ROSE
"Pensé que eras diferente. Pero al final, fuiste como todos los demás: alguien que me lastimó."
El amor puede ser ciego, tan ciego que incluso las almas más frágiles son capaces de desenterrar su lado más oscuro. Te impulsa a desear, a anhelar con desesperación que la otra persona sienta lo mismo, sin importar si el camino es correcto o no. ¿Era amor? ¿O simple obsesión? Quizás nunca lo sabré. Lo único que puedo afirmar con certeza es que el amor me destruyó. Y ahora, yo lo destruiré a él. Sin importar las consecuencias.
La persona que me envió las cartas, pensé. Tenía razón. Terry nunca me quiso. Siempre fui un objeto para él, algo que usar y desechar.
—¿Cuáles son tus últimas palabras? —dije, sintiendo la adrenalina correr por mis venas, el corazón latiendo con fuerza en mi pecho.
Se detuvo. Se volteó lentamente. Al ver el arma en mi mano, sus ojos se abrieron con sorpresa, revelando una vulnerabilidad que nunca antes había visto.
—¿Qué? No me digas que piensas disparar.
Su voz sonaba… ¿sorprendida? ¿Acaso le extrañaba verme de esta manera, transformada en una sombra de mí misma?
—Sí, Terry. Lo voy a hacer. Porque te odio, con cada fibra de mi ser, con cada latido de mi corazón roto.
Me miró fijamente, desafiante, como si supiera algo que yo ignoraba.
—Bueno, creo que este va a ser el final. Si quieres matarme, hazlo. Pero sé que no eres capaz, eres demasiado débil, demasiado cobarde.
—¿Disculpa? —dije, sintiendo cómo la rabia me consumía por dentro, cómo la humillación me quemaba la garganta—. Obviamente que lo haré, Terry. ¿Por qué crees que no lo he hecho ya?
—Hablas demasiado, Rose. Si vas a disparar un arma, hazlo, no pierdas el tiempo. Claro, Rose. Hazlo. No te quedes ahí haciéndolo, demuéstrame que tienes el valor. Si no, muévete, déjame en paz.
Aprieto el gatillo con todas mis fuerzas, pero no pasa nada. Solo un clic vacío, un silencio sepulcral que resonó en mis oídos como una burla cruel.
—¿Qué? No me digas que no está cargada.
—Imposible —dije para mí misma, sintiendo cómo el pánico me invadía, cómo la desesperación me ahogaba. Yo la cargué, yo puse las balas en el cargador. Estaba segura de haberlo hecho.
La revisé torpemente, con manos temblorosas, moviéndola de un lado a otro, sintiendo cómo la humillación me carcomía por dentro. No estaba descargada... ¡Las balas estaban ahí! Pero algo andaba mal, no estaban bien encajadas, estaban flojas, como si no terminaran de acoplarse al mecanismo. ¡Maldita sea! ¿Por qué tenía que pasar esto ahora? La rabia y la frustración me invadieron.
—Ay, no me digas que lo estás haciendo mal —dijo, acercándose.
Escuché el sonido de sus pasos hasta que estuvo frente a mí, arrebatándome el arma de las manos.
—No la muevas. Estás loca. Esto no es un juguete.
—Eso no es tu problema —dije, sintiendo la rabia burbujear en mi interior—. Dame el arma, Terry.
—No, Rose. Dame el arma.
Comenzamos a forcejear, una danza de voluntades rotas y sueños destrozados.
—¡De verdad! —exclamó Terry, con una mezcla de exasperación y desprecio.
De repente, se escucharon varios pasos a lo lejos. Voces apagadas, murmullos indistinguibles que helaron la sangre en mis venas.
—¿Qué le harán? —dijo una voz, cargada de temor.
—Shhh —respondieron, intentando acallar el pánico.
Pude sentir sus manos jalándome detrás de un árbol, ocultándome de las miradas indiscretas. Me abrazó con fuerza, tapándome la boca con su mano fría y áspera. No sé por qué, pero ahora tenía miedo, un miedo irracional que me paralizaba. Tal vez nunca estuve hecha para esto, tal vez mi destino era ser una víctima, no una justiciera. Yo venía aquí a… ¿a qué? ¿A vengar mi dolor? ¿A encontrar la paz? ¿O simplemente a destruirme por completo?
—Gente. Gente —decía una voz, cada vez más cerca.
—No vayas a hacer ruido —dijo Terry, con la voz tensa, alerta, como un animal acorralado.
Se escuchaban más pasos, cada vez más numerosos, cada vez más amenazantes. No era una persona, eran varias, un grupo de sombras que se acercaban sigilosamente.
—Diríjanse por allá.
—¿A quién están buscando?
No eran personas normales, podía sentirlo en el aire, en la tensión palpable que nos rodeaba. Se escuchaban radios, estática, órdenes susurradas. ¿Será que era la policía? ¿O algo peor? Si me encontraban aquí, mi vida estaría acabada, no podía permitir que me atraparan, no podía volver a la jaula. Claro, estaban aquí por él, por sus crímenes, por sus secretos. Y yo no debería estar aquí, no debería haberlo seguido hasta este infierno.
—Creo que te buscan —le dije, con la voz apenas audible, sintiendo cómo mi cuerpo temblaba incontrolablemente.
Sus ojos captaron los míos, una mirada gélida, calculadora, como si supiera lo que estaba a punto de hacer. Negó lentamente, con un gesto imperceptible.
—No te atrevas, Rose. No lo hagas.
Todavía tenía el arma en mi mano, aferrándome a ella como si fuera mi último salvavidas. Tal vez yo no hubiera sido capaz de dispararle a Terry, tal vez mi corazón roto era demasiado débil para cometer un acto de violencia. Pero ellos sí lo harían, ellos no dudarían en apretar el gatillo.
Apreté el gatillo, con todas mis fuerzas, con toda la rabia, la frustración, el dolor que había acumulado durante años.
Sonó el disparo en el aire, un trueno ensordecedor que rompió el silencio del bosque, alertando a nuestros perseguidores.
Se escucharon los pasos acelerarse, las voces gritar, la cacería había comenzado.
—Lo siento —dije, con una sonrisa amarga en los labios—. Pero ahora vienen por ti, imbécil.
Le di una patada, apartándolo de mi camino, liberándome de su abrazo opresor.
—¡Que te atrapen y te pudras en la prisión ahora! ¡Nunca salgas de ahí, maldito! ¡Cobarde de mierda! Ahora vamos a ver quién es el que se ríe al final.