ROSE
"Si tu corazón se desboca, tu mente se nubla y tu cuerpo estalla en mil sensaciones al contacto de esa persona, aférrate sin importar el abismo.
-¿Y si me hiere, si me abandona?
-Haz que pague cada lágrima, hasta que sienta tu mismo infierno. Luego, sabrás si valió la pena."
Cada paso era una sentencia, una condena que resonaba en el silencio de mis noches, en el eco de su abandono. Cada recuerdo, un martirio que me taladraba el alma, una herida que se negaba a cicatrizar. Dormir era un lujo prohibido, un sueño que se desvanecía al evocar su rostro, la imagen de su traición grabada a fuego en mi memoria. Cada pensamiento, una obsesión, un laberinto sin salida donde él era el centro, el carcelero, mi verdugo... y a pesar de todo, mi anhelo.
Sus palabras, dardos envenenados, habían destrozado mi ser, quebrado mi espíritu. Los fragmentos de mi corazón yacían esparcidos, imposibles de reunir, como un jarrón roto en mil pedazos. Estaba rota. Harta de su crueldad, agotada de su presencia fantasmal, de sus mentiras, de la carga insoportable que representaba su recuerdo, pero incapaz de arrancarlo de mi alma.
Un suspiro escapó de mis labios, un lamento silencioso que se perdía entre los árboles, un grito ahogado de dolor y desesperación. El bosque me envolvía, un laberinto verde y oscuro donde cada sombra parecía acecharme, donde cada susurro del viento me recordaba su ausencia. Estaba lejos del sendero, perdida en un mar de dudas y rencor, a la deriva en un océano de soledad. Pero una certeza brillaba en la oscuridad, una chispa de esperanza en medio de la tormenta: él estaba aquí, en algún lugar de este laberinto. Aunque ignorara mi presencia, aunque negara mi existencia, yo lo encontraría.
El arma en mi bolsillo, fría y letal, era la promesa de un final, la solución a mi tormento. ¿Mi primera vez? Sí. La primera vez que empuñaba la muerte, que me atrevía a desafiar mis propios límites, que consideraba arrebatar una vida. Si mi padre pudiera verme ahora... la decepción lo consumiría, la vergüenza lo abrumaría. Su única hija, al borde del abismo, a punto de convertirse en aquello que siempre combatió, en un monstruo sediento de venganza.
Aprieto los puños, reprimiendo el temblor que recorre mi cuerpo, luchando contra la oscuridad que amenaza con engullirme. No hay vuelta atrás, he cruzado el Rubicón. Él me destruyó, me manipuló, me desechó como un objeto inservible, como una marioneta rota. Todo fue una farsa, una cruel pantomima orquestada por él, una mentira tejida con hilos de seda y veneno. Y aunque mi alma se resistiera a creerlo, las pruebas eran irrefutables, la verdad me golpeaba como un látigo.
El dolor era mi combustible, la llama que me mantenía con vida, la fuerza que me impulsaba a seguir adelante. La información que me habían dado era precisa: él estaba aquí, al alcance de mi mano. Mi venganza aguardaba en la oscuridad, lista para ser consumada.
Avancé, adentrándome en el corazón del bosque, alejándome del mundo conocido, abandonando mi antigua vida. La oscuridad me abrazó, ocultando mi propósito, protegiéndome de miradas indiscretas. Y entonces, lo vi. Su silueta recortada contra la penumbra, la figura que obsesionaba mis sueños y atormentaba mis pesadillas.
- Siento mucho tener que hacer esto -susurré, con la voz cargada de dolor, pero también de una determinación inquebrantable, de una furia contenida-. Pero este es el final, el epílogo de nuestra historia.
Mientras más caminaba hacia él, podía escuchar las palabras que me había dicho antes de abandonarme, resonando en mi cabeza como un eco cruel, como una sinfonía de desprecio y rechazo, pero también como un canto fúnebre a nuestro amor perdido.
La gente como tú no necesita afecto, porque al ver tus grietas, huirán despavoridos. A nadie le agradan las imperfecciones, las anomalías. Lo extraño asusta, lo peculiar repugna. Pero no te preocupes por eso, tú eres única en tu rareza, en tu defecto. Procura siempre la soledad, no permitas que esas emociones nauseabundas te contaminen. El amor jamás será tu salvación, solo te hará añicos, te desechará como a un desperdicio. Te hará sentir inútil, así que esfuérzate en ser indispensable para que nadie te arroje al olvido. Recuerda siempre: lo inservible estorba.
Apreté los puños con fuerza, sintiéndome aún peor, más desechada, más inútil, como si sus palabras fueran un espejo cruel que reflejaba mi propia miseria. Tal vez no lo era... o tal vez sí. Tal vez él tenía razón, y yo estaba destinada a la soledad. Pero no, me negaba a creerlo. Él era un mentiroso, un manipulador, un monstruo disfrazado de ángel. Un mentiroso que no se cansaba de hacerle daño a la gente, de destruir vidas.
Me detuve frente a él, sintiendo el peso del arma en mi bolsillo, la frialdad del metal contra mi piel. Estaba de espaldas, mirando al suelo, absorto en sus pensamientos, ajeno a mi presencia. No me importaba, ya no me importaba nada. En otro momento, mi corazón habría latido con fuerza solo de verlo, la simple visión de su espalda habría bastado para hacerme temblar. Y tal vez... tal vez aún lo hacía, a pesar de todo. Tal vez mi maldito corazón no podía dejar de latir tan frenéticamente cuando lo tenía cerca, cuando sentía su cercanía como una droga. Pero mi conciencia, la poca cordura que me quedaba, me mantenía firme, me recordaba el dolor que había causado, las lágrimas que había derramado, la vida que me había arrebatado. Era la que me decía que debía vengar todo el daño causado, que debía hacerle pagar por sus crímenes.
- Al fin te encuentro -dije, con la voz cargada de rencor, pero también de un dolor profundo, de una tristeza infinita.
Se sobresaltó al escuchar mi voz, y sus ojos se abrieron con sorpresa, revelando una vulnerabilidad que nunca antes había visto. Por un instante, vislumbré un atisbo de alivio, una chispa de esperanza en su mirada, pero la expresión desapareció tan rápido como apareció, reemplazada por una máscara de frialdad y resignación.