a describirla con detalle, tratando de recrear la imagen que tenía grabada en mi mente: su rostro arrugado, sus ojos penetrantes, su vestimenta extraña.
Jackson me miró con incredulidad, como si estuviera escuchando un cuento de hadas.
—Es imposible. No hay ninguna anciana así aquí en este lugar.
—Sí la hay, en una tienda de antigüedades —insistí, sintiendo que mi paciencia se agotaba.
—No hay tiendas de antigüedades aquí —repitió Jackson, con un tono de exasperación.
—Sí las hay —negué con vehemencia—. Las únicas tiendas que hay en este pueblo son panaderías y tiendas de ropa, todas aburridas y sin nada interesante.
—No hay tiendas de antigüedades —repitió Jackson, mirándome fijamente a los ojos.
Sentí que me estaban tomando el pelo, que estaban jugando conmigo.
—Me están jodiendo, ¿verdad? —dije, sintiendo la rabia crecer en mi interior, amenazando con explotar.
—No. No es imposible —repliqué, defendiendo mi cordura—. Yo vi la tienda. Yo entré a la tienda. Una anciana me dijo cosas extrañas, cosas que no puedo olvidar.
Jackson me miró como si estuviera loca, como si hubiera perdido el juicio. ¿Acaso estaba enloqueciendo? ¿O este pueblo estaba conjurando una pesadilla a mi alrededor?
Rodé los ojos, sintiendo la bilis de la frustración quemándome la garganta.
—Deberías dejar de fumar —dijo Jackson, con un tono condescendiente que encendió mi furia.
—¿Sabes qué? —dije, conteniendo la ira que amenazaba con estallar. Había demasiada gente alrededor para montar una escena, pero juré que le haría pagar por su insolencia.
Me di la vuelta y me alejé, sintiendo su mirada clavada en mi espalda. Seguí caminando, buscando a Terry y Alexa, pero la imagen de la anciana, la tienda fantasmal y las palabras de Jackson me perseguían como fantasmas. ¿Qué demonios estaba pasando en este maldito pueblo? No me fío de nadie, ni siquiera de mi propia sombra.
¿A qué se refería la anciana con lo del destino? ¡Que se jodan! ¡Que se jodan todos! Estaba furiosa, sintiendo que me estaban tomando por idiota.
Mientras caminaba hacia Alexa y Terry, sentía la mirada de Alexa clavada en mí, como un puñal invisible. Era una mirada intensa, casi inquisitiva, acompañada de una sonrisa que no inspiraba confianza, sino más bien una oscura premonición. Terry también me observaba, pero su mirada era diferente, cargada de un juicio silencioso, como si me culpara por estar acompañada de Jackson. A Jackson, por supuesto, parecía no importarle nada. Simplemente seguía caminando a mi lado, como si fuera inmune a la tensión que flotaba en el aire.
—¿Dónde estabas? Te tardaste demasiado —me soltó Alexa en cuanto llegué a su altura. Su tono insinuaba algo más, una sospecha latente que me heló la sangre.
—Estaba en una tienda… Olvídalo —respondí, intentando restarle importancia al asunto, pero sabía que no me creerían. Mejor no les digo nada, pensé. No me van a creer. Tampoco Terry.